Tronconero, una comunidad con arte rupestre de la región originaria Tacarigüense

El término ‘comunidad con arte rupestre’ define un tipo de comunidad que posee una relación espacial, cultural e histórica con sitios y paisajes con arte rupestre ubicados en su jurisdicción, aun sin poseer vinculación directa con sus creadores y usuarios originarios. Mayormente se enclavan en contextos donde se conservan formas hibridadas de actuar, pensar y relacionarse en el mundo, razón por la cual suelen ser reductos de resistencia frente a los embates de la globalización, expresándose referentes culturales, algunos alejados, otros cercanos, a principios moderno-occidentales[1]. Esta comunidad puede ser amerindia, campesina, rural, semi-rural o urbana.

Las particularidades representacionales que se expresan en comunidades con arte rupestre son producto de matices surgidos de la recepción, convergencia, traducción y recreación en el tiempo de referentes culturales que influyeron y siguen influyendo en los resultados de proyectos elitistas de construcción identitaria nacional. Pueden entenderse como reservorio de significaciones, mediadas por la tradición. Entre estas significaciones se encontrarían las relacionadas directamente con SAR, con lo cual se entenderían también reservorio de significaciones, a modo de palimpsesto (Martínez Celis, 2015, 113; Páez, 2021, 750). Los sentidos que las comunidades otorgan pueden aludir principios amerindios relacionados con el manejo del espacio-tiempo, el vínculo y la socialidad entre humanos y no-humanos, la cosmogénesis, la etnogénesis o la ancestralidad. Así lo dejan saber reportes etnográficos en algunos pueblos y comunidades amerindias de la región del noroeste amazónico y el área de las Guayanas, cuyos ancestros habitaron buena parte del territorio hoy venezolano (Schomburgk R.M., 1922 [1847]; Vidal 2000; Santos-Granero, 1998; Ortiz y Pradilla, 2002; Zucchi, 2002; Wright, 2005; González Ñáñez 2007, 2020; Xavier, 2008; Hugh Jones, 2016). 

Las comunidades con arte rupestre venezolanas se perfilan así como el escenario ideal para indagar imaginarios populares vinculados con SAR. Tenemos el caso de Tronconero, una pequeña localidad ubicada al pie de los estribos montañosos de la vertiente sur de la cordillera de La Costa, en la zona noroccidental de la cuenca del lago de Valencia, región originaria Tacarigüense[2]. Política y territorialmente, Tronconero pertenece a la parroquia Yagua del municipio Guacara, estado Carabobo, siendo sus límites: por el norte, el Parque Nacional San Esteban, por el este, el sector La Compañía, por el sur, el sector El Sisal, y por el oeste, el Parque Nacional San Esteban y el sector Quebrada Honda. Con una extensión aproximada de nueve kilómetros cuadrados[3], en sus predios se alojan seis sitios con arte rupestre[4], lo que de alguna manera conecta a sus habitantes con el pasado histórico amerindio. Esta vinculación se plantea sobre la base de ciertos relatos orales y formas de pensamiento o convivencia, entre otros atributos, que parecieran representar elementos de procedencia aborigen dadas sus aparentes afinidades o analogías con referentes culturales reportados en poblaciones originarias de otras zonas del país. 

La comunidad con arte rupestre Tronconero contiene aspectos de vida campesina con visos de ancestralidad, algunos asociados con los sitios y manifestaciones rupestres de sus predios[5]. Interesa aquí destacar aspectos de su microhistoria local como la vinculación de sus pobladores iniciales con aquellos que en principio habitaban las montañas circundantes e intermedias entre Vigirima y Patanemo, y sectores de la zona llana de Vigirima y San Diego (mapa 43). De indígenas, cimarrones y pardos rebeldes posiblemente se formaría entonces esa población primigenia, ancestros de las mujeres y hombres que posteriormente fundarían las pequeñas comunidades que se encuentran diseminadas a ambos lados de la cordillera de La Costa, en su sección carabobeña. Así se recoge en las entrevistas a los ancianos de esta comunidad[6]: 

(C. [M.]) llegó de San Diego, así como otras personas llegaron de Vigirima y de Patanemo (R.F. [+], [1921]).

Yo llegué a Tronconero de Patanemo a la edad de 10 años, el 17 de octubre de 1937 con mi papá don B.G. y mis hermanos (E.G. [+], [1927]).

Yo nací en las montañas de Cucharonal, Vigirima, y llegué de trece años a Tronconero (J.L., [1930]). 

Calle del sector agrícola de Tronconero, con vista a su sector montañoso. Fuente: @Tronconereando (https://www.instagram.com/p/CTzkWkqLeBb/?img_index=1)

Ubicación de Tronconero en el contexto noroccidental del lago de Valencia y procedencia inicial de sus pobladores. Elaboración propia sobre mapa base del Instituto Geográfico de Venezuela Simón Bolívar (2010). 

Acorde con los datos etnográficos colectados, el poblamiento inicial de Tronconero iniciaría en la sección montañosa al menos por las tempranas fechas de 1870, momento en el que posiblemente se encontraban asentadas algunas familias, antecesoras de los primeros ocupantes de la zona llana. De fechas anteriores se carece de información fidedigna, aunque no debe descartarse una mayor antigüedad para los inicios de esta primigenia ocupación. Tal planteamiento se sustenta en los testimonios de los habitantes de la comunidad: 

La mamá de mi abuela vivía en el cerro [Los Colorados], se llamaba B.G. (F.G., [1940]).

Mi esposo C.H. me dijo que él nació en el cerro Las Garrapatas, que su mamá y su abuela también nacieron en ese cerro (R.F. [+], [1921]).

Según me cuenta mi mamá (...) cuando llegó aquí el plan no estaba habitado, aquí no vivía nadie, la gente estaba en los cerros porque esto era puro ganao. La gente vivía en Las Rosas, en Los Colorados, otros en Guayabal (…) Luego la gente fue bajando e hizo su casita aquí en el plan, donde no era potrero (...). Las primeras personas, las más antiguas murieron en esos cerros, los que bajaban al plan fueron en su gran mayoría los hijos, donde entraba mi mamá (A.L., [1938]).

Mi abuela contaba que su mamá vivía ya aquí en Tronconero; ella se llamaba J.M. (C.O.M., [1955]).

Mi generación era de esas montañas de Vigirima, luego bajaron de ahí y se fueron para Tronconero (M.L. [+], [1916]). 

La ocupación de la zona llana de Tronconero daría comienzo, como señalan los testimonios, a finales del siglo XIX. Para esas fechas la familia Wallys[7], poderosa familia latifundista, dueña para la época de la mayoría de las tierras del valle de Vigirima, arrendaron a las familias lotes de terreno para su uso como lugar de habitación y cultivo: “Cuando Esteban Alberto Vallís toda la gente tenía su fundo, cada quien tenía su derecho, su agricultura y en varias partes ganao, bestias, burro” (M.L. [+], [1916]). Antes de las primeras oleadas migratorias a la parte llana, las tierras eran usadas para el pastoreo de ganado, labores pecuarias iniciadas -como se cita en capítulos precedentes- con Alonso Díaz en los albores de la colonización europea de la cuenca del lago de Valencia. El proceso de poblamiento es descrito de la siguiente manera: 

La zona que hoy se llama Tronconero se formó con gente campesina que llegaron en busca de mejores condiciones de vida. Una de las primeras familias eran los Lozadas, eran campesinos pobres que trabajaban las tierras de Tronconero. Ellos mismos fueron haciendo sus puntos. Prepararon el terreno para la siembra, luego llegaron otros y se quedaron en la zona norte, el cerro Las Garrapatas, más arriba en Los Colorados, El Junco y Guayabita, esos eran caseríos y la zona de debajo de Tronconero (L.G. [+], [1915]). 

De acuerdo con estos datos, es posible que amerindios, como también pardos y africanos esclavizados y sus descendientes, iniciaran, quizá en algún momento tardío del dominio monárquico español, la ocupación de ciertos espacios bajos de la franja cordillerana, la misma que separa la costa litoral carabobeña y el noroeste del lago de Valencia. El uso de la cordillera como sitio de habitación pudiera significar un cambio sustancial en la concepción de este espacio durante los tiempos anteriores del arribo europeo a América. Es decir, acaso se produciría un cambio paulatino en la consideración inicialmente sacra, posteriormente misteriosa, otrora mantenido y reconocido colectivamente como expresión de identidad, memoria y orden social entre los pobladores amerindios de la región. Pero a esa gente de las montañas se sumaría también personas procedentes de otras comunidades del noroeste del lago, como deja entrever en otros testimonios colectados: 

La gente de Vigirima cuando había trabajo aquí en estas haciendas venían de Patanemo, de San Diego, Yagua; venían gente a trabajar aquí a Vigirima y muchos se quedaron porque aquí había poca gente y esa gente vivía en esas montañas en todos esos sitios, por eso que las haciendas tienen sus nombres. “La Gonzalera”, cada quien que tenía una hacienda le ponía el nombre del dueño (P.J.S. [+], [1924]). 

Vale señalar que las tierras del valle de Vigirima fueron repartidas junto con la población amerindia (convertida en mano de obra encomendada) desde la temprana ocupación europea del lago de Valencia, para luego pasar a la mano de poderosos latifundistas en el siglo XVIII, viviendo éstos del usufructo generado de la explotación laboral de los pobladores tanto amerindios como criollo-mestizos y esclavizados africanos y sus descendientes, hasta tiempos republicanos (Moreno y Molina, 1994: 20). Esta particularidad se recoge en los testimonios de los habitantes de la comunidad: “Anteriormente a los peones les daban tres días para que trabajaran sus conucos y tres días para que trabajaran en las haciendas, y a la gente le resultaba más quedarse trabajando en su conuco que ir a ganarse dos bolívares” (P.J.S. [+], [1924]). Quizá a raíz de este proceso comenzaron a producirse los cambios que generaron la ocupación de algunos sitios de la franja cordillerana como vía de escape al sistema impuesto a fuerza por el español y seguido luego por sus descendientes, desarrollándose un intercambio y simbiosis cultural poco estudiado del cual faltaría mucho por dilucidar. 

En síntesis, se puede concluir con cierta certeza que la comunidad con arte rupestre Tronconero no posee fecha de fundación, sino un paulatino poblamiento por grupos humanos provenientes de las montañas circundantes, Patanemo y valle de San Diego. Se trató de un poblamiento que, partiendo del cerro, se extendió a la zona llana y baja, iniciado por lo menos en la séptima década del siglo XIX. La presunción es que, al menos en parte, de amerindios, pardos y esclavos cimarrones se formaría esa población primigenia en los piedemontes y montañas de Vigirima, Patanemo, Borburata y Turiamo, ancestros de las mujeres y hombres que posteriormente bajarían a fundar comunidades que, como la de Tronconero, se encuentran diseminadas a ambos lados de la cordillera. Por tanto, quizá serían portadores de ancestrales modos de vida asociados a los primigenios habitantes de la región originaria Tacarigüense, los mismos que produjeron y utilizaron los sitios y manifestaciones rupestres que hoy son motivo de admiración e indagación.



[1] En un anterior trabajo (Páez, 2020) utilizamos la noción ‘lógica campesina’ para dar cuenta de estas formas de actuar, relacionarse y pensar el mundo propias de los contextos socio-culturales venezolanos alejados de los modos de vida urbana, que son donde mayormente se ubican los SAR.

[2] El concepto “región originaria” refiere un particular espacio que precedió y participó en la construcción de las regiones históricas de los Estados-nacionales hispanoamericanos, económica, sociopolítica y culturalmente. Este término se acuña siguiendo planteamientos en Sanoja y Vargas (1999) y Cardozo Galué (2010).

[3] Incluyendo el sector montañoso aledaño reconocido como tal, actualmente sin habitar.

[4] Piedra Pintada, Los Colorados, El Junco, El Lunario, Corona del Rey y Las Mesas.

[5] Estos aspectos se tratarán en otro apartado.

[6] En concordancia con los códigos de conducta ética en investigación social planteados por diversas organizaciones profesionales (Meo, 2010), para conservar la confidencialidad de los informantes y sus familias, muchos ya fallecidos (señalado con el símbolo [+]), así como de las personas a las que se hace mención, se ha preferido señalar sus testimonios con las iniciales de sus nombres acompañada de su año de nacimiento, esto último para dar cuenta del contexto temporal en el que han vivido. Los testimonios escritos en tercera persona corresponden a notas tomadas en la libreta de campo posteriores a la conversación, reseñando lo dicho por ellos.

[7] Recordados por los ancianos de Tronconero como “Los Vallís”.

Referencias 

Cardozo Galué, Germán (2010). Regiones históricas, independencia y construcción de la nación venezolana. Académica, vol. 2, n° 3, enero-junio, pp. 1-35. Escuela de Educación de la Facultad de Humanidades y Educación de La Universidad del Zulia.

González Ñáñez, Omar (2007). Las literaturas indígenas maipurearawakas de los pueblos kurripako, warekena y baniva del estado Amazonas. Fundación Editorial el Perro y la Rana. Caracas, Venezuela.

González Ñáñez, Omar (2020). la lectura de las piedras: arte rupestre y culturas del noroeste amazónico. Boletín Antropológico, año 38, Nº 99, pp. 107-141.

Hugh-Jones, Stephen (2016). Writing on Stone; Writing on Paper: Myth, History and Memory in NW Amazonia. History and Anthropology, 27:2, pp. 154-182.

Martínez Celis, Diego Mauricio (2015). Lineamientos para la gestión patrimonial de sitios con arte rupestre en Colombia como insumo para su apropiación social. Ministerio de Cultura de Colombia. Bogotá, Colombia.

Meo, A. I. (2010). Consentimiento informado, anonimato y confidencialidad en investigación social: la experiencia internacional y el caso de la sociología en Argentina. Aposta, (44), 1-30.

Ortiz, Francisco y Pradilla, Helena (2002). Rocas y petroglifos del Guainía. Escritura de los grupos arawak-maipure. Fundación Etnollano, Museo Arqueológico de Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Colombia.

Páez, L. (2020). La damntopofanía en el arte rupestre venezolano o la antinomia lógica campesina/patrimonio cultural. Boletim do Museu Paraense Emílio Goeldi. Ciências Humanas, 15(3), e20190146. doi: 10.1590/2178-2547-BGOELDI-2019-0146

Páez, L. (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense: producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 a.C.-2008 d.C.). Ediciones Dabánatà, Universidad de Los Andes. http://www.saber.ula.ve/handle/123456789/47672

Sanoja, Mario y Vargas-Arenas, Iraida (1999). Orígenes de Venezuela. Regiones Geohistóricas Aborígenes hasta 1500 d.C. Fundación V Centenario. Venezuela.

Santos-Granero, F. (1998). Writing History into the Landscape: Space, Myth, and Ritual in Contemporary Amazonia. American Ethnologist 25(2):128–148.

Schomburgk, Richard (1922) [1847]. Travels in British Guiana 1840-1844. Vol. I. Published by authority. Georgetown, British Guiana.

Vidal, Silvia M. (2000). The arawak sacred routes of migration, trade, and resistance. Ethnohistory 47: 3-4, pp. 635-667.

Wright, Robin M. (2005) História indígena e do indigenismo no alto rio Negro. Mercado de Letras, Instituto Socioambiental. Sao Paulo, Brasil.

Xavier, Carlos Cesar Leal (2008). A cidade grande de Ñapirikoli e os petroglifos de Içana: uma etnografia de signos baniwa. Dissertação apresentada como requisito para a obtenção do grau de Mestre em Antropologia Social ao Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social / Museu Nacional / Universidade Federal do Rio de Janeiro. 209 pp.

Zucchi, Alberta (2002). A new model of the Northern Arawakan expansion. En: Hill, J. y Santos-Granero, F. (editors). Comparative Arawakan Histories: Rethinking Language and Culture Areas in the Amazon, 199-222. University of Illinois Press. Urbana. 

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