El estudio del arte rupestre venezolano. Retos y devenir histórico
MSc. Leonardo Páez
Ensayo publicado en la revista Cuaderno de arte prehistórico, num 7 (2018): 211-229.
Disponible en: http://www.cuadernosdearteprehistorico.com
Resumen
Actualmente, a pesar de los
avances alcanzados en los últimos años, el arte rupestre venezolano enfrenta el
reto de alcanzar estatus de valiosa fuente de datos para el estudio de las
antiguas sociedades aborígenes prehispánicas y sus descendientes del período
Colonial y Republicano. Igualmente, en tanto vestigio material aún presente en
comunidades indígenas, rurales, semi-rurales y urbanas, espera su inclusión
dentro de los estudios de reconstrucción histórica de esos lugares en los que
aún pervive.
En ese sentido, se presenta
en esta síntesis algunas nociones consensuadas sobre el arte rupestre, pasando
por una breve retrospectiva de su estudio en el país, concluyendo con algunas
reflexiones acerca de los retos y limitaciones a superar para alcanzar ese merecido
estatus dentro de los estudios históricos, arqueológicos y antropológicos
venezolanos en general.
Palabras clave. Arte rupestre, Venezuela, arqueología.
Summary
Currently, despite the
progress made in recent years, Venezuelan rock art faces the challenge of
achieving status as a valuable source of data for the study of ancient
pre-Hispanic aboriginal societies and their descendants of the Colonial and
Republican period. Likewise, as a material vestige still present in indigenous,
rural, semi-rural and urban communities, it awaits its inclusion in the
historical reconstruction studies of those places where it still survives.
In this sense, this
synthesis presents some consensual notions about rock art, going through a
brief retrospective of its study in the country, concluding with some
reflections about the challenges and limitations to overcome to achieve that
deserved status within the studies Historical, archaeological and
anthropological Venezuelan in general.
Keywords. Rock art, Venezuela, archeology.
1. Nociones preliminares
En Venezuela, existe
consenso al utilizar el término arte rupestre, o manifestaciones rupestres como
lo plantea Sujo Volsky (1987: 75), para identificar a: 1) determinadas
representaciones o imágenes visuales grabadas o pintadas en soportes rocosos
localizados al aire libre o en abrigos y cavernas, o excavadas sobre tierra en
pendientes de estribos montañosos (por lo menos en un caso hasta ahora
reportado), realizadas por sociedades indígenas, extintas o actualmente
transformadas en su sistema de relaciones; 2) particulares construcciones
pétreas dispuestas mayormente en forma de muro o pared, vinculadas a las
representaciones visuales en su contexto de producción y uso; 3) ciertas
huellas antrópicas horadadas en roca, relacionadas con las representaciones
visuales y/o las construcciones pétreas; y 4) algunos parajes naturales
revestidos de connotaciones simbólicas entre comunidades indígenas actuales,
vinculadas o no con las otras manifestaciones rupestres del ámbito geográfico
en que se insertan.
De manera puntual, y de
acuerdo a la clasificación propuesta por Sujo Volsky (1987: 82-101), existen
diez tipos de objetos arqueológicos y espacios naturales que integran las
manifestaciones rupestres venezolanas, a saber: petroglifos, pictografías y
geoglifos (representaciones visuales); puntos acoplados, bateas y amoladores
líticos (huellas antrópicas); monumentos megalíticos (construcciones pétreas[1]);
cerros y piedras míticas (parajes naturales); y micropetroglifos[2].
A la lista de huellas antrópicas, se sugiere, habría que agregar los
denominados morteros o pilones (imagen 1). De todos estos artefactos, los
petroglifos son los más extendidos, con cientos de sitios documentados y, de
seguro, muchos más a la espera de ser sacados del anonimato científico (Sujo
Volsky, 2007 [1975]; De Valencia y Sujo Volsky, 1987). En total, son más de 650
yacimientos hasta ahora reportados (Scaramelli y Tarble, 2006: 85), aunque
posiblemente traspasen el millar los sitios existentes, muchos de los cuales se
encontrarían fuera del conocimiento científico o en áreas hasta ahora
inexploradas del país (imagen 2).
Imagen 2. Infografía con la ubicación aproximada de los sitios
con arte rupestre en Venezuela, de acuerdo al inventario de De Valencia y Sujo
Volsky (1987). Autor: Nicolás Ramallo. Fuente:
http://rioverde.com.ve/?l=infografias
Los objetos que integran el
arte rupestre venezolano son una expresión de los antiguos grupos indígenas del
llamado período Precolonial[3],
y, hasta tanto no existan pruebas fehacientes que indiquen lo contrario, se
asume buena parte de su manufactura -por lo menos en todo el extenso territorio
al Norte del río Orinoco- relacionada con esa etapa de la historia. Este
planteamiento deriva de las evidencias hasta ahora colectadas, pues indicarían
que a la llegada de los primeros viajeros y exploradores del Viejo Continente,
esta manifestación ya era un “arte olvidado”[4] entre la
población nativa. Sin embargo, es asunto harto complejo determinar y explicar
el momento que esto se produjo, como también las causas que motivaron el ocaso
de su uso y función originaria.
Las manifestaciones
rupestres venezolanas son entonces resultado del trabajo creador y del
imaginario de antiguas sociedades aborígenes[5], siendo la
piedra[6]
el soporte donde se tallaron o pintaron enigmáticos símbolos o el material con
que se realizaron personales construcciones, de uso y función social complejos
de argüir o interpretar satisfactoriamente. Ostentan como característica
principal la capacidad de contemplación, de inamovilidad y de perdurabilidad en
el tiempo, así como su inclusión en paisajes posiblemente asociados con fines
inherentes a su creación[7].
Estas cualidades han valido su permanencia en los lugares donde fueron creados
y el tránsito por distintos contextos históricos, permitiendo su coexistencia
más allá de las tramas que consintieron su elaboración y uso originario. Como
resultado de estos atributos, los imaginarios colectivos a ellas relacionados
habrían sufrido transformaciones a través del tiempo, como también usos y/o
desusos, entre otros asuntos capaces de ser abordados como problemas de
investigación.
A nivel internacional, y según el consenso de muchos
investigadores, se admite que el arte rupestre (en especial las
representaciones visuales) guardaba el propósito de transmitir mensajes y
expresar cosas acorde a exclusivas tramas sociales, económicas e intelectuales
de los grupos sociales involucrados en su manufactura (Antczak y Antczak, 2007:
27-28). Muchos asumen su existencia como el acto creativo mediante el cual se
representaban ideas, concebidas inicialmente en estructuras mentales de
particulares grupos humanos que formulaban normas, valores y convenciones,
incluso aspectos individuales (Antczak y Antczak, 2007) o colectivos varios.
En los últimos años, diversos especialistas han
reflexionado acerca del error metodológico de hacer ensayos interpretativos del
arte rupestre sólo a través de la visión etic
del investigador contemporáneo. Mucho se ha comentado, para el logro de
este cometido (acceder al mensaje implícito o contenido simbólico), sobre la
ineludible necesidad de conocer los significados iconográficos propios del
sistema cultural del o los grupos que concibieron y produjeron las
manifestaciones (Antczak y Antczak, 2007: 30). Tales reflexiones aluden la
imposibilidad de explicar acertadamente el simbolismo inserto sólo a partir de
la observación o descripción de las imágenes, pues éstas no habrían conservado
las ideas que consintieron su elaboración. En palabras de Escoriza Mateu (2008:
329): “No se pueden hacer
interpretaciones ontológicas de los pensamientos del pasado a través del
análisis de los objetos recuperados”.
Lo anterior quiere decir que el reconocimiento, en muchos
casos arbitrario, de las representaciones visuales con elementos naturales o
culturales del mundo moderno, no debe verse como un acercamiento a su
significado originario. Ciertamente, aunque los espectadores afirmen ver
figuras de felinos saltando, soles o estrellas radiantes, mujeres gestantes o
rostros guerreros con pintura facial, por ejemplo, esto, de por sí, no implica
una aproximación al mensaje implícito en los signos. Pues, el carácter
mayormente esquemático y en apariencia simbólico de las imágenes, asociado a la
distancia que separa la modernidad del mundo socio-cultural del aborigen
precolonial, estaría privando la posibilidad de acercamiento a su
interpretación originaria. En palabras de Antczak y Antczak (Ibíd.: 31: “Hoy en día, desde la distante perspectiva
temporal y cultural, podemos solamente observar, describir y denotar, pero
desconocemos el código simbólico de los creadores de estos signos”.
2. Sinopsis retrospectiva del estudio del arte rupestre
en Venezuela
Hasta la sexta década del siglo XX, la documentación
del arte rupestre venezolano estuvo a cargo de clérigos, exploradores,
naturalistas, viajeros, historiadores, etnógrafos, arqueólogos y estudiosos
autodidactas más o menos versados en la materia (Sujo Volsky, 2007 [1975]). En líneas generales, los autores hicieron énfasis en
registrar gráficamente las representaciones visuales y en señalar sus sitios de
ubicación, y, con menos hincapié, en describir las características físicas de
los soportes y del entorno circundante (obtención de datos en campo). Asimismo,
intentaron acceder al significado oculto de las imágenes, principalmente por
comparación o semejanza con el mundo material conocido por ellos (mirada etic del
observador contemporáneo).
Los estudios iconográficos se quedaron mayormente en el reconocimiento o
descripción de signos a partir del carácter denotativo, esto es, desde la
aparente semejanza con representaciones de animales, seres humanos, cuerpos
celestes o formas geométricas, por citar algunas categorías utilizadas.
A la par, entre finales del siglo XVIII y principios del XX
para ser exactos, también se recabaron datos entre comunidades indígenas que
aún mantenían imaginarios y usos relacionados con las manifestaciones rupestres
de sus entornos geográficos (Humboldt, 1969; Schomburgk, R., 1841; Schomburgk, R. M.,
1922 [1847]; Appun, 1961 [1871]; Im
Thurn, 1883; Chaffanjon, 1889; Koch-Grünberg, 1907). A partir de sus
observaciones etnográficas in situ
(posiblemente entre grupos descendientes de productores-usuarios originarios de
los sitios con arte rupestre), algunos
autores (naturalistas, botánicos, exploradores y/o etnógrafos europeos) se
atrevieron a realizar inferencias sobre propósitos, antigüedad, técnicas de
elaboración, migraciones o (des)usos y (des)funciones relacionadas con los
objetos rupestres (imagen 3 y 4).
Imagen 3. Dibujos de petroglifos de la Guayaba Esequiba, según
Im Thurn. Fuente: Im Thurn, 1883.
Imagen 4. Dibujo de Hermann Karsten de la Piedra de Los Indios,
municipio Puerto Cabello, estado Carabobo. Fuente: Appun, 1961.
Del mismo modo,
entre las últimas décadas del siglo XIX y la mitad del XX, pioneros de la
arqueología y la historiografía venezolana brindaron algunos aportes,
manifestados en publicaciones que contienen reseñas fotográficas, descripciones
e interpretaciones varias (Rojas, 2008
[1878]; Marcano, 1971
[1889]; Ernst, 1987 [1873, 1885,
1886 y 1889]; Oramas,
1911 y 1959 [1939]; Cruxent, 1952 y 1960). Estos trabajos, acaso por ausencia de marcos
teórico-metodológicos que permitieran el abordaje de incógnitas como la
periodización, clasificación y/o interpretación, no cumplieron en su momento
roles significativos en torno a la comprensión de las sociedades aborígenes
precoloniales (Navarrete, 2013: 318). Entre estos investigadores locales, es
notoria la desatención o poco interés por el trabajo etnográfico, bien en
comunidades indígenas o campesinas, perdiéndose así la oportunidad de recabar
opiniones o imaginarios relacionados a los predios rupestres y, con ello, la
posibilidad de acceder a información relevante sobre (des)usos o
(des)conocimientos que ostentaban estos parajes entre sus moradores cercanos (véase
Rojas, 2008 [1878]; Marcano, 1971 [1889]; Ernst, 1987 [1873, 1885, 1886 y 1889]; Oramas, 1911 y 1959 [1939]; Requena, 1932; Cruxent, 1952 y
1960; Tavera Acosta, 1956) [imagen 5].
Imagen 5. Fotografía petroglifos del sitio con arte rupestre
Piedra Pintada. Municipio Guacara, estado Carabobo. Fuente: Oramas, 1959.
A la postre, y a pesar de la amplia dispersión de
manifestaciones rupestres por la geografía nacional, los estudios arqueológicos
nacionales poco a poco se fueron decantando hacia los vestigios cerámicos como
principal fuente de información, asunto que se hizo más patente a partir de la
treintena década del pasado siglo (véase Bennett, 1937; Kidder II, 1944;
Cruxent y Rouse, 1982 [1958]; entre otros). En relación con la historiografía,
los estudios se basaron principalmente en el acopio de datos e informaciones
provenientes de fuentes histórico-documentales del periodo Colonial (Rojas,
2008 [1878]; Acosta Saignes, 2014 [1954]; Meneses y Gordones, 2007).
En resumidas cuentas, la documentación del arte rupestre
entre las últimas décadas del siglo XIX y la mitad del XX denota, en general, una
serie de fallas técnicas y metodológicas que invitan a su corrección,
manifestada primordialmente en los imprecisos resultados del registro gráfico
publicado -aún hoy por corregirse- y su uso para el acercamiento al significado
de las representaciones (Cfr. Sujo Volsky, 2007 [1975]: 62-67; de Valencia y
Sujo Volsky, 1987: 217-363). Con todo, estos trabajos se erigen de obligada
consulta en la actualidad, pues representan en su conjunto evidencias sobre la
existencia de innumerables yacimientos rupestres diseminados por amplios
espacios geográficos, aunados a la posibilidad de acceder a información sobre
imaginarios mantenidos por grupos indígenas supuestamente descendientes de
autores originarios del arte rupestre.
Más adelante, desde el
último tercio del siglo XX, el panorama del estudio del arte rupestre
venezolano ha venido poco a poco cobrando relevancia, poniéndose sobre la
palestra su ineludible inclusión como fuente de información en el estudio de
las sociedades precoloniales. El viro cualitativo comenzaría en la década de
los 70 del pasado siglo, cuando Sujo Volsky (2007 [1975]) plantearía la
necesidad de instaurar, desde la disciplina arqueológica, una metodología
sistemática que permitiese la determinación de cronologías relativas de los
artefactos rupestres y de posibles rutas migratorias por las que transitaron
sus creadores, a fin de establecer comparaciones con modelos planteados desde
la lingüística y la arqueología. En palabras de la autora:
“Nuestro fin, como
metodología arqueológica, es la búsqueda de semejanzas entre grupos de
petroglifos que permitan el establecimiento de horizontes estilísticos. Es
decir, la definición de zonas geográficas que presentan un mismo estilo en sus
manifestaciones rupestres y su diferencia de otras a grandes rasgos, esta
búsqueda quiere llegar al establecimiento de límites de poblaciones y sus
movimientos migratorios, con el fin de comparar estos con los mapas
distributivos obtenidos de los estudios lingüísticos y arqueológicos,
referentes a otras manifestaciones de tipo material” (Sujo Volsky, 1987: 112).
De manera que en 1987,
llevando a la praxis sus planteamientos, Sujo Volsky establece una
clasificación tipológica del arte rupestre venezolano, además de una propuesta
de distribución geográfica donde sugiere tres grandes horizontes estilísticos,
sustentada principalmente en el estudio figurativo de las representaciones
visuales (Sujo Volsky, 1987: 119, 121, 123, 126, 138). Pero además, durante esa
década se fundaría, bajo la iniciativa de Sujo Volsky y Ruby de Valencia, el
Archivo Nacional de Arte Rupestre (ANAR), institución aún en funcionamiento que
…“tiene como propósito fundamental el servir de Centro de Referencia y
Servicio de Información para el conocimiento y protección de las
Manifestaciones Rupestres en Venezuela” (Amaro, Flaviani, Figueroa, De Valencia y Cardinale, 2016: 57). El ANAR
maneja en la actualidad documentos vinculados a 650 sitios con arte rupestre,
los cuales incluyen fotografías, fichas de trabajo de campo y cartográficas,
documentos bibliográficos y hemerográficos, entre otros (Ibíd.: 58).
A partir del último tercio
el siglo XX, el estudio de las manifestaciones rupestres venezolanas se ha
venido gradualmente proyectando en torno a los contextos sociales de
producción/cesación, uso/desuso y función/desfunción, rompiendo así con praxis
comunes antes observadas. Efectivamente, profesionales de las ciencias sociales
han desarrollado estudios en torno a estos objetos con énfasis, por ejemplo, en
el trabajo etnográfico en comunidades campesinas o entre grupos indígenas;
otros, centrados en el uso de fuentes histórico-documentales del período
Colonial y/o Republicano; o algunos en procura de establecer discursos cónsonos
con los planteamientos de la disciplina arqueológica (González Ñáñez, 1980; Sujo Volsky, 1987; Rivas, 1993;
Tarble y Sacaramelli, 1993; Antczak y Antczak, 2007; Morón, 2007; Tarble y Scaramelli, 2010; Vargas Arenas,
2010; Jaimes, 2011; Navarrete, 2013; Páez, 2016; entre otros) [imagen 6].
Imagen 6. Fotografía de Franz Scaramelli: petroglifo de raudales
de Atures, estado Amazonas. Fuente: Tarble y Scaramelli, 2010.
De manera que el estudio
del arte rupestre venezolano se ha venido abordando de forma paulatina desde
variadas fuentes disciplinares, abarcando usualmente documentos, registros
arqueológicos y testimonios orales, con enfoques teórico-conceptuales aportados
por la antropología. En los últimos años, el objetivo se ha centrado, más allá
del simple acopio de datos métricos y descriptivos de los materiales, en
posesionar al arte rupestre como dato arqueológico relevante para el estudio
del pasado precolonial, incluso para dar cuenta de relaciones sociales
establecidas en otros contextos históricos, como el Colonial y el Republicano
(imagen 7).
Imagen 7. Petroglifo del sitio con arte rupestre La Candelaria,
en los alrededores de Ciudad Bolívar, estado Bolívar. Fuente: Navarrete, 2013.
Esta praxis investigativa,
es decir, el estudio multidisciplinario de pueblos indígenas del pasado y sus
imaginarios (los cuales perviven entre comunidades criollo-mestizas
descendientes y campesinas actuales) con énfasis directo en el arte rupestre,
pudiera coincidir entonces con la aplicación del llamado método etnohistórico, tal cual se viene desarrollando en el
Postgrado en Etnología de la Universidad de Los Andes[8]. O, con lo
que se viene desplegando desde hace unos años en la Escuela de Antropología de
la Universidad Central de Venezuela bajo el término de Antropología Histórica, esquema si se quiere semejante al posgrado
de la ULA aunque se asuma de manera crítica el
supuesto manejo geopolítico de la noción “etno”[9].
3. Retos y limitaciones del estudio del arte rupestre
venezolano
Como en muchas partes de la
geografía mundial, el estudio del arte rupestre venezolano se topa con la cuasi
inexistencia de datos que proporcionen evidencias sobre la significación social
o el por qué de su elaboración. Tal situación se hace patente en los
localizados cercanos a la franja costera caribeña, o más concretamente, al
Norte del río Orinoco, territorio donde las sociedades indígenas prácticamente
desaparecieron o se transformaron drásticamente durante el período Colonial.
Pero además, se enfrentan los posibles cambios en el tiempo de la primigenia
función y uso social otorgada por sus creadores, incluyendo las contadas
comunidades indígenas que actualmente mantienen operativos sitios con arte
rupestre en sus espacios ancestrales.
Asimismo, se presenta el
reto de la determinación cronológica de los materiales (absoluta o relativa),
pues a pesar que en otras latitudes se han diseñado y aplicado algunos
procedimientos técnicos, éstos, no obstante, se hallan ...“en fase experimental y sus resultados son aún motivo de controversia”[10]
(Martínez y Botiva 2004: 42). Es allí, tal vez, donde la cerámica presenta
mayores ventajas, pues es capaz de ofrecer dataciones mayormente confiables.
Frente a este panorama,
resulta un asunto escabroso acceder a la interpretación simbólica de
representaciones visuales y demás manifestaciones del arte rupestre venezolano.
Como punto de referencia sólo se tienen algunos datos etnográficos colectados
entre comunidades indígenas actuales y del pasado reciente (siglos XVIII al XX)
en ciertos espacios al Sur del país. Estos grupos se asumen como posibles
descendientes directos de los productores-usuarios de artefactos que perviven
en sus contextos geográficos, los cuales han conservado imaginarios utilizados
por investigadores para hacer inferencias generales sobre la significación de
los mismos.
Las dificultades aquí
esbozadas, acaso sean causantes del relegamiento del arte rupestre como valiosa
fuente de datos en los estudios arqueológicos del país. Efectivamente, modelos
planteados para explicar el origen de las sociedades aborígenes venezolanas y
las posibles rutas migratorias que transitaron se siguen sustentando
principalmente en evidencias surgidas de los restos cerámicos (Cfr. Zucchi,
1985; Tarble, 1985, Oliver, 1989). Es
poca la sistematicidad que la arqueología venezolana ha dedicado al tema de las
relaciones entre el arte rupestre, la alfarería precolonial y la adscripción
lingüística y étnica de sus autores, orientada ésta casi de manera exclusiva al
estudio ceramológico sin prestarle atención a las demás evidencias del contexto
arqueológico. Se hace forzoso reflexionar entonces sobre la ineludible
necesidad de incorporar las manifestaciones rupestres dentro del discurso de la
disciplina arqueológica venezolana, acabando con el paralelismo y la poca
interrelación que han tenido. Citando a Antczak y Antczak:
...“el estudio del arte rupestre en Venezuela no puede
continuar transitando por caminos propios y separados de los estudios
arqueológicos. ¿Cómo podemos aceptar este estado de cosas, si es evidente que
la gente que creó y utilizó los petroglifos es la misma gente que dejó los
restos arqueológicos que hoy en día son objeto de excavación por los
arqueólogos? La arqueología necesita en la misma medida de estudios serios del
arte rupestre como éstos necesitan de la arqueología. Insistimos en que el
estudio arqueológico de una región no puede ser separado del estudio de los
petroglifos presentes en la misma región.” (2007: 134).
Con mayor énfasis, la marginación del arte rupestre
venezolano de la disciplina arqueológica se evidencia en modelos que han
intentado explicar el origen ancestral de grupos Arawak y Caribe y las rutas
migratorias por las que transitaron en suelo venezolano (Zucchi, 1985; Tarble,
1985; Oliver, 1989). Se sabe, de acuerdo a la bibliografía disponible (Tavera
Acosta, 1956; Padilla, 2009 [1957]; Sujo Volsky, 2007 [1975]; Delgado, 1976; De
Valencia y Sujo Volsky, 1987), de la profusa existencia por la franja
cordillerana Centro-norte costera, el piedemonte andino, la sierra falconiana o
el río Orinoco por ejemplo, de petroglifos, pictografías, cerros míticos
naturales y demás artefactos rupestres relacionados, que bien pudieran aportar
valiosa información en la comprensión de los procesos migratorios que se
intentan explicar. Ni qué decir de la presencia de objetos en áreas de las
Guayanas, río Amazonas y cuenca del río Negro-Guainía y regiones adyacentes al
territorio venezolano (Schomburgk R., 1841; Schomburgk M. R., 1922 [1847]; Im
Thurn, 1883; Koch Grünberg, 1907; Ortiz y Pradilla, 2002; González Ñáñez, 2007;
Valle, 2012). Cabría entonces la pregunta, coincidiendo con lo planteado por
Antczak y Antczak, ¿Acaso el arte rupestre no es un producto surgido mayormente
de la labor de estos mismos actores sociales que los arqueólogos aluden en sus
modelos?
Empero, y en pro de
enfrentar estas vicisitudes, algunos estudiosos han asumido la tarea de trazar
marcos teórico-metodológicos orientadores, tema que se erige vital para la
consolidación del arte rupestre como valiosa fuente de datos. Sobre ello se
intentará brindar aportes en próximos trabajos.
4. Para la discusión
En consonancia con los planteamientos antes dichos, el
estudio del arte rupestre venezolano enfrenta en la actualidad el reto de su
incorporación como valiosa fuente de datos para explicar el devenir histórico de las pretéritas sociedades indígenas. Lamentablemente, y a pesar de los logros obtenidos en los
últimos años, siguen siendo escasos los aportes en ese sentido. Se trata entonces de conciliar y afiliar en su
verdadera dimensión este legado histórico dentro de un contexto amplio de
investigación, en tanto representante de la cultura material de los grupos
precoloniales. La tarea se hace tanto ineludible como necesaria, implicando la
conjugación de métodos, discursos y modelos emanados del seno de la disciplina
arqueológica.
Pero además, la praxis investigativa del arte rupestre
venezolano espera por cobrar relevancia dentro de contextos históricos fuera
del período precolonial, involucrando variadas disciplinas y métodos, principalmente
histórica, etnohistórica, etnográfica, arqueológica y antropológica.
Ciertamente, a pesar de las drásticas transformaciones (y en muchos casos
extinciones) experimentadas por las sociedades aborígenes luego de la
colonización europea del s. XVI -que, de seguro, habrían generado cambios en
los usos e imaginarios asociados a los sitios y artefactos arqueológicos-, la
incorporación del estudio rupestre pudiera dar cuenta de particulares tramas
sociales y culturales dignas de ser comprendidas y aprehendidas. Tales usos (o
desusos) y elementos simbólicos relacionados, no obstante haberse producido
diacrónicamente mudanzas, pérdidas, mutaciones, olvidos o resignificaciones a
través del tiempo, son capaces de ser abordados como problemas de investigación,
conjugando la investigación documental, el trabajo arqueológico y la indagación
etnográfica, esta última en torno a las comunidades involucradas, bien
indígenas, campesinas (criollo-mestizas) o urbanas.
En suma, Venezuela pareciera pasar del millar de
sitios con arte rupestre, la mayoría a la espera de cumplir su rol dentro de la
praxis investigativa interdisciplinaria. En los últimos años, la tendencia ha
sido hacia la incorporación, no obstante seguir relegado el arte rupestre como
valiosa fuente de datos. Esta incorporación se hace vital, en vista del avance
desmedido de los factores antrópicos que atentan cada vez más contra la
conservación y permanencia in situ de
las manifestaciones rupestres, lo que constriñe y deja escapar las
oportunidades para indagar sobre aspectos relevantes del pasado histórico
nacional.
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Notas
[1] Que a su vez pueden
tipificarse en alineamientos, ringleras y monolitos.
[2] Bajo el término
micropetroglifos, Sujo Volsky (1987: 89) incluyó dentro del arte rupestre
venezolano a pequeñas rocas muebles grabadas con símbolos abstractos, algunas
localizadas en el subsuelo y posiblemente vinculadas a enterramientos (ver
también Torres Villegas, 2010: 17). Al parecer, tal adscripción podría ser
improcedente, pues estos objetos poseen atributos que entrarían en
contradicción con las características destacables en los otros tipos de
manifestaciones rupestres, entre ellas la poca durabilidad, la cualidad de ser
transportables y posiblemente intercambiables, además de su localización
mayormente enterradas.
[3] Esto es, antes del arribo de los europeos a América a finales del siglo XV d.C.
[3] Esto es, antes del arribo de los europeos a América a finales del siglo XV d.C.
[4] Tomando las palabras de Im
Thurn (1883). Ciertamente, podría especularse que a la llegada de los europeos
(siglo XVI) el arte rupestre era un “arte olvidado”, pues las fuentes
histórico-documentales del período Colonial no hacen alusión a su producción y,
rara vez, a su uso o a imaginarios asociados entre los indígenas ocupantes del
territorio venezolano.
[5] Los cerros y piedras
míticas naturales, aun sin poseer trazas de trabajo humano, guardan relación
con algunos mitos colectados entre los grupos aborígenes que existen o
existieron en sus predios, conformando significativamente el paisaje cultural de
éstos (Sujo Volsky, 1987: 100).
[6] A excepción del único
geoglifo reportado en el país, conocido entre los habitantes de sus predios
como la “Rueda del Indio”. Se trata de una representación en bajo relieve
lineal de 32 metros de largo, lograda con la excavación de surcos de un metro
de ancho y cuarenta centímetros de profundidad, acaso de mayor hondura inicial.
Se ubica en la ladera de una estribación montañosa que bordea el valle de
Chirgua, municipio Bejuma, estado Carabobo, en la región Central venezolana
(Delgado, 1976: 247-248).
[7] A excepción de los
micropetroglifos, como ya se comentó.
[8] Del cual quien escribe es
uno de sus egresados.
[9] En tanto que el término
“etno” daría cuenta de: ...“los saberes
producidos por los grupos culturales y étnicos extraoccidentales en oposición a
los producidos por la modernidad occidental, en cuyo seno se habrían gestado
las "”ciencias", es decir, saberes con valor universal” (Amodio,
2005: 153).
[10] Para ahondar sobre
estudios arqueométricos aplicados en la datación de petroglifos y pictografías,
revisar Villaverde Bonilla (2008), entre otros.
Ante todo muy buenas noche. Hoy me levante pensando en toda la historia que esconde nuestro bello pais como lo es venezuela y que es una lastima no poder contar con el Gobierno. Ya que tenemos mucho que investigar y mostrar al mundo la belleza de nuestro pais. Aparte de como an destruido todo. Mis disculpa por la escritura. Graciad
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