Estado e identidad nacional del entresiglos XIX-XX
Apartado del artículo "Patrimonialización de sitios con arte rupestre en Venezuela", publicado en el Boletín del Museo Paraense Emilio Goeldi de Ciencias Humanas, vol 18, n. 2, e20220073, 2023. disponible: https://doi.org/10.1590/2178-2547-BGOELDI-2022-0073
Durante
la segunda mitad de siglo XIX, las élites gobernantes de los Estados nacionales
hispanoamericanos emprendieron la labor de construcción de ‘identidades
civilizadas’. Ello significó la colocación de referentes culturales europeos en
rango de superioridad frente a los amerindios y afro-americanos (Ansaldi y
Giordano, 2012, 75). Los grupos de poder político se suscribieron a las ideas
de la llamada ciencia positivista decimonónica, tal cual se anuncia en ‘Facundo’ (Sarmiento, 1977) y otras
obras de ensayistas y literatos latinoamericanos de la época.
Así
pues, los gobiernos fijaron el objetivo primordial de instaurar el gran
proyecto civilizatorio, comenzando con inculcar el reconocimiento de una
génesis nacional, con sus vicisitudes e hijos ilustres (Guerra, 2003, 11;
Quijada, 2003, 289). Se crearon mitos colectivos, una memoria histórica
integrada por héroes nacionales, imágenes, cultos y relatos genésicos como símbolos
de identidad común (Quijada, 2003, 302-303). Se construyeron monumentos, obras
plásticas, espacios públicos, panteón de próceres; se crearon celebraciones,
conmemoraciones, fechas patrias y demás (Ansaldi y Giordano, 2012, 71).
Otra de las metas fue romper con las diferenciaciones y costumbres ubicadas fuera de lo urbano y lo europeo. Se abogó por la creación y masificación de un sistema educativo liberal que instruyera a las personas “…sobre sus deberes cívicos y nacionales, y de promover la estabilidad social fomentando un sentido de comunidad nacional y responsabilidad social” (Smith, 2006, 18)[1]. El punto se centró en construir una ‘historia patria’ exaltadora de los europeos y sus descendientes en los hechos de la conquista e independencia. Entretanto, se relegó la historia de los grupos amerindios, asumiéndose como mera curiosidad etnográfica (Harwich Vallenilla, 2003, 540).
En Venezuela, la primera versión oficial de la historia surgió en 1841 con
el libro ‘Resumen de la Historia de Venezuela’, de Rafael María Baralt[2]. Esta obra instauró un
discurso homogeneizador de la génesis nacional, vinculado con la inserción de
América a la tradición greco-romana. Antes de ello, Venezuela había sido –según
el discurso– un territorio poblado por grupos amerindios atrasados, sin ninguna
conexión con el resto del mundo. Los habitantes americanos se consideraron incapaces
de alcanzar la civilización por sí mismos, pues vivían en condición de
‘barbarie’ equiparable a los ‘brutos’. Los de Venezuela se situaron entre los
más ‘incultos y groseros’ (Baralt, 1841, 125).
Durante la segunda mitad del siglo XIX, ‘Resumen de la Historia de
Venezuela’ fue referencia importante en la enseñanza de la historia (Dorta
Vargas, 2017, 33). Otro texto ampliamente utilizado fue el ‘Manual de Historia
de Venezuela para el uso de escuelas y colegios’[3] de Felipe Tejera (1875), donde
la narración de los acontecimientos y hechos pasados inicia con el arribo español
a las costas venezolanas (1498). Para esas fechas, los grupos amerindios eran,
conforme el manual, “…tribus semisalvajes ó nómades, y había muchas de
antropófagos que se hacían la guerra para devorarse: la mas feroz era la de los
caribes que reinaban bravíos en todo el archipiélago del mar que lleva su
nombre.” (Tejera, 1875, 8).
A partir de estas consideraciones político-ideológicas, el Estado
venezolano comenzaría su actuación respecto al tema patrimonial. El énfasis fue
colocado en valorar referentes materiales (edificaciones, objetos,
instrumentos) y culturales (historia, lengua, religión, cultura) de origen
europeo. Sobre todo, se exaltaron los hechos relacionados con los héroes
independentistas que lucharon en pro de la instauración de ideas y concepciones
modernas. Los referentes amerindios se consideraron un escollo a superar para
alcanzar estatus de nación civilizada (Meneses y Gordones, 2009, 16; Álvarez,
2016; Dorta Vargas, 2017, 151-152).
Para comienzos de siglo XX, la historiografía oficial continuó expresando
estas orientaciones. Por ejemplo, Pedro Manuel Arcaya –miembro de la Academia
Nacional de la Historia[4]– dio por ciertas las
descripciones que misioneros Capuchinos hicieron sobre grupos amerindios habitantes
de los Llanos de la Provincia de Caracas en los siglos XVII y XVIII. Preguntándose
el historiador sobre la veracidad de estas descripciones, apuntaría:
De tal manera coinciden los datos que dejamos copiados [las descripciones], con los rasgos que ha fijado la ciencia contemporánea como característicos del hombre primitivo, que ninguna ilusión es posible y hay que convenir en la veracidad de tales noticias. […] vemos, con viva luz, el contraste del hombre primitivo con el civilizado, […] entre el pobre ser cuya descripción acabamos de leer y el misionero empeñado en la obra de su civilización. ¡Individualidades verdaderamente admirables estos sacerdotes! (Arcaya, 1911, 104).
Este manejo evolucionista de la historia marcaría el derrotero a seguir para alcanzar el anhelado grado civilizatorio. Según Laureano Vallenilla Lanz[5], el ‘primitivismo’ se superaría con la inmigración de personas de ‘raza blanca’ (no-española), “…único medio eficaz de mejorar la raza, los hábitos y la condición moral y política de nuestro pueblo, convirtiendo en verdadera nación este repartimiento de indo-afro-hispanos” (Vallenilla Lanz, 1991, 5). La inmigración venía exponiéndose desde el siglo XIX (Zawisza, 1997) como vía para mejorar la identidad étnica de la población. La ‘mezcla de sangre’ en Venezuela habría sido, según, causa principal del fracaso del proyecto republicano/civilizatorio (Arcaya, 1911, 254, 256). Las palabras de Arcaya son elocuentes en ese sentido:
…las ideas importadas de gobierno libre, republicano y responsable, por más que se las tradujo en leyes escritas, fueron impotentes para modificar los instintos más antiguos del pueblo venezolano, en materia de gobierno, heredados de las razas incultas primitivas, la negra y la india (Arcaya, 1911, 254).
En definitiva,
el
intento de creación de una identidad nacional venezolana durante el entresiglos
XIX-XX se desarrolló de manera excluyente, sin tomar en cuenta la experiencia
social e histórico-cultural amerindia, afroamericana y criollo-mestiza (Ansaldi
y Giordano, 2012, 42, 71). Se trató de un proyecto hegemónico engendrado y
promovido ‘desde arriba’ por clases dominantes que veían con vejación unos orígenes nacionales
sin raíces europeas. Las esperanzas se agolparon en el poder de la educación y
el ‘mejoramiento racial’, para crear costumbres cívicas y modernizar
mentalidades. Lo importante a destacar es
la repercusión que ello tendría en el tratamiento de las (in)materialidades
no-europeas, pasadas y presentes, pues el proyecto decimonónico de construcción
identitaria continuaría en buena medida influyendo las políticas públicas del
siglo XX y del XXI, como se argumentará en las próximas líneas con el caso del
arte rupestre venezolano (figura 2).
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Esquema gráfico general del proceso decimonónico de creación identitaria nacional. Infografía del autor. |
[1] Traducción del original
en inglés.
[2] En cooperación con
Ramón Díaz en la parte de las guerras de la conquista.
[3] Se sabe que este texto
se usó en la enseñanza escolar por lo menos hasta 1913, año de su quinta
edición (Tejera, 1913).
[4] Institución fundada el 28 de octubre
de 1888 por Decreto Orgánico del presidente de la República Juan Pablo Rojas
Paúl (Gaceta Oficial Nº 4.474). Véase https://www.anhvenezuela.org.ve/resena-historica/ (Consulta: 12 de
febrero de 2023).
[5] Quien fuera miembro y
director de la Academia Nacional de la Historia entre 1924 y 1927 (Pino
Iturrieta, 1997).
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