Petroglifos de la Corona del Rey: aportes para el conocimiento del patrimonio arqueológico de la cuenca del lago de Valencia, Venezuela

Leonardo Páez
Ponencia presentada en el V Encuentro de Teoría Arqueológica de América del Sur. Universidad
Central de Venezuela. Caracas. Año 2010
Publicada en http://www.rupestreweb.info/coronadelrey.html 

      Introducción 

     El yacimiento de Manifestaciones Rupestres de La Corona del Rey está situado en la fila La Josefina, estribo montañoso de la vertiente sur de la Cordillera de la Costa, bajo jurisdicción del Parque Nacional San Esteban, a 1.100 m.s.n.m., en la zona limítrofe entre los municipios San Diego y Guacara del estado Carabobo, región nor-occidental de la Cuenca del lago de Valencia. Ocupa un lugar estratégico de aproximadamente 4.000 m2, con una vista panorámica de las tierras llanas occidentales del lago de Valencia y los ramales montañosos que conforman la serranía [Fig. 1]. 
Ubicación geográfica aproximada de La Corona del Rey en la Cuenca del lago de Valencia, región Centro-norte venezolana, sobre mapa Google Maps.
     La fila La Josefina discurre casi en sentido norte-sur, separada por un abra natural de la fila Macomaco, donde actualmente cruza el corredor vial Yagua–Puerto Cabello. Por su flanco oeste posee nacientes que alimentan el río San Diego, y por el este brotan y hacen su recorrido las quebradas Los Colorados, Las Marías y El Pozote, afluentes del río Vigirima, hoy día intermitentes [Fig. 2]. Su flora está constituida por vegetación sabanera, bastante intervenida por los factores antrópicos, donde destacan chaparros, herbáceas y arbustos, conservando las márgenes de las quebradas sectores de bosques de galería. Su formación geológica, la misma de la Cordillera de La Costa, se produjo abruptamente del mar desde el Eoceno superior hasta el Oligoceno de la Era Terciaria, formándose el perfil básico de la zona hacia el Mioceno, hace unos 12 millones de años. Entre las rocas existentes se hallan las marmóleas, cuarcíticas y esquistos metamórficos (León, Falcón, Delgado S. y Delgado R., 1999: 38).  
Vista de la Fila La Josefina y la ubicación de La Corona del Rey sobre mapa Google Earth
Está atravesada en casi toda su extensión por una carretera de tierra que iniciada en su costado oeste, cerca de la citada autopista, discurre por la cumbre más allá de la fila, hasta el sector de La Josefina del cerro homónimo, donde otrora funcionaba un pequeño asentamiento agrícola dedicado al cultivo cafetalero. La vía se bifurca en un ramal que empalmando exactamente en el sitio de La Corona del Rey, baja por una estribación del lado este hasta la zona llana, a la altura del sector Tronconero del valle de Vigirima.

El origen del topónimo “Corona del Rey”, según José de la Cruz Lozada, habitante de la comunidad de Tronconero, tiene su génesis en la existencia de una roca grabada donde estaba representado un rostro con una especie de corona, sustraída del yacimiento cuando se realizaba la carretera, a mediados de los años 70 del siglo pasado, transportada en una de las máquinas operantes. Sin embargo, en opinión del profesor Armando Torres Villegas, investigador arqueológico fundador del grupo de investigaciones y exploraciones arqueológicas “El Petroglifo”, el nombre deriva de una disposición natural de rocas allí localizada, removida por los trabajos de construcción de la citada vía de penetración.

En las últimas décadas el yacimiento ha sido objeto del vandalismo, que sumado a la remoción de tierra y rocas provocada por la realización de la carretera, han suscitado la desaparición, fractura y desplazamiento de los petroglifos, no sólo de La Corona del Rey sino de Las Mesas y El Lunario, atravesados también por este camino. Las torrenteras de agua de la temporada de lluvias, desviadas de su escorrentía natural por la afectación humana del terreno, causan el socave y deslizamiento del material de la superficie terrestre, afectando las condiciones topográficas y produciendo la erosión progresiva del suelo, factor que ocasiona paulatinamente modificaciones y alteraciones en el material rupestre de estos lugares [Fig. 3]. 
Ubicación aproximada de los petroglifos de La Corona del Rey. sobre mapa Google Earth.
       Descripción general y metodología de campo

     La Corona del Rey conforma un circuito de yacimientos de Manifestaciones Rupestres, el de mayor altitud sobre el nivel del mar, enclavados en las faldas y laderas que circundan la fila La Josefina, constituyendo un punto intermedio entre éstas. En su cara este integra un micro-circuito con los sitios de Piedra Pintada, Los Colorados, Las Mesas, El Lunario y El Junco; mientras que por el oeste lo integra con los de La Cumaquita y Guayabal [Fig. 4].
Ubicación aproximada de los yacimientos rupestres alrededor de la Fila La Josefina sobre mapa Google Earth. 
 El sitio está caracterizado por la ubicación de gran cantidad de rocas metamórficas afloradas, de medianas y pequeñas dimensiones, particularidad que, sumado al estilo de realización y estado de conservación del material, dificultan las labores de exploración y registro. Por lo general las grafías se localizan de manera individual en rocas de pequeños formatos, a excepción de un panel rocoso que de seguro contenía más diseños de los mantenidos hoy día, desaparecidos por la acción del vandalismo. La observación detallada de los surcos revela variadas técnicas de ejecución, probablemente realizadas en épocas diferentes, observándose en la mayoría de los casos la figura ejecutada con un ligero golpeteo o pespuntado, sin ninguna fase posterior para ampliar la profundidad del surco o darle un acabado más refinado [Fig. 5]. Se advierten, en menor proporción, grafías con una mejor definición del surco, posiblemente por la utilización de técnicas abrasivas que permitieron su amplitud, tanto en ancho como en profundidad. Lo anterior permite deducir el uso y ocupación del espacio en un transcurso de tiempo en el cual la técnica de ejecución de los grabados sufrió variaciones importantes, tal vez producto de su perfeccionamiento o por el arribo de grupos humanos portadores de una concepción diferente de manufactura de los símbolos rupestres.
Técnica de percusión de los petroglifos de La Corona del Rey. Foto: Leonardo Páez
     Las jornadas de trabajo de campo han hecho posible hasta la fecha el relevamiento de 31 rocas con un total de 46 grafías. El registro está fundamentado en la obtención del diseño a través de la producción de calcos; tomas de imágenes fotográficas de las rocas, grabados y sitito circundantes; recolección de datos métricos descriptivo de los surcos, rocas, inclinación y orientación de las caras trabajadas; identificación de las técnicas de ejecución; y observación del estado de conservación [Fig. 6]. Se ha puesto especial interés y preocupación en la obtención fidedigna de los datos, en especial de la representación gráfica del diseño, en la noción de que, como lo señala Sujo Volsky, el proceso de deterioro a que están sujetas las Manifestaciones Rupestres por factores naturales o inducidos o provocados por el hombre, plantea la necesidad de registros precisos que permitan a los investigadores por venir realizar sus estudios con información segura y confiable (1975: 67, 136).
Registro de campo de los petroglifos de La Corona del Rey. Infografía: Leonardo Páez.
      Arqueo de fuentes 

    En líneas generales el arqueo de fuentes documentales arroja escasa información que de fe sobre la existencia del material rupestre de La Corona del Rey y los otros yacimientos del circuito, abordando propuestas de significancia, cronologías, clasificaciones, estilos o comparaciones derivados de la observancia científica de sus petroglifos, construcciones pétreas y restos cerámicos prehispánicos. La mayoría de la bibliografía presente se circunscribe al sitio de Piedra Pintada, sin que se haya abordado de manera integral el registro sistemático de los elementos arqueológicos alojado en sus predios; destacándose en este caso los trabajos de Oramas (1959 [1939]), Delgado (1977), León en conjunción con otros autores (1999) y el realizado por el Instituto del Patrimonio Cultural (1997). 

De los otros sitios es poca la información, consistente en algunas imágenes fotográficas y someros datos en publicaciones de Diessl y León (1968), Hellmuth Straka (1975), Rafael Delgado (1977), Omar Idler (1985) y Sujo y de Valencia (1987), sin ahondar en muchas especificaciones. Cabe señalar que se encuentran inéditos a la fecha los resultados de la exploración y registro del yacimiento La Cumaquita, bajo la dirección de Idler (2000); y el ensayo de Páez (2003) sobre los resultados de sus estudios en los sitios de Los Colorados y El Junco. Ambos trabajos, al publicarse, ampliarán el conocimiento del material rupestre de esta región, discurriendo sobre temas relacionados con la data, hipótesis de significancia, estado de conservación, clasificación  y codificación general de los glifos contentivos de estos yacimientos.

      Análisis de los diseños y clasificación 

      Los petroglifos de La Corona del Rey están ejecutados en bajo relieve lineal, con preponderancia de las formas biomorfas y sujetos al equilibrio proporcionado por la simetría. Se observa en los motivos el dominio de líneas rectas y anguladas, visibles en grecas, formas cuadrangulares y segmentos de ángulos rectos; y líneas curvas, representadas en volutas y trazos arqueados. Destaca la poca preponderancia del círculo y el punto, la ausencia de motivos concéntricos y diseños en espiral, encontrada esta última sólo como motivo en forma de voluta. La clasificación de acuerdo a la figura la dominan las antropomorfas (43%), seguidas de las geométricas (31%), antropo-geométricas (14%) y zoomorfas (10%) [Fig. 7].
Clasificación de los diseños de acuerdo a la figura. Infografía: Leonardo Páez
El análisis iconográfico revela la presencia de un repertorio simbólico muy particular, con grafías que no guardan semejanzas con otras conocidas del territorio de la Cuenca u otra región venezolana. Glifos singulares, esquemáticos, sencillos en el trazo, aportan indicios de la construcción de un simbolismo local asociado directamente a un grupo y una época específica. Expresan la marcada preocupación por la simetría, que provee al diseño armonía, proporcionalidad y equilibrio. Estos símbolos particulares, creaciones autóctonas o locales de este lugar específico, si bien se alejan de los modelos comunes o repetitivos, se ubican en una realidad que debe ser abordada dentro de las generalidades arquetípicas de los antiguos pobladores de la Cuenca Tacarigüense. 

Diseño CR-I-16-01 
En esta línea se inscriben, entre otros, un diseño antropomorfo (CR-I-16-01), logrado magistralmente con un sólo trazo, representando hipotéticamente el torso y las piernas abultadas de una figura humana [Fig. 8];  un diseño antropo-geométrico (CR-I-08-01), de cabeza cuadrangular y extremidades inferiores en forma de grecas, con rasgos que evocan a las figulinas conocidas como “Venus de Tacarigua”, propias de la región del Lago; un diseño zoomorfo (CR-I-01-01), de cabeza cuadrangular, cuerpo filiforme y tres pares de patas, una de ellas tridactilar; una representación antropomorfa (CR-I-05-02), de cuerpo rectilíneo y extremidades de líneas curvas; y un diseño muy exclusivo, clasificado tentativamente de antropomorfo (CR-I-09-01), representando tal vez un rostro o máscara de contorno circular, con apéndices anteniformes y corporales [Fig. 9].

Diseño CR-I-09-01
A su vez se encuentran diseños localizados y documentados en otros yacimientos de la Cuenca y distintas zonas del país. Estas expresiones simbólicas representan modelos arquetípicos que lograron su dispersión a través de las travesías migratorias que protagonizaron los colectivos étnicos, transmitiéndose y reproduciéndose de generación en generación, ostentando aún en ciertos espacios su valor y sentido primigenio. Bajo esta óptica se inscriben algunas grafías de este yacimiento, que si bien posee -como anteriormente se señala- formas sui géneris de representación simbólica, también ostenta estos diseños comunes, algunos incluso con propuestas de significancia sustentadas en estudios etnográficos. A esta característica responden un diseño en rostro antropomorfo (CR-I-27-01), con apéndices radiantes y rasgos donde destaca la presencia de la “T amazónica”; una representación geométrica (CR-I-20-01), de forma cuadrangular y divisiones en su interior formadas por líneas rectas y anguladas que le proporcionan un aspecto laberíntico; y dos diseños geométricos localizados en la misma roca (CR-I-13-01 y CR-I-13-02), conformados por un par de líneas paralelas horizontales que sus extremos finalizan en volutas enroscadas de manera inversa [Fig. 10 y 11].

Diseño CR-I-27-01 
Estilo de Ejecución y aproximación cronológica 

    El análisis del estilo de ejecución de los glifos, en conjunción con el estado de conservación, permite formular algunas hipótesis sobre el uso y ocupación del yacimiento de La Corona del Rey. En primer término, se observa el dominio de símbolos realizados con la aplicación de la técnica de percusión indirecta, utilizando instrumentos líticos que fungían de cincel y martillo. Se advierten en los glifos de este estilo marcadas diferencias en el estado de conservación, algunos muy difusos y tenues, otros mejor definidos y varios de observancia a simple vista; lo que hace presumir la práctica de esta técnica por un prolongado periodo de tiempo, sin sufrir significativas variaciones. A este estilo corresponden, entre otros, dos diseños localizados en la misma roca, uno zoomorfo (CR-I-05-01), de cabeza lineal con un ligero engrosamiento, cuerpo lineal y tres pares de patas, dos de ellas finalizando en volutas; y otro antropomorfo (CR-I-05-02), descrito anteriormente, muy esquemático y estilizado [Fig. 12].

Diseño CR-I-13-01 
      En segundo lugar se encuentran, en menor proporción, glifos mejor acabados y definidos; en este caso se obtuvo una mayor anchura y profundidad mediante la aplicación de técnicas abrasivas posterior al inicial percutido, a través del raspado con instrumentos de piedra, para luego suavizar los surcos por fricción con el uso de arena y agua. A este estilo pertenecen los diseños del panel rocoso de 8,33 metros de ancho por 3,47 metros de alto, los más emblemáticos y visibles a simple vista del lugar; al parecer constaba de más símbolos, pues el desprendimiento de las capas superficiales de este afloramiento hace pensar en la presencia de otros que no sobrevivieron a las acciones vandálicas de los depredadores del patrimonio.  

   Lo anterior indica la existencia de dos períodos en los que diferentes grupos elaboraron los petroglifos de La Corona del Rey. Ahora bien, resulta una tarea escabrosa y un reto al intelecto su identificación, tratando de establecer algunas aproximaciones cronológicas. Inclusive, determinar los grabados más antiguos de los más recientes representa de por sí, a la luz de las limitaciones técnicas, un osado acto especulativo, pues a pesar de la información suministrada por el estilo de ejecución y la conservación de los grabados que darían razones para pensar en una antigüedad mayor para los más toscos y meteorizados, ésta de por sí no ofrece resultados conclusivos.
Diseño CR-I-05-01
No debe descartarse, sobre la base de otras evidencias, una producción “decadente tardía” en las manifestaciones rupestres de la región, tomando en consideración, por ejemplo, el arribo de los grupos Caribes en los últimos siglos del período prehispánico, dando inicio a un proceso histórico de transculturación entre éstos y los primigenios Arawaks, que evidentemente debió producir considerables modificaciones en las relaciones sociales y de producción de las comunidades asentadas (Idler, 2004: 91,105-113,116). De hecho, a la llegada de los invasores europeos la presencia de aldeas o asentamientos pertenecientes a ambos grupos muestran  marcadas diferencias con las grandes necrópolis y demás restos arqueológicos que demuestran un importante poblamiento de la región lacustre que alcanzó su esplendor alrededor del siglo X de nuestra era (Sanoja y Vargas, 1999: 176,183). 

Esta decadencia explicaría el por qué los grabados de La Corona del Rey elaborados con la técnica de percusión indirecta, sin ningún otro proceso de ensanchamiento o profundidad de los surcos, se localizan en rocas de pequeñas dimensiones, a diferencia de los de mejor acabado y profundidad ubicados en el afloramiento rocoso de mayor dimensión, situado además en un lugar estratégico que permite visualizar las tierras llanas del lago y otras áreas de la Cordillera [Fig. 13]. Esta variable no sólo se percibe en La Corona del Rey, sino en los otros yacimientos del circuito, en especial en La Cumaquita, Guayabal y en menor proporción en Piedra Pintada. En base a este planteamiento pudiera interpretarse que la roca principal o mayor es, precisamente por su mayor disposición, ubicación y soporte, el punto inicial en donde comenzaron a ejecutarse los grabados de estos sitios, utilizándose posteriormente los formatos de roca más pequeños de las adyacencias.  
Roca mayor de La Corona del Rey. Foto: Leonardo Páez, año 2009.
Al respecto, los estudios preliminares de Idler del año 2000 en el yacimiento de La Cumaquita, aún inédito, expresan exactamente lo contrario. En una aproximación cronológica relativa identifica los grabados más antiguos a los poseedores de un estilo más tosco y tenue, ubicados en rocas de pequeñas dimensiones; y los más recientes correspondientes con la mayor proporcionalidad de los surcos y resolución estética, dispuestos precisamente en las rocas más prominentes. Plantea este autor que la manufactura de los petroglifos de este yacimiento ocurrió sucesivamente en un período comprendido entre el siglo VIII y XV de la era cristiana, sin descartar la realización de algunos en el siglo XVI.

Sobre la antigüedad de los grabados rupestres de la Cuenca del lago de Valencia, León y otros (Op. Cit.), en un estudio del yacimiento Piedra Pintada, expresan también algunas opiniones. Observan similitudes estilísticas entre los grabados de este sitio con la Serie Cerámica Barrancoide, en correspondencia con la llegada de comunidades aborígenes de lengua Arawak provenientes de la región del Bajo Orinoco, específicamente del área de Barrancas, ocurrido según Cruxent y Rouse en los albores de la era cristiana (Sanoja y Vargas, Op. Cit.: 172); por estas razones establecen hipotéticamente una cronología relativa entre los años 1 y el 700 d.C., de autoría a grupos Arawak, con una ocupación posterior del sitio por etnias vinculadas a la Serie Cerámica Valencioide entre el 800 y el 1500 d.C., estas últimas de filiación lingüística Caribe.   

Para los inicios de producción de grabados rupestres en la región lacustre del Lago se debe considerar la posibilidad de fechas más tempranas. Entre el 1.600 y 600 años a.C. existían ya en el área campamentos de recolectores-cazadores en proceso de tribalización (Op. Cit.: 170), con poblados semi-permanentes e incipientes prácticas agrícolas, en clara asociación con el modo de vida característico del sitio arqueológico Las Varas, de la región costera del noreste de Venezuela. Según las evidencias arqueológicas este modo de vida refleja la fabricación de variados instrumentos de piedra, concha y madera, usados en la explotación de los recursos naturales; y la realización de prácticas ceremoniales asociadas a la producción de figulinas antropomorfas y biomorfas, así como al uso de sustancias estimulantes (Ibidem: 152, 153). No sería osado suponer que estos grupos, establecidos en la región lacustre antes de los Barrancoides, estén involucrados en la génesis de los símbolos rupestres del territorio. 

Pero no cabe duda que la mayor producción de petroglifos y demás Manifestaciones Rupestres de la zona lacustre del lago de Valencia se ubica posterior a los inicios de la era cristiana. Los estudios arqueológicos revelan dos procesos migratorios importantes de comunidades agroalfareras en este período, provenientes de la región orinoquense (Cruxent y Rouse, 1982 [1958]: 306-318). Según Sanoja y Vargas (OP. Cit.: 172-185) los modos de vida de estos grupos totalmente tribalizados marcaron una significativa evolución en las relaciones sociales, desde las formas igualitarias de los primeros hasta las formas jerárquicas cacicales de los segundos, iniciada esta última etapa en los alrededores del año 1.000 de nuestra era, asociada a la macrofamilia lingüística Caribe.

Según estos planteamientos, la autoría de los sitios arqueológicos de la región oriental y occidental del lago de Valencia pertenecientes a la Serie Cerámica Valencioide, estaría en correspondencia con los grupos Caribes. Sin embargo, Idler (Ibidem: 116-118,124,125) se contrapone a esta presunción, al proponer una ocupación más tardía de los grupos Caribes y Caribanos de la región del lago, desplazando por la fuerza a los primigenios Arawaks de sus espacios, aunque no todos, u ocupándolos cuando ya éstos la habían abandonado, como pudo pasar con los montículos artificiales de tierra de las orillas del río Aragua y el llano de Guaracarima, en la región oriental de la zona lacustre. 

Con toda una panorámica de presencia de grupos humanos en la cuenca del lago de Valencia que se remontan a períodos anteriores a la era cristiana [Fig. 14], y la inexistencia de técnicas de datación absoluta, la interrogante principal planteada en las Manifestaciones Rupestres de la región es la de determinar con exactitud el tiempo de realización de los grabados y la filiación lingüística de sus creadores, específicamente cuáles son los de autoría Arawak y cuáles los de procedencia Caribe. Este enfoque conlleva a preguntarse, a sabiendas que ambos grupos fueron pueblos grabadores de petroglifos, si cada uno de los yacimientos rupestres de la Cuenca poseen exclusivamente símbolos de una sola de estas parcialidades o si, por el contrario, se encuentran superpuestos unos con otros, inclusive en una misma roca. En ambos casos, ¿Cómo determinar los Arawaks? ¿Cómo los Caribes?
Antiguos pobladores de la Cuenca Tacarigüense. Infografía: Leonardo Páez
Análisis interpretativo y comparativo

El sitio de La Corona del Rey acaso representó para sus creadores un importante espacio de uso ceremonial asociado a las prácticas religiosas sustentadas bajo la concepción totémica. Esto se refuerza por la ausencia de objetos materiales que indiquen un uso diferente, bien como sitio de residencia, de enterramiento u otra índole. Los petroglifos fungían de recursos mnemotécnicos del que se valía el iniciado para encaminar el ritual mágico en agrupar la energía del tótem en beneficio del grupo, permitiendo la potenciación, protección y dirección de las actividades de subsistencia (Cardozo, 1986: 116-120).

Según la visión totémica, estos ritos propiciatorios asociados a los sitios rupestres perseguían el contacto con las “fuerzas ocultas” que rigen el mundo natural para intervenir favorablemente en los procesos vitales de la existencia, como la fertilidad, la lluvia, la caza, la siembra, la muerte, las enfermedades, los fenómenos naturales, entre otros. Bajo este punto de vista, resulta de mucha ayuda en la interpretación de los glifos ahondar en los estudios etnográficos y etnológicos, en los rituales, mitos y demás aspectos culturales de los grupos étnicos, prestando especial atención a las investigaciones de las regiones donde aún se conservan estas expresiones relacionadas con las Manifestaciones Rupestres. De igual manera es conveniente acometer el análisis comparativo de los diseños que permita visualizar filiaciones culturales por vía de la expansión territorial de los símbolos.

Bajo esta perspectiva, se localizan en La Corona del Rey dos símbolos geométricos del mismo valor arquetípico (CR-I-13-01 y CR-I-13-02), acompañados en la misma roca por un rostro antropomorfo (CR-I-13-03) posicionado debajo de ellos [Fig. 15]. El mismo diseño geométrico se encuentra representado en varias zonas de la Cuenca del río Negro-Guainía, límite entre Colombia, Brasil y el estado Amazonas [Fig. 16], representando entre los guarekenas, etnia de filiación lingüística Arawak, una “Kasijmalu”, es decir, mujer menstruante, iniciada, en ayuno (Sujo Volsky, 1987: 77). En el ritual de iniciación de la mujer guarekena durante la primera menstruación, este símbolo es usado en la pintura corporal y en la cestería, en clara identificación con la concepción totémica; los diseños corporales usados en este rito “representan antepasados míticos, animales pensantes que fueron el padre o progenitor del cual ellos descienden, y que los une como pertenecientes a una misma sangre” (Ibidem: 77,79). Interpretaciones análogas se recogen entre otros grupos del área, como exogamia entre los Tukano y “hombre y mujer dándose la espalda” entre los Curripaco (Ortiz y Pradilla, 2000: 20), ambos casos en correspondencia con la significación de “mujer prohibida” de los guarekenas.
Modelo esquemático del petroglifo de La Corona del Rey y petroglifo de la zona del río Guainía. Infografía de la derecha: Leonardo Páez, Fuente de la izquierda: Ortiz y Pradilla (2002).







La escena de La Corona del Rey estaría representando, por tanto, una “Kasijmalu” o mujer prohibida, acompañada por los espíritus protectores de sus antepasados que la acompañan en el ritual de iniciación femenina. La misma representación se repite en el estado Yaracuy, en el Cerro de Las Letras, cerca del poblado de Campo Elías, donde se observa un rostro antropomorfo rodeado de los motivos geométricos por tres de sus costados (Sujo y de Valencia, 1987: 358). De igual manera en Piedra Pintada está la primorosa representación conocida popularmente como “Diosa de la Lluvia”, un diseño antropomorfo donde se destaca el motivo arquetípico en cuestión que, aunado a otras similitudes con grafías del territorio amazónico antes mencionado, hacen presumir una interpretación asociada a las concepciones totémicas de los grupos de esta región (Páez, 2009). Todo lo anterior conduce a pensar en el uso y ocupación de estos sitios rupestres por los grupos Arawaks [Fig. 17 y 18].
Petroglifo del Cerro de Las Letras. Fuente:  Sujo y De Valencia, 1987. Derecha:
“Diosa de la Lluvia” con resaltado digitalizado del motivo geométrico en cuestión. Foto: José Ignacio Vielma, año 2004.
Otro diseño de La Corona del Rey que puede ser interpretado bajo la concepción totémica es una representación antropomorfa (CR-I-19-01), personificando una escena de alumbramiento [Fig. 19]. De singular simpleza en el trazo, está conformado por un rostro oval, cuello lineal, extremidades superiores e inferiores esquematizadas en cuatro líneas verticales y paralelas, y un punto en la parte inferior central de la composición. Los brazos, deducibles por la menor extensión de las líneas, se encuentran extendidos hacia el nuevo ser, simbolizado en el punto. Otra representación de parto (CR-I-07-01) se localiza en el yacimiento, personificada por una figura humana que en sus piernas abiertas se encuentra  una especie de bola o círculo [Fig. 20]. Estas escenas, recurrentes en los petroglifos, según la hipótesis planteada guardan relación con los rituales propiciatorios de la fertilidad de la mujer, socorriendo al chamán en el contacto con los espíritus protectores, dirigidos a favorecer la reproducción del grupo (Ibidem).  
Diseño CR-I-19-01 personificando una escena de alumbramiento. Derecha: Diseño CR-I-07-01 de análoga interpretación. Registro e infografía: Leonardo Páez.
Asimismo se apuntan en la significancia totémica dos rostros antropomorfos (CR-I-27-01 y CR-I-27-02), con apéndices radiantes y “T amazónica”, contiguos en la misma roca antes de la sustracción de uno de ellos, diseño comúnmente clasificado de astero-antropomorfo por la presunta emanación lumínica del sol expresada en las líneas externas del contorno. Sin embargo destaca la interpretación de Schobinger (1997), según el cual las líneas serían “las fuerzas radiantes o energéticas” de la representación humana, perceptibles para el chamán en los estados “alterados” de conciencia [Fig. 10].

Este diseño posee un amplio espacio de difusión en la región centro-norte venezolana,  abarcando desde el valle de Caracas en el Distrito Capital, por el este, hasta el valle de Chirgua en el estado Carabobo, por el oeste. El análisis comparativo ubica otra área de dispersión en la región del Orinoco Medio, encontrándose un rostro con los mismos motivos en la conocida “Piedra del Sol y la Luna” [Fig. 21], en Caicara del Orinoco (Sujo y de Valencia, Op. Cit.: 22-23). Lo anterior estaría en concordancia con los estudios arqueológicos que muestran las influencias en la región lacustre del lago de Valencia de los grupos de la Serie Cerámica Arauquinoide que, partiendo del Orinoco Medio, se establecen en el territorio hacia los siglos VII y VIII (Idler: Op. Cit.: 115,116), dando por resultado la formación de la “Cultura Valencia” o Serie Cerámica Valencioide, desarrollando éstos una “esfera de interacción” en tierra firme desde Cabo Codera en el estado Miranda, por el oriente, hasta Puerto Cabello en el estado Carabobo, por el occidente (Antczak, A. y antczak, M., 1999: 139,145). Esto pareciera establecer la autoría de los rostros radiantes al grupo Valencioide, con una cronología no mayor a 1.200 años antes del presente, faltando aún por determinar su filiación lingüística, tema en el que aún falta mucho por debatir. 
“Piedra del Sol y la Luna”, Caicara del Orinoco. Versión J.M. Cruxent. Fuente: Padilla, 1956.
Al respecto, Idler (Ibidem: 120,121) recalca la filiación lingüística Arawak de los Valencioides, a quien denomina “Arawakos del lago”, describiendo la “T amazónica” como rasgo arquetípico de este grupo, presente en las facciones de los rostros rupestres, apéndices cerámicos, vasijas efigies y figulinas del territorio Tacarigüense [Fig. 22]. Cabe la posibilidad, en lo concerniente a las Manifestaciones Rupestres, que el motivo arquetípico propio de los Valencioides haya iniciado en la Cuenca del Lago su periplo regional, dispersándose hacia las áreas adyacentes bajo su influencia. Para reforzar o rebatir esta presunción faltaría arremeter el análisis clasificatorio del motivo en todos los rostros de la región centro-norte del país, labor que abarcaría de por sí un trabajo por separado. Por lo pronto este estudio arroja, sobre un universo de 21 rostros radiantes inventariados en el territorio, un total de 76% de ellos provistos de la “T amazónica”, de los cuales 56% se localizan en la Cuenca Tacarigüense, lo que pudiera establecer inicialmente a esta zona como el foco de dispersión del motivo [Fig. 23].   
Presencia de la “T amazónica” en la alfarería y Manifestaciones Rupestres de la Cuenca Tacarigüense. Fuente: El Arte Prehispánico de Venezuela, 1999.  

Porcentaje de rostros radiantes con “T amazónica” de la región centro-norte venezolana. Infografía: Leonardo Páez.
Estado de conservación 

El patrimonio histórico-cultural alojado en La Corona del Rey se encuentra terriblemente deteriorado. Las condiciones a que están expuestos los petroglifos, producto sobre todo de factores provocados o inducidos por la mano del hombre, lo condenan a perderse irremediablemente en pocos años. Lo tenue de la mayoría de los surcos, aunado a las pequeñas dimensiones de los soportes rocosos y sus posibles desplazamientos a futuro, atentan en contra de perpetuarse en el tiempo [Fig. 24 y 25]. Otros factores de deterioro están representados en los incendios forestales, que cada año se acometen como “tradición”, y la propensión al saqueo y vandalismo que ya han causado estragos irreparables al patrimonio del lugar. 
Petroglifo fracturado por acción del vandalismo. Derecha: Vista parcial del yacimiento donde se observa  las pequeñas dimensiones de los soportes rocosos.
La conservación y defensa del sitio de La Corona del Rey está signada por la concienciación comunitaria sobre la importancia de este legado histórico, y sobre todo de la sensibilización y optimización del trabajo de las instituciones del Estado que les compete directamente los asuntos patrimoniales de la Nación. El abocamiento por parte de comunidades organizadas e instituciones gubernamentales, con apoyo de otras instancias sociales en las labores de defensa de La Corona del Rey y las demás decenas de sitios de Manifestaciones Rupestres de la Cuenca Tacarigüense, es una tarea urgente que no resiste aplazamiento so pena de perderse irremediablemente esta herencia cultural dejada por los antiguos habitantes de este territorio y los ingentes beneficios en el mejoramiento de la calidad de vida que desde diferentes enfoques podrían aportar. ¿Quién da un paso adelante?

Referencias

Antczak, A. y Antczak, M. (1999). La esfera de interacción Valencioide. En: Arroyo, M.; Blanco, L. y Wagner, E. (1999). El Arte Prehispánico de Venezuela. Fundación Galería de Arte Nacional. Caracas, Venezuela.

Cardozo, A. (1986) Proceso histórico de Venezuela. Tomo I: Las comunidades indígenas y la estructura de la sociedad colonial. Edición del autor. Caracas, Venezuela.

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