Los arawak y las manifestaciones rupestres del norte de Suramérica: de la amazonía a la región Nor-central venezolana
Leonardo Páez.
Conferencia presentada en el X Coloquio Guatemalteco
de Arte Rupestre. Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de
Guatemala. Ciudad de Guatemala, Guatemala. Año 2009.
El presente estudio se circunscribe a las relaciones entre las
manifestaciones rupestres de la región centro-norte venezolana y las prácticas
mágico-míticas del mundo aborigen, en especial a los elementos totémicos,
arquetípicos y rituales vinculados con la región geohistórica del noroeste amazónico,
en la cuenca del río Negro, territorio ancestral de los grupos maipure-arawak.
En las siguientes líneas abordaremos algunas aproximaciones de significancia
para ciertas grafías, en un osado intento de abonar el terreno para futuras
investigaciones que, con más herramientas de las poseídas actualmente, permitan
llegar a una comprensión absoluta de los procesos que intervinieron en la
realización de estos legados históricos.
Región Centro-norte venezolana. Elaboración propia. |
En la región centro-norte de
Venezuela, a lo largo y ancho del sistema montañoso de la Cordillera de la
Costa, desde el Distrito Capital hasta el estado Yaracuy, se encuentran cientos
de yacimientos de petroglifos que evidencian la presencia de pobladores
aborígenes antes de la llegada del invasor europeo. Estos símbolos rupestres
tenían un valor y un sentido dentro de la cosmovisión, mitología, historia y
ritualidad de las comunidades originarias que los concibieron (Ortiz y
Pradilla, 2002: 4). Las evidencias
arqueológicas prueban la ocupación de este territorio por comunidades
agro-alfareras en oleadas sucesivas provenientes de la cuenca amazónica que,
utilizando el río Orinoco como vía de comunicación y asentamiento, fueron
penetrando en continuos movimientos migratorios hacia la costa venezolana,
proceso que incluyó a las Antillas y la Florida. Los primeros grupos que
lograron primeramente arraigarse y expandirse por esta región fueron los
Arawaks, un milenio antes que los grupos Caribes (Arreaza, 2008: 6).
Movimientos migratorios de los grupos arawaks. Elaboración propia. |
Estas dos naciones, la Arawak y la Caribe, desarrollaron o trajeron
consigo sus códigos emblemáticos, reproduciéndolos en objetos de su
cotidianidad, en la cestería, alfarería, y por supuesto en las manifestaciones
rupestres. Los estudios de León (1999: 9) establecen los inicios de manufactura
de petroglifos en la cuenca del lago de Valencia, uno de los lugares de mayor
profusión de grabados de la región, en concordancia con la primera oleada migratoria
de grupos Arawaks, a principios de la era cristiana (siglo I d.C.),
incrementada ocho siglos después por la segunda oleada de etnias emparentadas
lingüísticamente a la primera (Idler; 2004). Su realización estaba en estrecha
relación con los fenómenos del mundo natural, de los animales, de las plantas,
del cielo, a las prácticas agrícolas, todo esto conectado con el mundo
mágico-mítico que intentaba establecer el equilibrio entre el mundo material y
el inmaterial. Para Gil (1999: 3) cada grafía posee un significado propio
asociado al grupo que lo elaboró, y para abordar su interpretación, urge el
estudio de las rutas migratorias por las que se movilizó la etnia y las
técnicas de elaboración practicadas, intentando establecer si se trata de
modelos universales característicos de varias regiones o por el contrario son
propios de un área específica.
En la observancia de grabados rupestres de este territorio es común
toparnos con imágenes que semejan actos de alumbramiento, gravidez o
menstruación. Estas escenas vienen acompañadas, en la mayoría de los casos, por
otras figuras que forman un hilo general del lenguaje ideográfico representado,
algunas tan contiguas que forman un único diseño. Al respecto presentaremos
algunos ejemplos y conjeturas.
En el petroglifo de la Avícola Roqué, en el sector Sabana Arriba del
municipio Miranda, estado Carabobo, se encuentra una grafía en estado de
gravidez y en posición de parto, unida en sus extremidades inferiores con una
figura animal y otra celeste, en compañía de otras inscripciones que forman
parte del contexto ideográfico general. Las representaciones zoo y asteromorfa
custodian el trance, en actitud de defensa y resguardo, ubicadas a ambos lados
de las piernas abiertas de la figura antropormorfa, prestas a dar cobijo al
hijo por nacer. Esta escena, según nuestra hipótesis, guarda relación con los rituales
propiciatorios de la fertilidad de la mujer; interviniendo los espíritus
protectores (los tótems) encargados de salvaguardar la subsistencia y el
bienestar del grupo clánico allí simbolizado.
Petroglifo de la avícola Roqué, sector Sabana Arriba, municipio Miranda, estado Carabobo. Foto, registro e infografía: Leonardo Páez. |
Igual interpretación merecen dos escenas de alumbramiento del yacimiento
“Piedra Pintada”, en el municipio Guacara, estado Carabobo. Al igual que en el
ejemplo anterior, una figura antropomorfa en estado de gravidez y en posición
de parto, ataviada con apéndices cefálicos en forma de volutas, forma conjunto
con una representación zoomorfa, unida a ella en una de sus extremidades. En la
misma roca y rodeando la escena se encuentran formas estelares, antropomorfas y
zoomorfas que no deben obviarse en un análisis más depurado. El cuadrúpedo, de
cola prensil y apéndices cefálicos que a su vez conforman la extremidad de la
figura humana, se ubica exactamente en la misma posición del ejemplo de la
avícola Roqué. La acción es clara: estar presente en el acto de alumbramiento
para brindar protección al nuevo integrante del clan matrilineal y así
favorecer la perpetuidad de su linaje.
Posible escena de parto en el yacimiento Piedra Pintada, municipio Guacara, estados Carabobo. Registro e infografía: Leonardo Páez. |
La otra representación de parto del yacimiento “Piedra Pintada” que
traemos a colación es la ubicada en la llamada “Piedra del río”, así nombrada
por el surco vertical filiforme que en exacta orientación norte-sur atraviesa
la roca en su centro, asociada según algunos autores a un arroyo o curso de
agua. En esta ocasión la figura, acuclillada en posición de parto, comparte una
de sus extremidades con otra grafía que evoca la forma de los ojos de una
lechuza. En el medio del diseño filiforme se distingue una figura humana formando
parte del diseño ideográfico general, que por la posición de sus extremidades pareciese
en estado de meditación. Nos encontramos hipotéticamente con la figura
Shamánica conectando el mundo material y el inmaterial, siendo el hilo
conductor la línea que en sus extremos personifica la tierra y el cielo (el
mundo material y el inframundo). En rocas cercanas se observan signos conocidos
como la “doble espiral invertida”, cuya utilización en los rituales de
iniciación femenina fue colectada por González Ñáñez entre los grupos
warekenas, de filiación lingüística arawak, habitantes de la región limítrofe
entre Colombia, Brasil y Venezuela (Sujo Volsky, 1987: 77).
Posible representación de parto en la "Piedra del río", yacimiento Piedra Pintada. Registro e infografía: Leonardo Páez. |
En esta misma dirección se inscriben las grafías contentivas de la
llamada “Piedra de la Fertilidad”, ubicada en el municipio Puerto Cabello,
estado Carabobo, donde una figura gestante acompañada de cinco representaciones
vulvares, se muestra al lado de una figura atribuible a un rostro zoomorfo. En
una roca contigua, formas estelares integran la escena.
Todas las representaciones mencionadas fungirían de recursos
mnemotécnicos a los neófitos e iniciados en los ritos propiciatorios
relacionados con el nacimiento, dirigidos a procurar la subsistencia y
reproducción del grupo. En el intento de intervenir favorablemente en este
proceso vital, el símbolo sagrado proyectaba el contenido derivado de la
psiquis, henchido de fuerzas que van más allá de lo terreno, facilitando el
contacto con las fuerzas ocultas que rigen el mundo natural. El común acto de
parir constituía un acontecimiento mágico, misterioso. Por tanto la potencia de
la hembra y su don debían acompañarse y dar una protección especial durante el
parto, abarcando hasta los primeros días de vida del recién nacido, donde
incluso el padre participaba activamente (Cardozo, 1986: 119). En la alfarería, la realización de figulinas
antropomorfas de sexo femenino, muchas de ellas en estado de gravidez, refleja
la preocupación y la atención prestada a los rituales de fertilidad.
Otros petrosímbolos de la región carabobeña nos permiten establecer
semejanzas estilísticas y arquetípicas con la región del Alto Orinoco y la
cuenca amazónica, poniendo en evidencia los movimientos migratorios de grupos
humanos de esas regiones hacia los territorios de la costa centro-norte
venezolana. En primer término dos figuras antropomorfas con los mismos valores
arquetípicos, representando el nacimiento del Sol, una en la isla María
Auxiliadora del Alto Orinoco, colectado por Rafael Delgado (1976: 242) y otra
de la cuenca del lago de Valencia, están asociadas simbólicamente a grupos
clánicos donde la figura totémica, el ente protector de los hijos nacidos y por
nacer, estaría sujeta a formas estelares. Y en segundo término una representación
geométrica, documentada en dos puntos de la geografía carabobeña: en la
quebrada Malbellaco del valle del río Chirgua, municipio Bejuma, y en el cerro
Las Rosas, municipio Guacara; esta última acompañando a una figura antropomorfa
que destaca su feminidad a través del motivo vulvar claramente definido entre
sus piernas. Esta figura se encuentra representada en una pictografía de la
Serra do Ereré, estado de Pará, en el Bajo Amazonas, Brasil (Pereira: 2003): el
símbolo mágico fue transmitido, reproducido y mantenido vivo de generación en
generación a través de los ritos asociados o no a las manifestaciones
rupestres, en el largo periplo migratorio protagonizado por los grupos Arawaks
que abarcó miles de años y kilómetros desde las tierras centrales de la cuenca
del río Amazonas hasta la región centro-norte costera venezolana.
Izquierda: diseño antropomorfo del Alto Orinoco. Fuente: Delgado, 1976. Derecha: diseño antropomorfo de Vigirima, municipio Guacara, estado Carabobo. Registro: Pérez-Páez. |
Izquierda: diseño rupestres del río Guainía. Fuente: Ortiz y Pradilla, 2002. Derecha: diseño del municipio Montalbán, estado Carabobo. Registro e infografía: Leonardo Páez. |
Izquierda: pictografía del Bajo Amazonas, estado de Pará, Brasil. Fuente: Pereira, 2003. Derecha: petroglifo del municipio Bejuma, estado Carabobo. Foto: Leonardo Páez. |
Según los estudios de Gerardo
Reichel-Dolmatoff sobre el uso ritual del yagé entre los tukanos del Vaupés, en
el noroeste amazónico, el consumo de drogas alucinógenas produce efectos
visuales geométricos universales, cuya significancia está ligada al grupo
cultural que lo codifica para darle un valor aceptado y reconocido por todos
(Ortiz y Pradilla, 2002: 20). Estos modelos arquetípicos se encuentran
representados en los petroglifos, bien sea como diseño o motivo dentro de éste,
lo que permite ratificar sus funciones ceremoniales en rituales de iniciación,
curación o de estrecha relación con el totemismo. Por ejemplo, según el autor
citado, las formas consistentes en cuadrángulos contiguos representativos de
fratrías o conjunto de fratrías, coinciden con la interpretación kurripako de
un petroglifo que se encuentra en Tuwirin, a orillas del río Guainía, y que
representa el conjunto de sus clanes (Op. Cit.: 21). La misma forma se
encuentra representada en el estado Carabobo, específicamente en la serranía La
Copa, municipio Montalbán; en el cerro La Pericoca, municipio Miranda; y en el
valle de Vigirima, municipio Guacara. Razón que nos permite establecer hipotéticamente
su significancia relacionada con la representación clánica de los grupos
Arawaks que habitaron esta región.
Cuadro de fosfenos inducido por el consumo ritual del Yagé entre los Tukanos del Vaupés, según reichel-Domatoff. Fuente: Ortiz y Pradilla, 2002. |
Siguiendo la relación entre la realización de grabados en piedra y las
prácticas religiosas, trataremos con más detalle el tema del totemismo. Dentro del pensamiento mágico aborigen se
imaginaba que un determinado animal, planta, cosa inanimada o cuerpo celeste,
podía agrupar su energía a favor del grupo social. Este grupo o clan se
identificaba con esta figura, representando su antepasado común: todos los
miembros del clan (muertos y vivos) eran hijos de ella, de allí provenían y le
encomendaban su protección. Esta idea, dirigida a incitar los sentimientos de
seguridad, solidaridad y pertenencia grupal es lo que se ha convenido en llamar
el tótem (Cardozo, 1986: 116-120).
El tótem es el antepasado del
clan, su espíritu protector y su bienhechor, protegiendo a los hijos. Aquellos
que poseen un mismo tótem están obligados a respetar su vida, abstenerse de
comer su carne (cuando son animales) o aprovecharse de él. Los vínculos y
relaciones familiares fundadas dentro del núcleo matrilineal estaban integrados
y coordinados con la concepción totémica (Op. Cit.).
Los rituales, incluyendo los
asociados a los petroglifos, con sus danzas, bailes, música y demás expresiones
tenían origen totémico. Guardaban relación con las actividades de la existencia
(caza, pesca, siembra, recolección), a los rituales de iniciación, nacimientos,
muertes, guerras, enfermedades o aptitudes frente a los fenómenos naturales. La
protección del grupo se obtenía mediante los rituales vinculados al totemismo
(Op. Cit.). Es por ello que la vinculación de los petroglifos de la región
centro-norte venezolana con una interpretación de origen totémico puede
proporcionar un acercamiento a su significancia, ayudados en el análisis
comparativo de las grafías y el estudio de las regiones donde aún se conservan
los rituales y mitos relacionados con las Manifestaciones Rupestres.
Un ejemplo de la conservación
de ritos asociados a los petroglifos lo encontramos en la laja de Ijnipan, en
el río Isana, límites entre Brasil, Colombia y Venezuela, donde según la
tradición de los grupos aborígenes de filiación lingüística arawak que ocupan
desde tiempos inmemoriales esos espacios, se encuentra representado la
ceremonia de Kuwai, el héroe cultural. Ese sitio es un lugar de instrucción en
el que los símbolos rupestres y las rocas asociadas conforman un contenido que
orienta a los neófitos e iniciados en los pasos del ritual
de iniciación que estableció el poderoso Kuwai para formar gente sabia. Asimismo en la laja de Jípana, en el río
Ayarí, afluente del Isana, se encuentran petroglifos y otras rocas encarnando
elementos de la ceremonia, como las flautas, el abanico de soplar las flautas,
las impurezas de los aprendices, Amaru, la madre de Kuwai, entre otros (Ortiz y
Pradilla, 2002: 13-15).
Laja de Ijnipan, río Isana, Noroeste amazónico, Brasil. Fuente: Ortiz y Pradilla, 2002. |
En el mito “Las hijas de Danto roban las flautas”, se describe como
Amaru, la mujer de Ñapirikuli y madre de Kuwai y las demás mujeres primigenias
llamadas Inamanai, se roban las flautas sagradas que se ejecutan en los ritos
de iniciación implantado por Kuwai. Ñapirikuli, el Dios creador, decide
castigar a las mujeres y recuperar las flautas, persiguiéndolas por todo el
mundo. En el sitio donde descansaron grabaron petroglifos, que de acuerdo con
la interpretación concuerdan con las rutas migratorias de los grupos Arawaks
hacia el norte, destacándose el río Atabapo como vía importante de comunicación
entre las cuencas del Amazonas y el Orinoco (Op. Cit.: 17).
Para fines de este estudio, dentro del conjunto de rocas y petroglifos
asociados a este mito, cabe destacar dos figuras antropomorfas en una roca
ubicada en el sitio conocido como El Coco, en el río Guaviare, representativas
de las mujeres primigenias Inamanai. Las características del diseño, como lo es
la forma cuadrangular del cuerpo, encerrando motivos geométricos asociados a
líneas curvas, anguladas y puntos; y la cabeza adornada con apéndices
anteniformes, son recurrentes en grabados de la región centro-norte venezolana
y las Antillas Menores. Dejamos abierta la posibilidad de interpretación para
estos diseños en concordancia con los ritos de iniciación o ceremonia de Kuwai,
en íntima relación con el proceso migratorio de los grupos Arawaks.
Siguiendo con las relaciones entre el totemismo y las manifestaciones
rupestres, Gaspar Marcano (1971: 233-234), recalca la costumbre entre los
indígenas norteamericanos de grabar tótems sobre piedra en el siguiente pasaje:
“...se ha
constatado en algunas comunidades indígenas la costumbre de escribir sus tótems
sobre algunas piedras, como los hombres civilizados inscriben sus nombres en
recuerdo de su presencia en los lugares célebres visitados frecuentemente...”
Los estudios de Díaz (1999) sobre la nación Warekena mencionan la
existencia de animales totémicos personificados en los petroglifos,
identificados con elementos zoo y asteromorfos:
“...En la
sociedad Warekena, al momento de la iniciación, cada miembro de la etnia se
identifica con su linaje; el del pez caribe, el del loro, el del báquiro... El
animal con el que se identifica cada linaje es llamado imákanasi. Todos los
apellidos de la gente, todos esos animales, los imákanasi, se hayan
representados en los petroglifos. Más adelante observamos que los imákanasi se
identifican con la astronomía, por ejemplo, el imákanasi garza tiene que ver
con la constelación que se observa en el cielo cuando comienza a declinar la
estación seca...”
En el mito de “Ñapirikuli y
los primeros hombres” se relata el origen de uno de los clanes principales de
los kurripako, grupo arawak colindante con la nación Warekena, asociado a las
pléyades (Ortiz y Pradilla, 2002: 10). El mito relata como Ñapirikuli, el
héroe cultural, junto a Yuuli (el pensamiento) y Maliri (el que combate la
enfermedad), buscando hombres para poblar la Tierra excavan un hueco en Jípana,
en el río Ayarí, saliendo de la tierra un Siussi-tapuia o waliperi, gente
pléyades, uno de los clanes mayores de los kurripako. Allí mismo en Jípana se
encuentra grabado en una roca la representación pleyádica, en que los miembros
de este clan se ven representados:
“...Otro motivo
astronómico recurrente es el de las pléyades, emblema de uno de los clanes
mayores de los curripaco. Se encuentra en Ewawika, en el caño Pamali, un
afluente del Isana en el territorio original de este clan, en Jípana (...). Su
representación consiste en un triángulo de puntos con una línea de puntos que
nace en uno de los vértices. También se representa como un conjunto de puntos
encerrado en un círculo, como en San Felipe, en el río Negro (Koch Grünberg
1907)...” (Op. Cit.: 22).
La misma
representación triangular con ciertas variantes la hemos registrado en varios
yacimientos de la región centro-norte venezolana, reforzando la pretensión de
la autoría a grupos arawaks la ejecución de algunas manifestaciones rupestres
de este territorio. Las diferencias, que en nuestra opinión no lo desvinculan
de la grafía originaria, están en el motivo triangular obtenido socavando
totalmente la roca. La línea que parte de uno de los vértices del triángulo,
siempre el que se dirige o señala hacia el suelo, varía en su extensión,
incluso algunos de más de un metro de longitud, como en el caso de la “Piedra
de la luna”, ubicada en la cuenca de la quebrada Cepe, en el municipio Mariño
del estado Aragua.
Las raíces del tótem pléyadico
entre los kurripako, siguiendo lo señalado por Idler para los grupos caribes
(2007: 9), podría estar vinculado a los ritos agrícolas asociados al paso de
esta constelación por la bóveda celeste. Las formas totémicas, en estrecha
relación con las actividades de subsistencia, en este caso potenciaban y
resguardaban las operaciones de siembra de los cultivos hortícolas entre los
grupos de esta región amazónica, ideándose y reconociéndose esta fuerza como
ente protector. Otro ejemplo se visualiza entre los grupos donde la caza
guardaba papel fundamental: En esta ocasión los enfrentamientos con animales
salvajes de potencias y destrezas mayores, indujo a distinguir un animal
totémico el cual reconocieron o imaginaron determinada fuerza. Este es el caso
de la etnia wayuu, grupo Arawak habitante de la península La Guajira, dividida
en clanes matriliniales no exogámicos, donde cada uno de ellos lleva asociado
un animal totémico (Perrin, 1993: 16).
Todo lo anterior permite resaltar la importancia del estudio de las
manifestaciones rupestres venezolanas en la reconstrucción del pasado histórico
prehispánico. Lamentablemente son muchas las rocas que han desaparecido,
producto de los factores humanos. Las que han podido sobrevivir se encuentran
en grave situación, condenadas a desaparecer en poco tiempo si no se ejecutan
políticas urgentes de rescate y conservación. Este escenario nos conmina a
realizar un llamado de alerta a toda la sociedad, al mundo académico, a las
instituciones gubernamentales, a la empresa privada, a todos en general. La
pérdida de cada roca, cada diseño, cada grafía, cada surco, es la pérdida de
páginas del libro de nuestra memoria, y la oportunidad de ahondar en el
conocimiento de nuestras raíces ancestrales, punto de referencia, como lo describe
Mosonyi, en la conformación de la sociedad venezolana actual.
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