Políticas públicas del patrimonio arqueológico venezolano

Patrimonio arqueológico, bases legales e impronta colonial

MSc. Leonardo Páez

Para citación: Páez, Leonardo (2019). Patrimonio arqueológico, bases legales e impronta colonial. En: Páez, Leonardo. Patrimonialización de los sitios arqueológicos de la región del lago de Valencia (Venezuela): el caso del Paisaje con Arte Rupestre del Área Noroccidental Tacarigüense. Capítulo 4.1, pp. 130-134. Disertación de maestría del Programa en Memoria Social y Patrimonio Cultural de la Universidad Federal de Pelotas, Brasil. 271 páginas.
 

En los capítulos anteriores, se disertó sobre el rol protagónico de los discursos políticos e historiográficos en la formación identitaria nacional, partiendo de la exaltación de ciertos imaginarios condensados en la llamada historia patria. Asimismo, se expusieron las relaciones entre las representaciones plasmadas en esta historia y las concepciones eurocéntricas decimonónicas, asociadas éstas con las nociones de progreso, modernidad, nación, república, ciudadanía, estado, entre otras. Al mismo tiempo, se asentó el carácter (des)valorativo que las élites gobernantes impregnaron y transmitieron a los referentes de la historia y culturas indígenas de antes y después de la ocupación europea.

Corresponde ahora desarrollar cómo este manejo del discurso político-historiográfico trascendió en la esfera patrimonial del país, intentando conocer las diacronías de la actuación del Estado en la identificación y tratamiento de los bienes culturales. Se trata, en última instancia, de acometer una aproximación a las políticas públicas implementadas hacia los materiales arqueológicos indígenas y sus repercusiones en el ámbito nacional, regional y local, en aras de un acercamiento interpretativo de las tramas sociales de significación vinculadas con el PARANOT [Paisaje con Arte Rupestre del Área Noroccidental Tacarigüense, ver Páez, 2018. Nota de esta edición]. 

Petroglifos y alineamientos pétreos del sitio con arte rupestre Piedra Pintada, municipio Guacara, estado Carabobo. Fotos: Néstor Belandria, fuente: https://www.picoshots.com/p/2017168459280736999_4016981113  

Cabe advertir así algunas nociones claves desarrolladas en este capítulo, como el concepto de patrimonio cultural, entendido como “todo aquello que socialmente se considera digno de conservación independientemente de su interés utilitario” (Prats, 1998: 63). Esta noción, en tanto que incluye sólo a aquellos bienes culturales así declarados, se concibe anexado y subordinado a determinado régimen jurídico (Eustache Rondón, 2015: 102). En consecuencia, establece la intención del Estado de adueñarse de una serie de elementos poseedores de particulares atributos previamente demandados, para confrontarlos entre sí en función de “la promoción y preservación de ‘su cultura’” (Eustache Rondón, 2015: 102).

Siguiendo los planteamientos de Milagros González (2005: 6), se entiende que los objetos, aparte del valor simbólico que pueden tener para recordar un pasado considerado valioso, también pueden representar el discernimiento que las élites gobernantes tienen de sí mismos y del mundo circundante. Dicho de otro modo, se comprende que existe una estrecha relación del mundo material con el manejo de la historia y las concepciones identitarias de los grupos dominantes, lo que explicaría, por ejemplo, el ya comentado estado de negación patrimonial en que, por lo general, se han mantenido las expresiones de las culturas indígenas en Venezuela, tanto pretéritas como actuales. Empero, y a pesar de los siglos de negaciones y silenciamientos, muchas de estas expresiones pervivirían aún en la población “criolla” venezolana, no obstante manifestarse de forma conflictiva por factores relacionados con la vergüenza étnica y el endorracismo (Quintero, 1999: 179). 

El carácter conflictivo de la patrimonialización de los materiales arqueológicos indígenas se deja entrever en el caso de Venezuela, pues ha traducido acciones arbitrarias alejadas de los sentimientos y opiniones de las personas directamente involucradas. Planteadas desde las bases legales impuestas por el Estado, acordes éstas con fundamentaciones emanadas de las discusiones de organismos supranacionales como la Unesco, se advierte que estos procesos han desconsiderado las versiones que los grupos locales producen y re-producen sobre su pasado. Los hechos pretéritos exaltados mediante la patrimonialización, obedeciendo como están a intereses hegemónicos asociados con la epistemología occidental, estarían despojando de utilidad el pasado de tales grupos, dándole continuidad así a la acción expropiadora planteada por Atalay (2006). Ejemplo de ello sería el caso de la patrimonialización del SAR Piedra Pintada (contexto de esta investigación), como se verá en el capítulo siguiente.

Cabe señalar, de acuerdo a lo aseverado por Prats, la relación de los procesos de patrimonialización con dos tipos de construcciones sociales: la sacralización de la externalidad cultural, en tanto componente universal que permite a la sociedad definir “un ideal cultural del mundo y de la existencia y todo aquello que no cabe en él” (2005: 18), y la puesta en valor, asociada con la previa valoración social de ciertos elementos patrimoniales en tanto producto de procesos identitarios revestidos por lo general de un alto nivel de espontaneidad (aunque no necesaria o completamente) y un anticipado consenso (Prats, 2005: 20). Pero, sobre todo recalcar que la patrimonialización debe entenderse como un mecanismo de poder político que incluye un reconocimiento normativo impuesto como obligación constitucional en los Estados nacionales, o como una estrategia política que persigue la incorporación de la sociedad a tales procesos (Martínez Celis, 2012: 72). En este punto cabe destacar el concepto de activación patrimonial, relacionado con las tramas de negocios que se generan entre los poderes políticos, los otros poderes fácticos y el conjunto de la sociedad para la puesta en valor de elementos patrimoniales (Prats, 2005: 19-20). En palabras de Prats:

 

La activación [patrimonial], más que con la puesta en valor tiene que ver con los discursos. (...) Estos discursos, la columna vertebral de las activaciones patrimoniales, desde el principio de la adopción del sistema de representación patrimonial como soporte de identidades e ideologías, tienen una gran importancia para el poder político, tanto a nivel nacional o regional como a nivel local (aunque sea menos aparente) (Prats, 2005: 20).

 

Queda así manifiesta la relación directa de las activaciones patrimoniales con los discursos y proyectos del poder político. Pero, un factor esencial en los procesos de patrimonialización sería el impulso dado hacia la valoración de los patrimonios en función de su aceptación y uso social (Martínez Celis, 2012: 72). Esto implica una especie de negociación, pero en muchos casos imposición, entre el agente patrimonializador (generalmente el Estado) y la sociedad o las comunidades, en aras de la conservación, salvaguarda o aprovechamiento de los patrimonios (Martínez Celis, 2012: 72). La patrimonialización, así entendida, encarna un sistema de símbolos que legitima identidades, empresas y discursos, preciado por la sociedad actual “como un bien absoluto, axiomático, cuya conservación (sin descender a la complejidad casuística) es incuestionable”, y suponiendo un proceso que permite la preservación y celebración de aquellos elementos otrora despreciados por improductivos, añejos u obsoletos, pero ahora perpetuados con ímpetu en altares y templos dispuestos especialmente para tal fin (Prats, 2005: 19).

Otro aspecto a destacar sería la noción de gestión patrimonial, ligada como está al proceso de patrimonialización. Este término define el cúmulo de tareas orientadas a alcanzar la recomendable conservación de los bienes patrimoniales y su uso acorde con los estándares sociales actuales (Martínez Celis, 2015: 67). Desde esta perspectiva la musealización sería una forma de gestión patrimonial, pues ésta, en palabras de Carmona y Basterrica (2011: 6), traduce una serie de actividades programadas que pretende hacer accesible física e intelectualmente el patrimonio, poniéndolo al alcance y uso de todos. La musealización se concibe así como el resultado de la activación de unos referentes potencialmente patrimonializables, impulsada por versiones ideológicas de la identidad, acción enmarcada dentro de ideas y valores previamente establecidos, comúnmente subordinada a particulares intereses políticos compelidos a expresar y motorizar las significaciones compartidas de la sociedad (Prats, 1998; 2005). Vista desde la perspectiva ideológica de las élites gobernantes, se sitúa como un mecanismo de imposición utilizado para hacer valer proyectos o identidades políticas, en aras de la consecución de un presente valioso y la edificación de un futuro considerado necesario. En los últimos tiempos, no obstante, se ha venido desarrollando la museología comunitaria, surgida exactamente como crítica a estas políticas oficiales, existiendo varios casos en Venezuela, entre ellos el del museo de los Mapoyo, por ejemplo (Laclé, 2012; Meza y Ferreira, 2016).

La musealización es un instrumento íntimamente vinculado al concepto de conservación, entendido este último como el conjunto de medidas operacionales dirigidas a paliar el deterioro parcial o total de objetos y estructuras inmuebles considerados dignos de preservación (Franco Pardi, 2002: 58). La idea de conservación agruparía el patrimonio con la arqueología, estando de mediador el museo y el laboratorio, esto es, espacios físicos creados para cumplir el rol de estudiar y conservar objetos, actualmente ajustados a políticas de protección, salvaguarda y gestión orientadas por marcos legales diseñados y tutelados por los Estados nacionales, universidades e institutos de investigación, entre otras. El museo, sobre todo, ha tenido como destino primario saciar los ímpetus modernos de recopilar, ordenar y definir, además de la construcción de identidades, imaginarios compartidos e ideales nacionales. Es por ello que Lydon y Rizvi lo señalan como uno de los sitios donde “se puede ubicar a la vez el efecto localizado y global de la colonización” (2010: 26). Como corolario de toda esta imbricación epistemológica moderna surgiría, entonces, el ya explicitado término patrimonio arqueológico

Los procesos de patrimonialización pueden entenderse también como parte de los lineamientos de políticas públicas. Esta noción se percibe como la praxis coercitiva que sobre las memorias sociales es ejercida desde las esferas del poder, o dicho de otro modo, la intervención del Estado en torno a determinados temas y finalidades, expresada y modulada por entes y autoridades públicas, dada “en el contexto de un intenso proceso político de confrontación y articulación de intereses” (Olavarría, 2007: 23). Vargas y Gassón plantean la importancia que tiene su enunciación en torno a la patrimonialización de los materiales arqueológicos indígenas, estableciéndose con ello “un proceso complejo que involucra diversos actores: las comunidades locales (sociedad civil [política]), los arqueólogos profesionales (la academia) y las instituciones encargadas de la administración del patrimonio (el Estado)” (2010: 2).  

Las políticas públicas son entonces acciones ejercidas por los gobiernos de turno en función de dar respuestas a necesidades o problemas sociales, relacionadas históricamente con determinadas condiciones e intereses sociales, las cuales tienen el propósito (o deberían tenerlo) de generar el bienestar social en su conjunto (Vargas y Gassón, 2010: 2). Las intervenciones tienen su génesis en el surgimiento y aceptación de un problema de orden público, acogido e introducido en una agenda pública (Olavarría, 2007: 11). En el caso específico de la patrimonialización, la acción mediadora del Estado recibe el nombre de políticas culturales, entendida como el “conjunto de principios operativos, prácticas administrativas y presupuestarias y procedimientos que proporcionan una base para la acción cultural del Estado” (Barbosa Lima, 2014: 118).

Se comprende entonces que las políticas culturales, en cuanto integrantes de las políticas públicas, están dirigidas a solucionar problemas públicos relacionados con la cultura, no obstante regidas o envueltas en tramas políticas que condicionan su diseño y ejecución, y, por tanto, sus resultados. Ciertos autores como Barbosa Lima (2014: 118) señalan que el monopolio del Estado en cuanto a la operatividad, administración y presupuesto de las políticas culturales para nada soslayarían la participación protagónica de otros actores sociales, pues la acción del Estado sólo obtendría significado con la interlocución que pueda lograr en el terreno donde se generan, se difunden y se consumen las culturas. Esto situaría a las políticas culturales en un contexto de lucha y negociación entre actores sociales con multiplicidad de pensamientos políticos, símbolos, sentidos y prácticas, donde se desplegarían variadas estrategias políticas (Barbosa Lima, 2014: 118).

Sin embargo, en el caso venezolano, y muy puntualmente en el terreno de la patrimonialización, la pugnacidad o interrelación de los actores sociales en torno a las políticas culturales pareciera diluirse por ese efecto monopolista ejercido por el Estado. Como se mostrará más adelante, esto se manifiesta en los ordenamientos jurídicos del patrimonio cultural establecidos durante el período republicano, los cuales estipularon la identificación y la declaratoria de los bienes patrimoniales a través de funcionarios y organismos públicos sin que deba mediar la realización de debates o consultas entre los actores sociales involucrados. En paralelo, otro tanto pudiera expresarse de las gestiones de instancias del gobierno, como gabinetes estadales de cultura, museos, parques arqueológicos u otros.

De esta manera, en Venezuela los factores de poder político han implantado un férreo control sobre la patrimonialización de los materiales arqueológicos indígenas, un proceso que lleva implícita la impositiva creación de identidades sociales y culturales, entre otras cosas. Se trata, en última instancia, de la presentación e imposición de políticas públicas asumidas por los funcionarios y organismos públicos “como productos acabados que deben ser aceptados por las comunidades y los científicos, colocando en un papel subordinado los saberes, necesidades, aspiraciones y expectativas de los otros actores involucrados” (Vargas y Gassón, 2010: 12).  


Referencias bibliográficas

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Carmona, Gabriela y Basterrica, Tania. Gestión del Patrimonio arqueológico: musealización de un sitio arqueológico integrado en el Parque Naturalia, Quilpué, Región de Valparaíso. Ponencia presentada al Primer Congreso Nacional de Gestión Cultural. Santiago de Chile: Escuela de Gestores y Animadores Culturales, Egac. 2011. 

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Franco Pardi, Maria Lucia. Gestao de patrimonio arqueológico, documentação e política de preservação. Dissertacao Mestrado. Universidad Católica de Goiás. 2002.

González, Milagros. De la colección a la Nación. Aventuras de los intelectuales en los museos de Caracas (1874-1940). Trabajo presentado para optar por la Maestría en Historia de las Américas. 177 páginas. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. 2005.  

Laclé, Mariandri. Museo comunitario Murükuni fortalecerá el reconocimiento de la cultura Mapoyo. Revista Museos.ve, núm. 6, pp. 22-23. Caracas: Sistema Nacional de Museos de Venezuela. 2012. 

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Meza, Elis y Menezes Ferreira, Lúcio. La espada de la Independencia: agencia de los objetos, materialidad y recursos políticos en el proceso de patrimonialización entre los Mapoyo (Venezuela). Revista de Arqueología Pública, v. 10, n. 3, pp. 91-113. Sao Paolo: Universidad de Campinas. 2016. 

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Prats, Llorenç. El concepto de patrimonio cultural. Política y Sociedad, v.27, pp. 63-76. 1998.

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Quintero, María del Pilar. Patrimonio, memoria, identidad cultural y educación en Venezuela: nación pluricultural. En: VIII Encuentro Regional ICOFOM LAM 99. Museología, filosofía e identidad en América Latina y el Caribe, pp. 178-193. Coro, Venezuela: Centro Unesco/Coro. 1999. 

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