Los proto-arawak y la producción de arte rupestre de la región Tacarigüense

       La colonización proto-arawak de la cuenca del lago de Valencia (región Tacarigüense, centro-norte de Venezuela) alrededor del año 300 d.C., marcaría el punto de consolidación de un sistema basado en relaciones de interdependencia y complementariedad. En efecto, las comunidades surgidas de este devenir histórico, conocidas arqueológicamente como barrancoides del centro, saladoides costeros y ocumaroides, manteniendo sus propias identidades étnicas, habrían sido capaces de apuntalar una unidad social (o lo que algunos autores llaman una comunidad de cultura o esfera de interacción), con atributos suficientes para la negociación de aspectos vitales para su reproducción biológica y social, tanto intra como interregional.

En este escenario de reciprocidad, los sitios con arte rupestre de la región posiblemente formaron parte de la organización del espacio vivido proto-arawak, constituyendo puntos de referencia del paisaje socialmente compartido. La producción de nuevos espacios rupestres y la ampliación de los ya existentes, tal vez estuvieron en consonancia con el establecimiento de códigos y valores aceptados y reconocidos por las comunidades asentadas. Es decir, quizá cumplieron un rol fundamental en el establecimiento de ese mencionado sistema de interrelaciones, interdependencia e interconexiones regional, como parte sustancial del ajuar tecnológico proto-arawak.

Manifestaciones rupestres del sitio Piedra Pintada, valle del río Vigirima, noroeste de la cuenca del lago de Valencia. Fotos:©Néstor Belandría

La inclusión del arte rupestre en tanto representante del ajuar tecnológico proto-arawak, se deja entrever en la variedad de sitios y paisajes rupestres localizados en los mismos espacios donde se ha identificado la presencia de comunidades de esta familia proto-lingüística. Es viable pensar que buena parte de la manufactura de los materiales en esos espacios tenga que ver con pueblos de esta filiación. La información etnográfica también es consistente con esta presunción (ver, entre otros, Koch Grünberg 1907; Ortiz y Pradilla 2002; Xavier, 2008), así como ciertas aseveraciones de especialistas que señalan el vasto territorio de las tierras bajas de América del Sur y de las Antillas como el área de desarrollo de la llamada tradición rupestre Guyano-Amazónica (Prous y Ribeiro 2006b: 249). Se trata de una clasificación en términos de la existencia de analogías en los diseños, soportes y técnicas de ejecución de los materiales existentes[1]. Estas similitudes serían incluso consistentes con los modelos de dispersión proto-lingüística planteados desde la disciplina arqueológica, lo que en líneas generales permitiría comprender la presencia del arte rupestre como el producto de afines procesos socio-históricos y culturales.

Ejemplo de figuras trashumantes en los petroglifos de las tierras bajas del norte de Suramérica que apuntan a unos autores con identidad cultural compartida. Infografía propia sobre mapa base https://es-es.topographic-map.com

Una muestra de esa aludida participación del arte rupestre en la organización del espacio vivido proto-arawak tacarigüense, sería la presencia de “marcas” rupestres en las rutas fluviales y terrestres posiblemente utilizadas para la comunicación intra e inter regional. Se alude a la cantidad de sitios ubicados en los caminos trasmontanos del paisaje cordillerano tacarigüense, quizá una continuidad, reapropiación o ampliación de hitos originarios de las comunidades ortoiroides. También a los localizados en los cursos altos de los ríos Pao y Guárico, cercanos a las factibles vías de acceso terrestre-fluviales que consentían la entrada y salida a la cuenca del lago de Valencia por sus sectores suroeste y sureste. La presencia de sitios con arte rupestre en estos puntos sugiere una demarcación territorial en términos de la insinuada esfera de interacción desarrollada por los proto-arawaks tacarigüenses.

Panel rocoso general del sitio "Piedra de los delgaditos". Subida de Los Apios, camino de Patanemo, montañas de Vigirima, vertiente sur de la Cordillera de la Costa, cuenca del lago de Valencia. Infografía propia a partir del registro Pérez-Páez, 2002.

Tomando en cuenta la información etnográfica recabada en el siglo XX entre grupos arawak de otras regiones históricas nor-suramericanas, la erección paulatina de sitios con arte rupestre habría permitido a los proto-arawak inscribir su memoria individual y colectiva en el paisaje tacarigüense. Se piensa que estos espacios fueron especie de “marcas” que se reconocían en función de la recreación y expresión sociocultural de estas comunidades. Pudieran definirse como cronotopos, esto es, “…hitos del paisaje que resguardan y condensan la memoria del paso del hombre [entiéndase la humanidad]…” (Martínez Celis, 2015: 95). Visto así, el arte rupestre de este período se inserta dentro de la rama de bienes espirituales[2] proto-arawak, asociada con la producción social en general, esta última entendida “…como un complejo sistema capaz de producir los más disímiles y variados productos que una sociedad requiere y crea para satisfacer sus necesidades naturales, antroposociales y espirituales…” (Rozo Gauta, 2005: s/p). Así pues, la creación de sitios con arte rupestre, además de sus usos y mantenimiento, posiblemente tuvo en este período una condición de espiritualidad, no obstante transversalizada por tramas sociales, económicas, políticas e intelectuales inherentes a las sociedades proto-arawak tacarigüenses.   

Consecuentemente, es probable que, como parte inherente de la producción social de sus creadores y usuarios, durante el período de confluencia intergrupal proto-arawak el arte rupestre tacarigüense haya cumplido funciones inherentes a la cohesión de la esfera de interacción formada en la región. Por ejemplo, pudo contribuir al sostenimiento de la población y, con ello, a la explotación de los recursos naturales existentes. Es posible también su vinculación con el ejercicio y mantenimiento de respaldos políticos y el afianzamiento de la autoridad ritual, política y económica de los líderes. Desde este punto de vista, quizá los sitios ubicados en las rutas terrestre-fluviales tuvieron que ver con ese ejercicio de control y autoridad. Y es que por estas rutas no sólo habrían circulado personas, sino también variedad de materias primas y productos manufacturados, incluyendo bienes suntuosos que otorgaban prestigio a los líderes comunitarios.  

Se asume entonces que, en términos de la institucionalización de una esfera de interacción regional, la manufactura y utilización de sitios con arte rupestre fue un medio por el cual se valieron los proto-arawak para llenar de significados el paisaje tacarigüense. Esta sugerida función social pudo haberse motorizado en buena parte de los sitios y paisajes con arte rupestre localizados en los territorios colonizados por estos grupos. Quizá desempeñaron un rol en conexiones interregionales de gran alcance, establecidas a partir de la sugerida expansión de esta familia proto-lingüística. Se hace alusión al supuesto sistema de relaciones y alianzas extendido y articulado desde una identidad proto-arawak que se expresó por diversas regiones de las tierras bajas del norte de América del Sur. Algunos autores llaman matriz arawak a esta identidad pan-amazónica, la cual, de ser así, debió incluir la manufactura de arte rupestre como parte de la producción social de bienes espirituales de los actores sociales involucrados.

Un dato que apunta en esta dirección, son los posibles vínculos entre la ubicación de sitios con arte rupestre del noroeste amazónico con la cartografía arawak documentada etnográficamente en el área, lo cual “…puede reflejar la propensión de los arawaks a marcar, nombrar y memorizar lugares importantes a lo largo de sus extensas rutas comerciales” (Hornborg, 2005: 592). Asimismo, están las presunciones de ciertos autores sobre la inclinación de los pueblos amazónicos a demarcar su territorio a partir de la relación de lugares con sucesos mítico-históricos, utilizando para ello el arte rupestre. Como se verá más adelante en el capítulo correspondiente, Santos-Granero (1998: 131-132) llama escritura topográfica a esta particularidad. Lo importante a destacar es la posibilidad de que los proto-arawak tacarigüenses se hayan valido del arte rupestre para llenar de significaciones su espacio vivido.

Figura trashumante y su dispersión a partir de las rutas terrestre-fluviales que comunican el norte y el sur de las tierras bajas del norte de Suramérica. Fuente: Páez, 2018.

De este razonamiento se desprenden varios aspectos importantes. En primer lugar, la viabilidad -tal cual se viene comentado- de que buena parte del arte rupestre de las tierras bajas del norte de Suramérica y las Antillas contenga una serie de referentes afines a las sociedades amazónicas. En ese sentido, resulta sugestivo que el arte rupestre ubicado en Venezuela detente aspectos técnico-figurativos semejantes al de las Antillas, tanto en petroglifos como en pictografías, por ejemplo (Scaramelli y Tarble, 2008: 227). No obstante, como muestran las evidencias, estas distinciones -como producto de las sugeridas movilizaciones proto-arawak- se estarían manifestando en una amplia gama de matices en los ámbitos locales y regionales de este territorio. Esto significa que, si bien el arte rupestre pudiera contener atributos de raíz amazónica, éstos se habrían alterado de diversas maneras a lo largo de los siglos, tal cual se deja entrever al momento de revisar los materiales existentes. Esto opta tanto para las características morfológicas como simbólicas, representando un reto determinar las formas distintivas de cada caso particular. Por otro lado, el pretendido carácter cosmopolita proto-arawak deja abierta la posibilidad que los grupos tacarigüenses pertenecientes a esta comunidad proto-lingüística hayan mantenido contactos interétnicos fuera de los límites regionales. En efecto, es probable que la ausencia de barreras idiomáticas con grupos asentados al sur, este y oeste, haya contribuido a la motorización de hacendosas y prolongadas interacciones interregionales.  

Así pues, los datos apuntan que a partir del 500 d.C. la región tacarigüense se convertiría de manera paulatina en centro de dinámicos intercambios interregionales, tal vez abarcando los ámbitos comercial, religioso, social, cultural, político, tecnológico y genético. Las alianzas de los proto-arawak tacarigüenses con comunidades del medio Orinoco y los llanos centrales y occidentales habrían sido particularmente intensas, envolviendo incluso componentes proto-lingüísticos diferenciados como el proto-caribe. Diversos puntos de la región se transformarían en núcleos de intercambio de diversos productos manufacturados y materias primas. Las rutas fluviales-terrestres Apure-Portuguesa-Pao y Apure-Guárico-Tucutunemo pasarían a ser zonas de paso consuetudinario de personas, al igual que los caminos trasmontanos ubicados en el área cordillerana que divide el paisaje lacustre y costero tacarigüense. También ideas, tecnologías, modismos, noticias, entre otros aspectos, se desplazarían junto con los colectivos étnicos, lo que habría contribuido a disminuir las diferencias entre los grupos implicados.

En este escenario de intercambio y reciprocidad, los contenidos implícitos en el arte rupestre tacarigüense de las rutas mencionadas, acaso se combinaban con otros elementos del paisaje para transmitir mensajes fácilmente decodificables, llenando el paisaje de sentido a los transeúntes locales y foráneos. Se entiende así al arte rupestre en tanto sistema de comunicación visual, motorizado por un código que permitía la emisión y recepción de información a los actores sociales involucrados (Acevedo, 2017: 74). Pero también, quizá ciertos sitios con arte rupestre funcionaron como lugares para el afianzamiento de los lazos de hermandad, solidaridad, colaboración y espiritualidad entre grupos con estructuras de pensamiento afines. Se asume así la operatividad plena de estos espacios, conformando parte esencial del espacio vivido de las comunidades proto-arawak tacarigüenses.

Debido a esa permeabilidad fronteriza, algunas veces consentida y otras conflictiva, para el 600 o 700 d.C. los principales asentamientos proto-arawak del lago de Valencia pasarían a ser sitios de convergencia y recepción de grupos proto-caribe del medio Orinoco y los llanos centrales y occidentales. Tal vez, con la anuencia o no del liderazgo proto-arawak, comenzaron a fundarse nuevos asentamientos de grupos migrantes. El punto es que, de acuerdo con los datos disponibles, la cuenca del lago de Valencia se convertiría en un área con población bilingüe. En un escenario como ése, posiblemente cada comunidad étnica participaba, con sus distinciones y actitudes técnico-estéticas, en el sistema de intercambio intra e interregional.  

Consecuentemente, para finales del primer milenio de la era cristiana el contexto social proto-arawak del lago de Valencia habría sufrido alteraciones. Se transformarían los patrones de asentamiento y la producción material y tecnológica, aunado a un aumento y diversificación poblacional. Se trató de un fenómeno cuya causa principal quizá estuvo en las interacciones étnicas interregionales de carácter comercial, intensificadas por alianzas y lazos de parentesco. Los datos apuntan que una nueva comunidad de cultura emergió en las riberas lacustres del lago a partir de procesos de miscegenación e hibridación fundamentalmente entre grupos proto-arawak tacarigüenses y proto-caribe del medio Orinoco y los llanos centrales y occidentales.  Así pues, cabe la posibilidad que las tramas relacionadas con el arte rupestre tacarigüense también hayan sufrido transformaciones, asunto que trataremos en próximas entregas.



[1] En otro apartado se dará un avance de estas similitudes estilísticas y sus posibles vinculaciones con los períodos de la etapa guyano-amazónica aquí especificados.

[2] Entendido como el conjunto de conductas y formas que una sociedad ejerce sobre la naturaleza, sobre sí misma y sobre el pensamiento, además de las representaciones mentales y las ideaciones (Rozo Gauta, 2005: s/p).

Referencias bibliográficas

Acevedo, Agustín (2017). Arte, composición visual y paisaje: un estudio de la producción rupestre de los grupos cazadores-recolectores de la región Extremo Sur del Macizo del Deseado (Provincia de Santa Cruz, Argentina) (Tomo I). Tesis para optar al título de Doctor en Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. 513 pp.

Hornborg, Alf (2005). Ethnogenesis, Regional Integration, and Ecology in Prehistoric Amazonia: Toward a System Perspective. Current Anthropology, Vol. 46, No. 4, pp. 589-620. The University of Chicago Press.

Koch-Grünberg, Theodor (1907). Südamerikanische Felszeichnungen. Verlegt Bei Ernst Wasmuth A.-G. Berlín, Alemania.

Martínez Celis, Diego Mauricio (2015). Lineamientos para la gestión patrimonial de sitios con arte rupestre en Colombia como insumo para su apropiación social. Ministerio de Cultura de Colombia. Bogotá, Colombia.

Ortiz, Francisco y Pradilla, Helena (2002). Rocas y petroglifos del Guainía. Escritura de los grupos arawak-maipure. Fundación Etnollano, Museo Arqueológico de Tunja, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Colombia.

Prous, André y Ribeiro, Loredana (2006b). Reflexões ao final da viagem: alguns sentido possíveis da arte rupestre brasileira. Em: Jorge, Marcos; Prous, André y Ribeiro, Loredana. Brasil rupestre: arte pré-histórica brasileira. Zencrane livros. Curitiba, Brasil. Pp. 236-249.

Rozo Gauta, José (2005). Insinuaciones teórico-metodológicas para el estudio del arte rupestre. [Documento en línea]. [Consulta: 2010, junio 15]. Disponible en: http://rupestreweb.tripod.com/rozo.html

Santos-Granero, F. (1998). Writing History into the Landscape: Space, Myth, and Ritual in Contemporary Amazonia. American Ethnologist 25(2):128–148.

Scaramelli, Franz y Tarble, Kay (2008). Arte sobre las rocas del Orinoco Medio: contexto, mito y representación. En: Sanz, Nuria (editora). Arte Rupestres en el Caribe: hacia una nominación transnacional seriada a la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. UNESCO World Heritage Centre. Pp. 226-240.

Xavier, Carlos Cesar Leal (2008). A cidade grande de Ñapirikoli e os petroglifos de Içana: uma etnografia de signos baniwa. Dissertação apresentada como requisito para a obtenção do grau de Mestre em Antropologia Social ao Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social / Museu Nacional / Universidade Federal do Rio de Janeiro. 209 pp. 

¿Cómo citar este artículo?

Páez, L. (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense: producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 a.C.-2008 d.C.). Ediciones Dabánatà, Universidad de Los Andes. http://www.saber.ula.ve/handle/123456789/47672

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