PRIMERAS FOTOGRAFÍAS DEL ARTE RUPESTRE VENEZOLANO (1880-1930)

La documentación fotográfica del arte rupestre en Venezuela arranca, al menos en lo que hasta hoy pudimos rastrear, con una pieza prácticamente desconocida: una fotografía de la Piedra de los Indios de San Esteban (estado Carabobo) conservada en el Museo Etnológico de Berlín. Se trata de una toma general del afloramiento rupestre realizada por Friedr Kempf, comerciante alemán residenciado en Puerto Cabello y enviada en 1885 por Adolfo Ernst como anexo de una carta dirigida a la revista Zeitschrift für Ethnologie y nunca publicada. El sr. Kempf, según la reseña de Sabatino (2023), "en sus ratos de ocio ha tomado una serie considerable de muy buenas fotografías de la romántica región de San Esteban". 

La Piedra de los Indios de San Esteban, enviada en 1885 por Adolf Ernst a la revista Zeitschrift für Ethnologie 

La recuperación contemporánea de este documento ha sido posible gracias a las gestiones de la arqueóloga polaca Karolina Juszczyk, quien, alertada por quien escribe, localizó la imagen en los fondos del Ethnologisches Museum de Berlín y gestionó una copia digital. En nuestra obra Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense (2021) publicamos la copia digital de esta fotografía, asentando que fue proporcionada por Juszczyk. En el texto subrayamos su relevancia: se trata del primer documento fotográfico conocido, no sólo para el arte rupestre de la región Tacarigüense, sino para el conjunto del país. En perspectiva histórica, esta imagen se inscribe en la densa red de relaciones que, desde mediados del siglo XIX, unió a naturalistas alemanes (Hermann Karsten, Karl Appun, Adolf Ernst, Adolf Bastian) con comerciantes establecidos entre Puerto Cabello y San Esteban —como Cari Rühs, Karl Moritz y Friedr Kempf— y que tuvo en la Piedra de los Indios uno de sus referentes visuales privilegiados. Según refirió Adolf Ernst en 1885, Rudolf Virchow comentó en un número de la revista Zeitschrift für Ethnologie la importancia de esta imagen para corregir las deficiencias del dibujo de Anton Goehring, presentado en 1877 ante la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria de Berlín. La fotografía fue llevada por Adolf Bastian al recién creado Museo Etnológico berlinés, donde quedó depositada. Hoy se conserva en la colección sudamericana de ese museo bajo la signatura VIII E 1410, Sammlung Südamerika, Ethnologisches Museum, Staatliche Museen zu Berlin, y la propia documentación archivística la identifica como la fotografía remitida por Ernst.

Este hallazgo obliga a remontar la genealogía fotográfica de petroglifos venezolanos a finales de siglo XIX. Pero, el tránsito hacia la documentación fotográfica se produce de forma lenta y fragmentaria. La segunda imagen que puede identificarse con claridad se localiza en el trabajo del etnógrafo alemán Theodor Koch-Grünberg, posiblemente tomada alrededor de 1900. En su libro Südamerikanische Felszeichnungen, publicado en Berlín en 1907 —y reeditado en portugués como Petróglifos Sul-Americanos en 2010—, el autor combina una serie de dibujos de petroglifos amazónicos con material fotográfico de interés arqueológico y etnográfico. Entre esas imágenes se encuentra la fotografía realizada por Alfred Stockman del petroglifo de Caicara del Orinoco conocido como el Sol y la Luna (reproducida en la obra bajo el rótulo de Boca del Infierno). Se trata, muy probablemente como señala Franz Scaramelli, del primer registro fotográfico de este petroglifo emblemático de la cuenca media del Orinoco, lo que convierte a Koch-Grünberg/Stockman en un punto de partida ineludible para la historia visual del arte rupestre venezolano.

Piedra del Sol y la Luna. Fuente: Koch Grünberg, 1907

A esta serie temprana se suma otra fotografía antigua de Piedra de los Indios, publicada por Asdrúbal González en San Esteban camino de la cumbre (2008), probablemente tomada entre el final del siglo XIX y las primeras décadas del XX, en la que se observa un grupo de visitantes posando junto al petroglifo, la roca parcialmente encuadrada, las inscripciones apenas discernibles y la ladera desnuda de vegetación tras un incendio reciente; todo ello refuerza la lectura de largo plazo sobre los procesos de erosión, enterramiento y transformación del paisaje alrededor del sitio.

Piedra de los Indios de San Esteban. Fuente: González, 2008.

En este mismo arco cronológico se inscribe la temprana fotografía de la Piedra del Mapa, en San Juan de Colón (estado Táchira), tomada hacia 1906–1909, considerada en la literatura como la primera imagen conocida de ese petroglifo. Diversos estudios coinciden en señalar que la foto fue publicada por Julio César Salas en su obra Etnografía de Venezuela de 1909 y cuya autoría se adjudica a la Comisión Astronómica encabezada por Santiago Aguerrevere. Aunque la edición más difundida de Etnografía de Venezuela es posterior, la datación del negativo y de la publicación original permite situar este registro en la franja 1906-1909. La imagen presenta un plano general de la roca, con sus trazos profundos y el característico diseño cartográfico. Se trata de una manera distinta de aproximarse al petroglifo: ya no sólo como “curiosidad” descrita o dibujada, sino como evidencia visual susceptible de ser reproducida y contrastada. La copia que presentamos fue obtenida de la publicación de Anderson Jaimes en la página Rupestreweb.

Fuente: Jaimes, 2010.
En el caso de la Piedra del Mapa, nuestro amigo y colega Anderson Jaimes (2010) ha identificado otro registro fotográfico temprano que permite seguir la biografía visual del petroglifo. Se trata de una toma de 1912, correspondiente a la cara posterior del soporte rocoso, en la que aparece aún en su emplazamiento original, rodeada por varios pobladores que posan de pie junto a la superficie grabada. Esta segunda fotografía no sólo confirma la continuidad de la presencia del petroglifo en el paisaje urbano de San Juan de Colón antes de su entierro en 1920, sino que también documenta la apropiación cotidiana de la piedra como lugar de reunión y referencia identitaria para la comunidad local (Jaimes 2010).
Piedra del Mapa, cara posterior. Fuente: Jaimes, 2010.

Pocos años después, en 1911, el venezolano Luis R. Oramas publica en Caracas Rocas con grabados indígenas entre Tácata, San Casimiro y Güiripa (cordillera interior), una monografía breve salida de la Tipografía Americana. Este trabajo se apoya en campañas de campo sistemáticas en la cordillera del Interior (límite entre los estados Aragua y Miranda), y presenta descripciones, levantamientos y un conjunto de fotografías de petroglifos en Guiripa y el río Guare/Tigre. Frente a la mirada “exploratoria” de Koch-Grünberg en un marco amazónico y fronterizo, Oramas inaugura una línea de documentación local que vincula fotografía, dibujo y análisis arqueológico en el centro-norte de Venezuela, y que será fundamental para los estudios posteriores.




A ese pequeño núcleo de registros se suma en 1912, ya en clave internacional, dos fotografías de petroglifos de Caicara del Orinoco (estado Bolívar) publicada por T. A. Bendrat en el American Journal of Archaeology. Se trata de la difusión por primera vez de petroglifos venezolanos en una revista arqueológica de amplia circulación. En este trabajo se anticipan varios usos posteriores de la fotografía arqueológica: la preocupación por mostrar la escala humana del soporte, el interés por registrar el grado de desgaste de los surcos, la intervención controlada del soporte (tizado, aplicación de arcilla, tiznado) para lograr contraste en la imagen. Leídas desde una perspectiva historiográfica, las tomas de Bendrat difunden nuevos petroglifos de Caicara, más allá del célebre “sol y la luna” humboldtiana, marcando un momento de transición entre la mirada del viajero erudito decimonónico y la práctica de documentación visual que aspira a ser sistemática, comparativa y argumentativa dentro del campo naciente de la arqueología venezolana.

A este conjunto de registros tempranos se suma ahora una pieza clave para completar el “puente” entre el ciclo de comienzos de siglo y las grandes campañas de los años veinte: una fotografía de 1925 atribuida a Pío Tamayo, cuya existencia conocemos por su reproducción en el libro Imagen y huella de Francisco Tamayo de Pascual Venegas Filardo (1983), donde la leyenda consigna los datos bibliográficos básicos y el año de toma. Esta imagen, que se inscribe de lleno en la primera mitad del siglo XX, muestra que el interés por registrar fotográficamente petroglifos no era exclusivo de viajeros o arqueólogos profesionales, sino que también formaba parte de las prácticas visuales de intelectuales y científicos venezolanos vinculados a otras áreas del saber.

La transición de la fotografía como recurso puntual a su uso sistemático se consolida en la década de 1920 con el acopio de Bartolomé Tavera-Acosta, cuyos trabajos de 1927–1930 —publicados en 1956 bajo el título Los petroglifos de Venezuela— reúnen croquis y un corpus significativo de fotografías de petroglifos de distintas regiones del país. Las fotos publicadas en su obra (la n.º 58 del sitio Los Cerrillos, en el estado Lara; la n.º 59, dedicada a la Piedra del Mapa en Colón, estado Táchira; la n° 60, del sitio Las Lajitas en San Esteban, estado Carabobo; la n.º 61, correspondiente al petroglifo de El Copey, en el estado Miranda; y la n.º 78, de la Piedra de los Indios en San Esteban, estado Carabobo) fueron realizadas por  Santiago Aguerrevere, Fernando Benet, Antonio Lecuna Bejarano y Emilio Dachari. Estas colaboraciones revelan que el volumen de Tavera funciona como un verdadero archivo colectivo, que integra registros producidos en distintos momentos y ámbitos regionales y los pone al servicio de una primera síntesis nacional sobre el arte rupestre venezolano.

Autor: Santiago Aguerrevere.

Autor: Antonio Lecuna Bejarano.

Autor: Antonio Lecuna Bejarano.

Autor: Emilio Dachari.

En conjunto, la sucesión Kempf (±1880), Stockman (±1900), Salas (entre 1906 y 1909), Oramas (1911), Bendrat (1912), Tamayo (1925) y los colaboradores de Tavera-Acosta (1927–1930) dibuja un primer ciclo de experimentación y consolidación de la fotografía como forma de registro rupestre entre finales de siglo XIX y las tres primera décadas del siglo XX. Gracias a ese ciclo, algunos soportes clave —el Sol y la Luna de Caicara, las rocas grabadas de Güiripa, la Piedra del Mapa tachirense— entran en la historia de la arqueología venezolana no sólo como descripciones textuales o dibujos interpretativos, sino como imágenes fijadas sobre placa y papel, comparables en el tiempo y fundamentales para cualquier lectura historiográfica, tipológica o patrimonial que se haga hoy de los petroglifos venezolanos.

Referencias

Bendrat, T. A. (1912). Discovery of some new petroglyphs near Caicara on the Orinoco. American Journal of Archaeology16(4), 518-523.

González, A. (2008). San Esteban camino de la cumbre. ITALGRÁFICA S.A. 

Jaimes, A. (2010). La Piedra del Mapa, un mito vivo. En Rupestreweb, http://www. rupestreweb.info/piedramapa.html

Koch-Grünberg, T. (1907). Südamerikanische Felszeichnungen. Verlegt Bei Ernst Wasmuth A.-G.

Oramas, L. (1911). Rocas con grabados indígenas entre Tácata, San Casimiro y GüiripaTipografía Americana.

Páez L. (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense. Producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 a.C. – 2008 d.C.). Ediciones Dabánatà, Universidad de Los Andes.

Sabatino, J.A. (2023). La Piedra de los Indios. Academia de Historia del Estado Carabobo. Disponible en: https://ahcarabobo.com/la-piedra-de-los-indios/

Tavera Acosta, B. (1956). Los petroglifos de VenezuelaEditorial Mediterráneo.

Venegas Filardo, P. (1983). Imagen y huella de Francisco TamayoIntevep.




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