Los petroglifos de Potrero de la Gruta, Naguanagua (región Tacarigüense)
El sitio Potrero de la Gruta de la hacienda Bucaral es, en esencia, un santuario rupestre casi olvidado. Allí se abre un claro de pastos relativamente plano, limitado por una pared casi vertical de la Cordillera de la Costa. Desde su borde superior la mirada se proyecta hacia el norte, por encima de las nubes, hasta el mar Caribe, como subrayó en su momento el príncipe Frederick Ernst de Sajonia-Altenburgo al describir el lugar tras sus excavaciones de mediados de los años cincuenta.
La hacienda Bucaral fue una antigua unidad productiva cafetalera de montaña enclavada en las montañas de Naguanagua, al norte de Valencia (estado Carabobo), en la vertiente que mira hacia las famosas aguas termales de Las Trincheras (ver mapa). Frederick Ernst la describe a mediados del siglo XX como una coffee-hacienda “entre Valencia y Puerto Cabello, sobre Trincheras, en el departamento de Carabobo, en una región montañosa de gran belleza”, con vistas abiertas hacia la costa caribeña. Los registros espeleológicos posteriores la ubican en el llamado Potrero de la Gruta, al noroeste de Trincheras, municipio Naguanagua, donde se encuentra la llamada Cueva del Potrero o de la Gruta de la Hacienda Bucaral. Ese es el paisaje donde se enclavan los petroglifos: la gruta combina potreros abiertos y suaves laderas con manchas de bosque montano húmedo. El príncipe Ernst refiere un “gran prado” donde, en el centro, se levanta la llamada “piedra de las estrellas” rodeada de otros soportes grabados, y desde cuyos alrededores se domina una amplia panorámica hacia la costa.Fuente: Ernst, 2002 [1958]
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| Ubicación de la zona de Trincheras en el contexto del sector noroccidental de la cuenca del lago de Valencia y zona litoral de Puerto Cabello. Fuente: Google Earth. |
Entre los petroglifos descritos por Ernst está la denominada “piedra de las estrellas” (figura 1), un afloramiento rocoso que se alza en el centro del potrero, ligeramente inclinado, con la superficie superior alisada y cubierta por decenas de pequeñas oquedades (puntos acoplados) que el alemán interpretó como un mapa celeste donde se reconocían, entre otras, constelaciones como la Osa Mayor y Perseo. En los laterales de la roca aparecen, según el alemán, diseños zoomorfos (un conejo y la cabeza de un felino que evoca a un jaguar, ver figura 2) y figuras humanas esquemáticas, asociadas con círculos y semicircunferencias que el autor leyó como el sol y la luna. Aunque hoy somos más cautelosos con lecturas iconográficas tan literales, la descripción de Ernst deja claro que Bucaral concentra un repertorio complejo: diseños asteromorfos, cefalomorfos, zoomorfos y antropomorfos de trazo simple que dialogan entre sí sobre una misma superficie.
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| Figura 1. Fuente: Ernst, 2002 [1958] |
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| Figura 2. Fuente: Ernst, 2002 [1958] |
Desde esa roca central desciende hacia la gruta un sistema de soportes igualmente elaborado. Ernst describe una suerte de “escalera” tallada de grandes bloques aflorados, cuyas superficies habrían sido pulidas y grabadas. En uno de los peldaños superiores se destaca, señala, el rostro de un jaguar, reducido a ojos y boca, enfatizando la mirada del animal; en otro —en nuestra opinión el más interesante— se organiza una escena donde, de izquierda a derecha, el alemán reconoce un disco solar formado por círculos concéntricos (una representación con clara analogía con el geoglifo de chirgua, a pocos kilómetros de distancia), una figura humana erguida, dos serpientes entrelazadas y, hacia la derecha, una figura femenina que parece “llorar” y un diseño "lunar" también con "lágrimas" (figura 3). Otros soportes muestran una mano de dedos extendidos, cabezas dobles en las que un rostro “vivo” se contrapone a un cráneo, puntos alineados y signos difíciles de clasificar, pero que refuerzan la idea de un lenguaje visual donde se combinan cuerpos humanos, animales y abstracciones simbólicas (figura 4).
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| Figura 3. Fuente: Ernst, 2002 [1958] |
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| Figura 4. Fuente: Ernst, 2002 [1958] |
Más abajo, en la propia gruta, la arquitectura pétrea adquiere una dimensión casi escenográfica. Ernst describe un gran bloque central, tallado en su parte superior y rodeado por un canal cuidadosamente excavado en la roca, que recoge y dirige el agua filtrada desde la pared del farallón; dos piedras —una triangular y otra casi cuadrada— funcionan como especie de “puente” sobre ese canal, y delante del conjunto se levanta una piedra vertical que actúa como barrera o pórtico natural del espacio. En distintos niveles de la cavidad se observan alineamientos de piedras que adoptan forma de círculo casi perfecto o de elipse, a manera de pequeños recintos internos. Aunque no todos estos elementos presentan grabados visibles, la descripción de Ernst sugiere que el conjunto combina soportes tallados, control del agua y disposición volumétrica de las rocas, dejando entrever que Potrero de la Gruta no es sólo paneles con representaciones visuales grabadas, sino un dispositivo paisajístico-ritual en el que se intervino la montaña para generar un escenario cargado de significados.
Llama la atención que, pese a esta riqueza, el sitio ha permanecido prácticamente invisible para la "rupestrología" venezolana. El propio editor de la reedición del artículo de Ernst en la revista espeleológica El Guácharo (2002) subraya que el trabajo original, presentado en el Congreso Internacional de Americanistas de 1958, es “prácticamente desconocido en Venezuela” y que no figura citado en obras canónicas sobre petroglifos como El diseño en los petroglifos venezolanos de R. de Valencia y J. Sujo Volsky (1987). En este último libro, algunas fotografías identificadas como procedentes del “Potrero de la Gruta, Naguanagua” coinciden con las figuras publicadas por Ernst, lo que confirma que se trata del mismo sitio, pero sin que se establezca explícitamente ese vínculo ni se discuta el contexto de Bucaral (figura 5). La referencia más sistemática posterior sigue siendo, paradójicamente, un informe inédito de la Comisión de Antropología de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, Estación litográfica de Bucaral (1956), citado en el catastro de la Sociedad Venezolana de Espeleología, donde se informa que entre el 9 y el 12 de agosto de 1956 se realizó un levantamiento completo de los petroglifos del área y se registró una pequeña gruta con restos indígenas (Perera, 1976). Más recientemente, el Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso (PORU) de la Zona Protectora y Reserva Hidráulica de la Cuenca del río Sanchón menciona los “petroglifos registrados en áreas vecinas: El Bucaral. Potrero de la Gruta, municipio Naguanagua”, pero sin aportar nuevas descripciones ni evaluación detallada de su estado (Castillo y Comerma, 2017). En conjunto, estos pocos documentos muestran hasta qué punto Bucaral ha quedado al margen de las síntesis nacionales, a pesar de su singularidad.
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| Figura 5. Sitio con petroglifos inventariado como "El Bucaral". Fuente: De Valencia y Sujo Volsky, 1987 |
Desde una perspectiva de paisaje amplio, Potrero de la Gruta se inserta de manera muy sugerente en la propuesta del Corredor Terrestre-fluvial Negro–Orinoco–lago de Valencia (CTF-NOV), entendida como una antigua ruta de comunicación de larga duración que articuló, mediante ríos, portages y pasos de montaña, las tierras bajas amazónicas y orinoquenses con la cuenca del lago de Valencia y la franja costera caribeña. En el tramo septentrional de este corredor (región Tacarigüense) se han inventariado al menos 107 sitios con petroglifos (Páez, 2024), la mayoría organizados en ramales terrestre-fluviales y trasmontanos pertenencientes a este tramo. Si miramos el mapa con esta lente, Potrero de la Gruta ocupa una posición estratégica: en una encrucijada de caminos que, atravesando la Cordillera de la Costa, conecta la franja costera de Puerto Cabello–Trincheras con el valle de Chirgua y la cuenca del lago de Valencia.
En el área de Naguanagua y su entorno inmediato, investigaciones recientes han identificado varios sitios con arte rupestre posiblemente asociados con esa "encrucijada de caminos", como los petroglifos de El Caliche —con diseños en forma de “estela” aún inéditos en detalle— y otros conjuntos localizados en las montañas que circundan el valle de Chirgua (ver Padilla, 2009; Páez, 2019). Precisamente en una de las laderas de ese valle se ubica el famoso geoglifo conocido como "Rueda del Indio, en un sitio vinculado con una hacienda cafetalera y a pasos de montaña que comunican con la depresión lacustre (Cruxent, 1949). En este entramado, Potrero de la Gruta puede interpretarse como un nodo de altura en una red de circulación que unía costa, valles altos carabobeños y cuenca lacustre, donde los petroglifos —como ha planteado Cunill Grau (2007) para otros contextos— funcionan también como marcas de tránsito, señales de ruta y soportes de memorias rituales.
La comparación formal entre una de las representaciones visuales de Potrero de la Gruta y el célebre geoglifo de Chirgua, conocido como “Rueda del Indio” o Watajejechi, refuerza esta idea de diálogo entre lugares. El geoglifo, trazado mediante zanjas entre 20 y 40 cm de profundidad y cerca de un metro de ancho en la falda del cerro Olivita, mide alrededor de 57 m de longitud; su parte central está formada por tres círculos concéntricos de los que emergen, en la parte superior, dos ramales que terminan en espirales abiertas, mientras que en la parte inferior se adosa un paralelogramo del que parten dos zanjas rectas, componiendo la silueta de un ser “antropomorfo” o insectiforme visible desde el fondo del valle (Cruxent, 1949). La imagen de Potrero de la Gruta, aun en escala muy reducida respecto al geoglifo, comparte con la Rueda del Indio esa lógica de núcleo circular rodeado de extensiones lineales que le otorgan movimiento y direccionalidad. No se trata, por supuesto, de una copia ni de una identidad estricta, sino de un aire de familia en el repertorio geométrico y en la manera de articular círculos concéntricos y “extremidades”, lo que sugiere que tanto el geoglifo de Chirgua como los petroglifos de Potrero de la Gruta forman parte de un mismo horizonte simbólico de alta montaña, asociado a antiguas rutas de paso y territorios amerindios que hoy intentamos reconstruir arqueológica y etnohistóricamente.
En suma, que un sitio tan complejo como Potrero de la Gruta haya quedado casi borrado del mapa rupestrológico venezolano dice mucho sobre los sesgos de nuestra tradición investigativa, centrada durante décadas en unos pocos conjuntos “famosos”. Recuperarlo para la discusión actual —y, consecuentemente, para la protección efectiva— implica releer con cuidado los textos de Ernst (1958, 2002), rastrear documentos como el informe de la SCN La Salle (1956), el catastro espeleológico de 1976, los planes de ordenamiento recientes de la cuenca del Sanchón y los trabajos sobre el CTF-NOV. Pero, sobre todo, volver al sitio con nuevas preguntas y tecnologías. Potrero de la Gruta no es sólo una curiosidad local: es una pieza clave para comprender cómo las comunidades amerindias tacarigüenses marcaron, poblaron y sacralizaron el ramal transmontano que enlaza la costa carabobeña con los valles altos de Chirgua y la cuenca del lago de Valencia, en un mismo tejido de piedras grabadas, geoglifos y montañas transitadas.
Referencias
Castillo, Abigail O. y Comerma, Juan, eds. 2017. Base técnica del Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso de la Zona Protectora y Reserva Hidráulica de la Cuenca del río Sanchón, estado Carabobo. Caracas: Ministerio del Poder Popular para Ecosocialismo y Aguas / Petróleos de Venezuela S.A. (Refinería El Palito).
Cunill Grau, Pedro. 2007. Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela. Caracas: Fundación Empresas Polar.
Cruxent, José María. 1949. El geoglifo de la fila La Olivita. Memoria de la Sociedad de Ciencias La Salle, 9(23): 27-30.
De Valencia, Ruby, y Jeannine Sujo Volsky. 1987. El diseño en los petroglifos venezolanos. Caracas: Fundación Pampero.
Delgado, Rafael. 1977. Los petroglifos venezolanos. Caracas: Monte Ávila Editores.
Ernst, Frederick (Prince of Saxe-Altenburg). 1956. New Excavations in the Cordillera de la Costa of Venezuela. Proceedings of the Thirty-Second International Congress of Americanists, 314–325. Copenhagen: Munksgaard.
Ernst, Frederick (Prince of Saxe-Altenburg). 2002 [1956]. New Excavations in the Cordillera de la Costa of Venezuela. El Guácharo. Boletín espeleológico de la Sociedad Venezolana de Espeleología 53: 3–8.
Padilla, Saúl. 2009 [1956]. Pictografías indígenas de Venezuela. Colección Taima-taima, serie Creación Indígena. Fundación Editorial El Perro y La Rana.
Páez, Leonardo. 2019. Patrimonialización de los sitios arqueológicos de la región del lago de Valencia (Venezuela). El caso del Paisaje con Arte Rupestre del Área Noroccidental Tacarigüense. Disertación presentada al Programa de Posgrado en Memoria Social y Patrimonio Cultural de la Universidad Federal de Pelotas, como requisito parcial a la obtención del título de Maestre en Memoria Social y Patrimonio Cultural. Universidad Federal de Pelotas. Pelotas, Brasil. 271 pp.
Páez, Leonardo. 2021. Arte rupestre del Corredor Terrestre-fluvial Negro – Orinoco – lago de Valencia. Avances de investigación. En Aline Lara García (edit.), Manifestaciones rupestres en América Latina, 147–157. Sevilla: Instituto Universitario de Estudios sobre América Latina, Universidad de Sevilla.
Páez, Leonardo. 2024a. Clasificación tipológica figurativa de los petroglifos de la región originaria Tacarigüense, Venezuela. En Sánchez-Villagra, M.R., Carrillo-Briceño, J.D., Jaimes, A., y Arvelo, L., eds. Contribuciones en Venezuela Arqueológica. Scidinge Hall Verlag.
Páez, Leonardo. 2024b. Arte rupestre del Corredor Terrestre-fluvial Negro – Orinoco – lago de Valencia. Hacia una nominación en serie a la Lista del Patrimonio Mundial. Tesis doctoral, Programa de Posgrado en Memoria Social y Patrimonio Cultural, Universidad Federal de Pelotas.
Pueblosoriginarios.com. s. f. Geoglifos del Caribe venezolano: Rueda del Indio y Montalbán. Disponible en: https://pueblosoriginarios.com/sur/caribe/chirgua/geoglifo.html
Puerta Bautista, Lorena. 2015. La inversión extranjera en Venezuela: De las casas comerciales a las compañías petroleras (1850–1975). Tiempo y Espacio, 63, 15-33.

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