Resistencia indígena en la laguna de Tacarigua: la guasábara de Mariara (1550)
La historia europea de la laguna de Tacarigua, velada por neblinas de crónica y silencios impuestos, comienza con pasos extraños en sus orillas: los primeros exploradores tanteando rutas, temidos por pueblos que ya conocían la traición de los navíos esclavistas. Pero, antes de las actas y los nombres de ciudades, hubo una batalla casi borrada de los manuales: la guasábara de Mariara, episodio poco conocido de la etnohistoria tacarigüense. Nos referimos a un enfrentamiento bélico entre pobladores originarios e invasores europeos, un episodio concreto de resistencia armada en el propio corazón de la región.
Mariara, junto a la península de La Cabrera, representa la divisoria natural entre la culata occidental y la oriental del lago de Valencia. Ofrecía un cuello de botella perfecto: río encajonado, monte de galería, brumas que desordenan la vista. Allí, donde el paisaje obliga a estrechar el paso, la ofensiva indígena sorprendió a la hueste de correrías que capitaneaba Vicente Díaz, el mismo que, a fuerza de recorrer vegas, islas y esteros, leyó de cabo a rabo el potencial lacustre para fundar ciudad y multiplicar hatos de cría. Pero, esa vez, en algún punto del año 1550, las circunstancias lo obligaron a volver herido al real de Borburata.La resistencia tacarigüense mostró tres rostros, complementarios y tenaces. El repliegue, que alzó refugios en montañas y valles como Chirgua, desplazando familias y conucos fuera del alcance inmediato de razzias y levas. La sumisión pactada, con “indios de paz” que negociaron guías, víveres y tiempos para preservar a los suyos sin renunciar del todo a su autonomía. Y la violencia armada —la contraofensiva— que en Mariara convirtió el río en emboscada y las veredas en flechas. Las islas del lago, apenas lo decimos, funcionaron también como resguardo móvil y discreto, una muralla de agua a la que se acudía cuando el enemigo apretaba.
En diciembre de 1547, Juan de Villegas tomó posesión de la laguna de Tacarigua tras salir de El Tocuyo, entrar por el actual corredor de Tinaco–Tinaquillo hacia Tocuyito y posiblemente alcanzar tierras del principal Guayo, quizá el mismo que luego, en las paces, sería bautizado como don Diego. Apenas concluido el acto, comisionó el reconocimiento “bogando la laguna”, regresando luego a los predios de El Tocuyo. Luego, a inicios de 1548, Villegas enviaría al capitán Perálvarez a “rodear” la comarca, hacer paces con los principales de la cuenca —Patanemo, don Diego y Naguanagua— y proseguir a la costa para fundar una ciudad portuaria que asegurara la conexión con la metrópoli. De allí devino la primera fundación: Nuestra Señora de la Concepción del Puerto de Borburata (24 de febrero de 1548).Desde Coro llegó poco después Vicente Díaz, y en la recién fundada Borburata cobró protagonismo: caudillo de las correrías para apuntalar la región, caminó por vegas, caños y esteros hasta conocer la cuenca tacarigüense “de cabo a rabo”. Tras aquellas jornadas, y aún con la cicatriz de Mariara, se embarcó en piragua a la isla de Margarita para comprar ganado; volvió tras meses de travesía, y con ese hato fundó asiento en la culata occidental del lago. Allí, entre sabanas y pastizales, echó a andar la unidad de cría que atrajo vecinos y devino semilla de la Nueva Valencia del Rey.
En ese escenario, la guasábara de Mariara condensa el pulso de la resistencia indígena a la invasión de sus tierras. La zona —apretada entre río, lago y estribo de montaña— partía columnas y confundía huellas. Allí los tacarigüenses golpearon de frente y dejaron cicatriz en el capitán Díaz, en Andrés Hernández y en varios soldados. No fue accidente, fue táctica. Demostraron que el lago se defendía, que el corredor hacia la costa no era gratuito, que cada río podía ser frontera y cada bosque, lanzazo. Son relatos raras veces contados, pero imprescindibles: donde la pluma europea vio “pacificación”, la tierra escribió repliegue, pacto y combate; y donde un caudillo volvió con heridas, los pueblos dejaron constancia de que estaban allí, decididos a sostener su tierra y sus vidas.
Referencias
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Oviedo y Baños, J. de (1992) [1723]. Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela. Biblioteca Ayacucho, num 175.
Páez, L. (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense: producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 aC-2008 dC). Ediciones Dàbanatá, Universidad de Los Andes.
Ponce, M. y Vaccari de Venturini, L. (comp.) (1980). Juicios de Residencia en la provincia de Venezuela II. Juan Pérez de Tolosa y Juan de Villegas. Academia Nacional de la Historia.
Simón, P. (fray) (1992) [1627]. Noticias historiales de Venezuela. Tomo II, num 174. Biblioteca Ayacucho.
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