Los "indios herbolarios de sierras ásperas" y el encuentro en las salinas de Borburata (1553)

Corría el año 1553. La joven ciudad de Borburata cumplía apenas cinco años de vida, plantada entre fondeadero y salinas, y sus residentes —españoles, indígenas sometidos y africanos esclavizados— apenas urdían un orden frágil de labranzas, conucos y trueques al filo de la mar y de las sierras ásperas. Bartolomé Núñez se dirigía a las salinas, con el rumor del mar en los oídos y la memoria llena de voces caribe. Lo escoltaban "indios" Taguano de su repartimiento, cargadores de sal y de presagios. De pronto, tres canoas surgieron como flechas oscuras sobre la orilla. Eran chagaragotos, “indios de las caracas”, venidos de las sierras ásperas, gente de montaña que bajaba por mar porque así lo exigía su territorio quebrado. A Núñez no lo sorprendió la marea humana: la lengua le era familiar, la había domado en su tránsito por Maracapana y la comprendía sin intérprete. A sus acompañantes, en cambio, se les heló el cuerpo; la lengua caraca era otra, y el miedo, la más antigua de las gramáticas.

Escena alegórica de las salinas de Borburata hacia 1553: diálogo tenso entre Núñez y chagaragotos, canoas al resguardo y taguanos en actitud de temor. Fuente: ilustración generada con IA por ChatGPT (2025).

El aire salino trajo un intercambio tenso de palabras. Núñez, que sabía de afinidades entre cumanagoto, caraca y guayquerí —variantes de un mismo tronco caribe norteño—, escuchó con atención, tradujo con la seguridad de quien ha vivido en las costas orientales y dejó claro a los suyos que sólo venían por sal. Sólo él entendió lo que le dijeron, sólo él supo dónde pisar.

Los taguanos, “cinco o seis” que venían a cargar sal, temblaron ante la presencia de los chagaragotos y sus canoas. La diferencia de lenguas no era asunto menor: “los unos son taguanos y los otros caracas”, declaró entonces Núñez, y en esa línea se retrata el quiebre sonoro que separaba mundos cercanos. Miedo vivo, miedo antiguo, el miedo de quien cruza el corredor salobre y descubre que el mar no disuelve las fronteras sino que las reafirma.

Aun así, las salinas eran punto de encuentro, abastecedor histórico de una materia prima imprescindible, latido blanco de una economía amerindia que unía la costa y la tierra lacustre, la sierra y los llanos. Allí, mucho antes del hierro europeo, hubo ferias de sal y trueques de larga memoria. Algunos cronistas modernos han visto en Borburata y el Lago de Valencia nodos neurálgicos de un sistema interétnico Orinoco–Caribe que hacía de la sal un puente entre parcialidades y territorios. A mediados del siglo XVI, las huellas no son de un solo pueblo: guayqueríes, meregotos, chagaragotos, taguanos y, quizá otros, fueron actores en un espacio de intercambio interétnico.

Mar adentro, en ascenso y en descenso por ríos, sabían los antiguos el mapa secreto de las aguas: por el Portuguesa y el Pao, en tiempos de lluvia, se podía pasar “en canoa del lago de Valencia al Orinoco”, análogo al paso del Casiquiare del Orinoco al Amazonas. Por el Apure–Guárico–Tucutunemo se abría otra puerta al sureste de la laguna, y por los abrajes de Villa de Cura subían y bajaban caravanas que marcaban los caminos con petroglifos. Borburata no era un borde, era un hito de un corredor terrestre-fluvial, un articulador de rutas, lenguas y mercancías.

En ese escenario se cruzó Núñez con los chagaragotos en las salinas de Borburata. Caraca-parlantes de la vertiente norte cordillerana, habían "hecho de paz" con Perálvarez y llegaban a servir a la ciudad cuando así convenía a sus alianzas. Pero la paz, como la marea, es cambiante: los testimonios de mediados del dieciseisceno insisten en su carácter guerrero y herbolario. "Si ellos no vienen de su voluntad ninguna gente será bastante para traerlos”; “ningún cristiano osa ir a sus casas” tierra adentro. Indómitos, así lo veían, con la fuerza de quienes conocen su serranía y su mar.

Por esas fechas, los españoles urdían con rapidez su trama. Borburata se funda mirando el fondeadero y las quebradas auríferas. Pero también a la salina, cuyo valor no escapaba a nadie. Villegas y Perálvarez usan intérpretes —Catalina, india guayquerí, “lengua” en los pleitos por los indios de la laguna—; negocian “hacer de paz” con los habitantes de valles como Chirgua; y desplazan gente de Quíbor y El Tocuyo hacia el nuevo asentamiento. La relación con las parcialidades del entorno Tacarigüense oscila entre el pacto y la presión, entre la palabra y la leva, entre el oro y la sal que bendecía la olla.

Visto desde el mercado efervescente de la salina, el encuentro de Núñez con los chagaragotos condensa un siglo en un instante. Se cruzan allí la pericia lingüística del español, el temor taguano, el prestigio inquietante de los caracas de las sierras, y un mundo indígena que ya comerciaba sal, pescado, cuentas y noticias mucho antes de que Europa impusiera sus escribanos. Hay, además, destellos prosaicos que revelan la economía moral de aquel litoral: testigos aseguran que algunos pagaban por la sal con “águilas de oro” y que los indios de Juan Ximénez “tenían miedo” de los caracas cuando fueron a cargarla. Entre líneas, Borburata se dibuja como plaza mayor del intercambio, anfiteatro salobre donde la diplomacia y la astucia valían tanto como la lanza.

Cuando las canoas se alejaron, el mar siguió respirando. Núñez quedaba con la certeza de que la lengua abre puertas que la fuerza no puede franquear, y con la sabiduría amarga de que, en adelante, cada puñado de sal sería una decisión política. En aquel borde luminoso las historias siguieron cruzándose, y las sierras ásperas, fieles a su fama, continuaron guardando a los suyos (aunque no mucho, como señalan los hechos posteriores). Así, el encuentro en Borburata quedó como gesta y anuncio, donde cada palabra en caraca fue al fondo como piedra, indicando que el tiempo de los chagaragotos se acercaba a su fin.

Referencias


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María, Nectario (1945). Documentos inéditos sobre la fundación de Valencia. Boletín del Centro Histórico Larense, 4(XIV), 5-22.

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Páez, Leonardo (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense. Producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela. Ediciones Dabánatà. Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez, Universidad de Los Andes.

Ponce, Marianela y Vaccari de Venturini, Letizia (comp.) (1980). Juicios de Residencia en la provincia de Venezuela II. Juan Pérez de Tolosa y Juan de Villegas. Academia Nacional de la Historia. 


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