Reseña del reportaje "El archivo prehistórico de Vigirima" de 1943

Luis Alberto Paúl, autor del reportaje "El archivo prehistórico de Vigirima", publicado en 1943 en el Diario El Tiempo de Caracas y cedido por nuestro amigo Derbys López de la Fundación Historia Ecoturismo y Ambiente (FUNDHEA), ofrece un testimonio clave sobre el arte rupestre de la región Tacarigüense en la primera mitad del siglo XX. Paúl combina información técnica con una perspectiva divulgativa, permitiendo que el público de la época accediera a un conocimiento más estructurado sobre las antiguas manifestaciones rupestres del valle de Vigirima. Su texto aporta datos inéditos sobre el sitio con arte rupestre Piedra Pintada, situándolo dentro del desarrollo incipiente de la arqueología nacional.

Un punto de gran relevancia en el reportaje es que Paúl documenta por primera vez que los habitantes de Tronconero, aledaños al sitio con arte rupestre, lo identificaban con el nombre de Piedras Pintadas, término que, con el tiempo, se consolidaría en el ámbito arqueológico y patrimonial. Asimismo, menciona que el área donde se encontraba Piedras Pintadas pertenecía a una finca del terrateniente Ramón Pimentel, hijo y heredero de Antonio Pimentel. Este dato permite contextualizar el espacio geográfico y social en el que se hallaban las manifestaciones rupestres. Estas referencias son fundamentales para comprender la historia del reconocimiento local y la apropiación cultural del sitio por parte de la comunidad.

El general Antonio Pimentel fue un hacendado carabobeño nacido en Yaracuy, compadre, incondicional colaborador, socio y asesor del presidente Juan Vicente Gómez. Llegó a desempeñar importantes cargos como el de secretario de la Presidencia, ministro de Hacienda e inspector general del Ejército. Para 1914 su residencia estaba ubicada en la esquina El Conde de Caracas (Sánchez, 2004). Fue un hombre de total confianza del general Gómez. Se cuenta que en reuniones públicas se permitía hacerle bromas bastante pesadas al presidente, cosa impensable que otros lo hicieran. El motivo de tal amistad se debió a que apoyó al general Gómez antes de ser Presidente de la República. Como Cipriano Castro no veía con buenos ojos a Gómez, Pimentel fue quien lo ayudó, lo refugió en sus haciendas y le facilitó las cosas para que Juan Vicente se hiciera de unas haciendas y las pusiera a producir (Otálvora, 2000).

Antonio Pimentel (izq.) junto a Juan Vicente Gómez. Fuente: González, 2004.

Pimentel y Gómez eran socios en la hacienda “El Trompillo”, en la población de Güigüe, al sur del lago de Valencia. Para inicios de la segunda década del siglo XX Pimentel compra la Hacienda Pimentel, ubicada en la cuenca de la quebrada Cucharonal, en Vigirima. Comenzó así la obtención de terrenos y propiedades guacareñas bajo el aval de su “compadre”, que lo convertieron en el nuevo dueño “de toda Guacara”. Estas propiedades pasarían posteriormente a manos de su hijo Ramón Antonio (el mencionado en el reportaje de Paúl) y luego a sus nietos. El avance del dominio gomecista en la región Tacarigüense favoreció la producción agropecuaria, por la ejecución de obras de infraestructura, en especial acueductos, carreteras, calles, entre otras, creando un dinamismo favorable para el desarrollo regional (Moreno y Molina, 1994).

Antes del general Antonio Pimentel, las tierras de Vigirima pertenecían a la familia Wallys. Vicente Wallys (o Vallis, como lo pronunciaban en Guacara (Serfaty, 2000), o Vallís como lo recuerdan los ancianos de Tronconero), fue uno de los personajes más relevantes de Guacara en el siglo XIX. Oriundo de Génova, Italia, al llegar a Guacara rápidamente casa con María Ignacia Endara el 17 de marzo de 1824 “con el consentimiento de sus mayores”, contando apenas 19 años. Contrae nuevas nupcias con Rita Arregui en 1842 y a partir de allí se radicaría en Guacara. De doña Rita se sabe que fue una “espléndida colaboradora”, al igual que sus hijos Francisco y Alejandro Wallys, en la construcción de la nueva iglesia que sustituiría la destruida por el terremoto el jueves santo de 1812, dando inicio la obra en 1845 (Manzo, 1981). Vicente Wallys llegó a poseer muchos intereses y negocios en Guacara, entre ellas haciendas de añil, producto exportable y de mucha demanda para la época debido a su utilización como colorante; y del ingenio de papelón y trapiche ubicado en la hacienda “El Toco”, a siete kilómetros al norte de la ciudad, de la que se presume sea la primera industria guacareña, productora de papelón, melaza y aguardiente de caña que abastecía la demanda de la región norcentral del país. Al parecer esta hacienda data de la época colonial (acordémonos de las relaciones geográficas de Manzano), y se tienen indicios de la compra del italiano “a un canario acaudalado de la época de la colonia” (Torres y Mendez, 1996).

Vicente Wallys hijo sucedió la administración de los bienes de su padre, incrementándola a tal punto que llegó a poseer el 65% de las tierras de Guacara disponibles para la agricultura. Se incrementó la producción del ingenio El Toco, llegando a poseer cuatrocientas cuadras (alrededor de cuatrocientas hectáreas) de caña de azúcar, con cuatrocientas personas de mano de obra para la segunda década del siglo XX. Para permanecer en la hacienda se requería trabajar en ella, de lo contrario se tenía que desocupar las tierras. En la misma hacienda funcionaban casas de habitación y se impartía la enseñanza por algunos maestros, inclusive poseía línea telefónica con comunicación a todo el país. Esta hacienda contribuyó sobremanera con el desarrollo económico de la región (Torres y Méndez, 1996).

En la memoria oral de los ancianos de Tronconero se mantiene vivo el paso de estos señores, dueños en su momento de Guacara, incluso más atrás en el tiempo, como es el caso de los Toro, mantuanos terratenientes del tiempo colonial. Poderosos latifundistas, sus palabras fueron ley, personajes de inmensas fortunas y poder, hombres que marcaron hondas y profundas huellas. Aún en nuestros días se conservan secuelas de su paso en los descendientes de los que vivieron esos días, y nos muestran con asombrosa exactitud, sin haber tenido nunca en su vida estudios formales, el paso cronológico de estos personajes:

“…En aquellos tiempos la cosa era brava cuando esos terratenientes, unos tales Toro, de apellido Toro y que tenían caña sembrada, ganado y que después los Toro le arrendaron a los Vallís y luego los Pimenteles, eso era lo que me contaron, que si hombre tenía su esposa pero un caporal de estos le gustaba la mujer, se la quitaba, y la gente tenía que huir para los cerros con su mujer para conservar el hogar…” (Entrevista a A.A.L., de 68 años en 2009). [1]

De la venta de Alberto Wallys de las propiedades de Vigirima y más allá refieren los ancianos de Tronconero lo siguiente:

“…Antes de los Pimenteles estaba el señor Alberto Vallís, ese era dueño de toda esa broma, de toda Yagua hasta el banco de San Joaquín, toda esa orilla de la laguna…y lo emborracharon y le hicieron vender las tierras a Pimentel. Salieron las vacas a fuerte, este señor tenia hatos, lo rascaron y lo robaron…lo hicieron firmar. Luego Pimentel le fue comprando los pedacitos de tierras a los demás y le quedó Vicente Fernández allá en Vigirima y como no le quería vender le dijo que le iba trancar el paso para ver por donde iba a pasar y tuvo que venderle, y se hizo de todo eso. Le compró a Bizcarronde a Manuel Lavana, a León Monroe…” (Entrevista a M.L., de 91 años en 2009).

“…Estas zonas de Tronconero eran Potreros, estas tierras eran de un señor llamado Alberto Vallís, y Pimentel que lo emborrachó y le hizo firmar las tierras y se las quitó. Ese es el marido de Rosa Monroe…” (Entrevista a R.F., de 86 años en 2009).

Sin embargo, sobre la embriaguez de Wallys y su firma, hay que tomar en cuenta algunos datos importantes sobre esos años veinte que pudieron jugar un papel importante en la decisión de vender todas sus propiedades al general Antonio Pimentel. En primer lugar, el apetito material y de poder del caudillo Gómez, contado en fincas, leguas de sabana, cafetales, el amor lujurioso hacia la tierra, cosmovisión compartida por Pimentel. Es decir, algo así como “me vendes o me vendes”. Y en segundo lugar, acontecimientos negativos que trajeron como consecuencia una recesión en las producciones agropecuarias: Los ancianos lo recuerdan así:

“…Esa langosta disque fue terrible, me cuenta mi suegro que por donde pasaba esa langosta no dejaba nada, esos palos quedaban pelaítos como si estaban secos. Me cuenta que cuando pasaba la banda, la nube de langosta, el sol lo tapaba y quedaba oscuro, eran millones y millones. Él me dice que cuando la langosta volaba y se paraba aquí en la montaña de Vigirima, en los árboles se escuchaba las ramas de los árboles se quebraban con el peso de la langosta; él me cuenta que tuvieron que comer la cabeza de cambur, se salvaba todo lo que quedara debajo de la tierra, ese alo fue difícil..” (Entrevista a G.F., de 67 años en 2009).

De modo que para 1943, año de publicación del reportaje de Paúl, y tal cual se señala allí, las tierras donde se ubicaba Piedras Pintadas eran propiedad de Ramón Pimentel, hijo de Antonio Pimentel. El hecho de que Paúl mencionara con precisión que Piedras Pintadas se encontraba en una finca de Ramón Pimentel sugiere que tenía un conocimiento directo o, al menos, información de primera mano sobre la propiedad del terreno. Es posible que Paúl haya conocido personalmente al propietario, ya sea por vínculos sociales o por su labor periodística, lo que le habría permitido obtener detalles sobre la ubicación y acceso al sitio. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que su fuente primaria fueran los propios habitantes de Tronconero, quienes ya identificaban el sitio con ese nombre y podrían haberle proporcionado el dato sobre la propiedad. La cuestión de cómo Paúl supo de la existencia del sitio con arte rupestre permanece abierta: ¿le llegó la información a través de académicos que habían visitado la zona, o fueron baquianos locales quienes le guiaron hasta las manifestaciones rupestres? La identidad de estos informantes sigue siendo un punto clave en la reconstrucción de su investigación, así como el grado de arraigo de Paúl en la región. ¿Residía en Guacara o simplemente llegó a la zona con el propósito de escribir su reportaje? De ser lo primero, su conexión con los lugareños habría sido más profunda, lo que reforzaría la idea de que su conocimiento sobre el sitio y su contexto social era más amplio que el de un visitante ocasional.

El reportaje de 1943 también demuestra el conocimiento del autor sobre las culturas amerindias del pasado. Paúl no se limita a describir los petroglifos y construcciones pétreas, sino que articula su interpretación con un bagaje amplio sobre los pueblos amerindios, lo que sugiere una familiaridad con los estudios arqueológicos de la época. Esta solidez en su aproximación le permite abordar con rigor técnico las elucubraciones sobre la autoría de las manifestaciones rupestres, evitando especulaciones sin fundamento y basándose en el conocimiento disponible hasta ese momento.

Un aspecto notable de la reseña es su relación con investigaciones previas. Paúl demuestra estar al tanto del trabajo pionero de Luis Oramas, quien en 1939 presentó en el 27º Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en México, el primer estudio formal sobre Piedras Pintadas. El trabajo de Oramas fue publicado en las actas de la primera sesión de dicho congreso y no sería publicado en Venezuela hasta 1959, lo que resalta la importancia de la referencia hecha por Paúl en 1943. Asimismo, el reportaje también menciona las excavaciones realizadas por Rafael Requena alrededor del lago de Valencia, lo que indica que el autor no solo estaba bien informado sobre los estudios locales, sino que reconocía la necesidad de situar el arte rupestre dentro de un marco arqueológico más amplio.

Manifestaciones rupestres de Piedra Pintada. Fotos del autor (entre 2000-2006).

Vale destacar que el trabajo pionero de Oramas menciona a Piedras Pintadas con el nombre de Cocorote, y el trabajo de Cruxent de 1952 como Cerro Pintado (Painted Hill). Sólo en 1958 sale a relucir Piedras Pintadas, con el trabajo de Raúl Alvarado Jhan. Como ya advertimos, el reportaje de Paúl sería el primer documento hasta ahora conocido donde se menciona el término Piedras Pintadas para el sitio con arte rupestre, el mismo que hoy es motivo de admiración para propios y extraños.

Otro elemento significativo del reportaje de Paúl es la inclusión de una imagen donde se observa una representación grabada rupestre con los surcos resaltados, evidenciando la aplicación de esa técnica gráfica para la documentación visual del arte rupestre. Este detalle es valioso porque muestra cómo en ese momento ya existía una preocupación por la representación fiel de estos testimonios, lo que refleja un intento por sistematizar su estudio y registro. Asimismo, se encarta una fotografía de las construcciones pétreas, aunque su observación e identificación queda comprometida por la calidad de la digitalización.

En resumen, el reportaje de Luis Alberto Paúl representa una contribución clave en la divulgación arqueológica de la época de 1940, pero también permite rastrear la evolución del conocimiento sobre Piedras Pintadas en el contexto venezolano. Su rigor, referencias a estudios previos y capacidad de síntesis lo convierten en un documento valioso para entender cómo el arte rupestre del valle de Vigirima y región Tacarigüense comenzaba a ser reconocido como parte fundamental del patrimonio arqueológico de Venezuela.

Notas

[1] Para conservar la confidencialidad y anonimato de los colaboradores de Tronconero y sus familias, muchos ya fallecidos, se ha preferido señalar los testimonios con las iniciales de sus nombres acompañadas de su edad para el momento de la entrevista, esto último para dar cuenta del contexto temporal en el que han vivido.

Referencias

Alvarado Jahn, R. (1958). Los monumentos megalíticos y petroglifos de Vigirima. Boletín de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, Tomo XX, nº 92, Caracas. Pp. 161-169.

Cruxent, J. (1952). Notes on venezuelan archeology. Vol. III del 29º Congreso Internacional de Americanismo, Universidad de Chicago, EE.UU.

González, Rubén (2004). Guacara, entre cuentos y prédicas. Ediciones de la Alcaldía del municipio Guacara. Valencia estado Carabobo.

Manzo, Torcuato (1981). Historia del estado Carabobo. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas.

Moreno, Juan y Molina, Luis (1994). Historia y patrimonio edificado Bibliohemerografía en el eje Mariara - San Joaquín - Guacara. En: Casa Alejo Zuloaga albergues de la memoria, 19-43. Fundación Polar. San Joaquín, estado Carabobo.

Oramas, Luis (1959) [1939]. Prehistoria y arqueología de Venezuela. Construcciones y petrografías de una región de Venezuela. Varias deducciones al respecto. Boletín de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales. Tomo 20, # 93. Pp. 207-253. Reproducción del artículo aparecido en las Actas de la primera Sesión del 27º Congreso Internacional de Americanismo. pp. 277-302.

Otálvora, Edgar C. (1993). Eustoquio Gómez: una historia que termina.  http://www.geocities.com/otalvora/libros/eustoq/cap8eus.html (Consulta: 20/09/2007).

Paúl, Luis Alberto (1943, 1 de abril). El archivo prehistórico de Vigirima. El Tiempo, p. 4.

Sánchez, Jesús María (2004). Niño guarenero en La Rotunda. http://www.la- voz.net/seccion.asp?pid=18&sid=1755&notid=119848& (Consulta: 20/09/2007).

Serfaty, Socorrito. (2000). Guacara… ayer. Fondo Editorial Petroglifo. Guacara, estado Carabobo.

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