Arte rupestre y políticas públicas en Venezuela

Existe en Venezuela un legado histórico que, si bien es conocido en el ámbito de las comunidades locales, carece de relevancia en las políticas públicas y discursos patrimoniales gubernamentales. En tanto evidencia física (no escrita) sobre el pasado, comúnmente es campo de estudio de la arqueología. Hacemos referencia al arte rupestre, registro sobreviviente de la capacidad cognitiva, simbólica y artística de los antiguos pobladores amerindios de nuestro territorio.


El arte rupestre nos muestra el fascinante mundo social, económico, cultural y noético de los grupos humanos que ocuparon la actual Venezuela antes del arribo europeo a América. Al localizarse en los mismos espacios donde fueron concebidos, permite indagar aspectos vinculados con la microhistoria de las comunidades locales donde se aloja. Puede entenderse como reservorio de significaciones, siendo receptor de tramas de sentido que sufrieron transformaciones a través del tiempo a partir de la convergencia de referentes culturales amerindios, africanos y europeos.

Hasta ahora, son 850 los sitios con arte rupestre registrados en el país. Se encuentran diseminados por toda la geografía nacional, con sectores de gran concentración como la Cordillera de La Costa, el piedemonte barinés, el curso alto y medio del río Orinoco o el abra del Táchira, por ejemplo. Lo más probable es que sobrepasen el millar, tomando en cuenta la cantidad de espacios aún por explorar. 

Sin embargo, y a pesar de existir marcos legales que obligan a instituciones y funcionarios públicos velar por su conservación y puesta en valor, se invisibiliza su presencia incólume. Reinan la desidia y el desdén, desestimándose su potencial como elemento para el desarrollo local de las comunidades espacial e históricamente relacionadas.

El arte rupestre es una invaluable herencia que debe ser objeto de políticas públicas de activación patrimonial, tanto nacionales, regionales y locales. Proyectos de conservación y puesta en valor se erigen necesarios, más cuando la época extractivista del país mostró su agotamiento y urge buscar otros caminos hacia el bienestar social de la población. Esto es un reato de gran trascendencia, luego de tantos siglos de desvaloración de los referentes culturales amerindios que han coartado las potencialidades de desarrollo a partir de    nuestras formas de ser y estar en el mundo.

La invisibilización del arte rupestre venezolano dentro de las políticas públicas gubernamentales es una muestra de cómo nos seguimos mirando a nosotros mismos. De nada vale promulgar leyes grandilocuentes y enaltecedoras del patrimonio cultural a merindio si en la praxis son letra muerta. El planteamiento va dirigido entonces a la necesidad de un giro cualitativo que permita poner en valor la riqueza representacional y material de este arte creador amerindio desde y con el protagonismo de las comunidades locales.

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