Los estudios locales del arte rupestre venezolano en el siglo XIX (2da parte)

 [Viene de la 1era parte]

Adolfo Ernst 

Los trabajos antropológicos del naturalista, botánico y zoólogo de origen alemán radicado en Venezuela, Adolfo Ernst, fueron por mucho tiempo desconocidos para el público lector venezolano, pues fueron publicados principalmente en revistas especializadas del extranjero, y en lengua alemana. Dentro de los variados tópicos tratados por este autor saldrían a relucir por vez primera los sitios con arte rupestre de la región norcentral del país, [p.98] en artículos puestos en circulación entre los años 1873 y 1889.

En el primero de estos trabajos, Antigüedades indias de Venezuela (1873), Ernst hace referencia a una visita realizada a la roca Las Caritas (ilustración 6), ubicada a un poco más de tres kilómetros al sur de Caracas, cerca del sector Turmerito (Ernst, 1987 [1873]: 53). Las variables examinadas por el naturalista alemán en este yacimiento son de interés, puntualmente el diseño de los grabados y las medidas métricas de los surcos, en tanto que consienten un análisis comparativo con otros sitios rupestres de la región (Ernst, 1987 [1873]: 55). En este sentido, las medidas señaladas sobre el ancho y profundidad de los grabados, situados mayoritariamente en 3 y 1 centímetros respectivamente, colocarían a los grabados de este yacimiento dentro de los petroglifos de mayor profundidad. Asimismo, se observa en el dibujo de Ernst la preponderancia del rostro humano, una característica también común en los petroglifos de la región tacarigüense, a la vez de otro diseño común a los yacimientos del área. Por otra parte, sobre las posibles explicaciones [p.99] de estos objetos este pionero de la investigación sobre arte rupestre del país, en una visión prospectiva, manifestó lo siguiente:

Sería por supuesto un juego ocioso, si quiera ensayar una explicación de las figuras. Queda en suspenso si esta explicación será jamás posible hasta un cierto grado. Por de pronto aparece como importante coleccionar cuidadosamente estos monumentos de épocas pasadas y hacerlos generalmente accesibles a investigaciones posteriores (Ernst, 1987 [1873]: 55).

En el año de 1886 se publica el trabajo denominado Petroglifos y piedras artificialmente ahuecadas, de Venezuela. En realidad se trata de una carta de Alfredo Jahn, “…un agrimensor en ciernes…” (Ernst, 1987 [1886]: 119), que Ernst replicó -con sus créditos  [p.100] correspondientes- a la Zeitschriftfür Ethnologie. En la misiva se hace alusión a una visita realizada por Jahn a una roca grabada localizada en la sabana montañosa de Potrero Perdido, al sur de la Colonia Tovar, zona noreste del estado Aragua (Ilustración 7). El “novel agrimensor”, además de señalar otros datos colectados in situ, realizó un dibujo a mano alzada de los soportes rocosos contentivos de los diseños en este yacimiento. Destaca la utilización del término petroglifo para definir estos monumentos, evidenciando la posible disposición de la comunidad científica local de la época en adoptar prontamente este vocablo. Asimismo, se hace mención a la presencia de un tipo de manifestación rupestre de características diferentes, bajo el término de “piedras artificialmente ahuecadas” o, simplemente, “piedras ahuecadas”. Otra referencia destacable es el reporte de otros yacimientos rupestres en los alrededores de la Colonia Tovar, lo que el paso del tiempo y el concurso de varios investigadores se encargarían de corroborar.

Tres años después, en 1889, sale a la luz Petroglifos de Venezuela, donde Ernst refiere la existencia de algunos sitios con arte rupestre del estado Aragua y el área orinoquense (Ernst, 1987 [1889]: 722-735). En relación a los sitios aragüeños alude a los yacimientos de Potrero Perdido y Piedra del Tigre, publicando dibujos de los soportes grabados (Ilustración 8). Un dato importante sobre las representaciones es la presencia de algunos diseños comunes a la región tacarigüense, en especial los que [p.101] frecuentemente se denominan rostros o máscaras, como también los conocidos con el nombre de vulvas, ambos recurrentes en los sitios con arte rupestre del contexto espacial de esta investigación.

Sitios con arte rupestre Potrero perdido y Piedra del tigre. Fuente: Ernst, 1987

Asimismo, Ernst realiza algunos señalamientos sobre la [p.102] funcionalidad que tendría originariamente el arte rupestre como también ciertas explicaciones sobre el posible origen de los petroglifos. Al respecto, el sabio alemán se aleja de las propuestas que asocian la producción del arte rupestre desde la simple distracción de los indígenas en tiempos de ociosidad. En ese sentido, sobre las opiniones de Richard Andrée, plantea que “…no se trata aquí de un pasatiempo ocioso (…) en mi opinión, en la mayoría de los casos estos petroglifos son o representaciones de acontecimientos reales o señas de caminos y propiedades, quizás también a veces de naturaleza simbólica…” (Ernst, 1987 [1889]: 725). Tal es el caso de la Piedra del Tigre, así llamada por los lugareños, vinculada -según Ernst- la perpetuación en la memoria colectiva de algún suceso relacionado con el ataque de un felino (Ernst, 1987 [1889]: 725).

Posiblemente, estos pioneros trabajos de campo, auspiciados por Adolfo Ernst desde su labor en la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, incluyeron la sustracción de materiales rupestres de sus espacios originarios, de acuerdo con la muestra expositiva de la Exposición Nacional de Venezuela de 1883 (Díaz, 2006; Dorta Vargas, 2017). En efecto, en dicha exposición, “En la vitrina nacional se pudieron observar, por ejemplo, en el patio central, los jeroglíficos [sic: léase petroglifos] indígenas hallados por los científicos positivistas –especialmente los que practican la antropología moderna–” (Dorta Vargas 2017: 95). Cabría entonces preguntarse por el paradero actual y el número de los ejemplares sustraídos, a sabiendas que Ernst, como director del fundado Museo Nacional hasta su fallecimiento en 1899, enviaba materiales arqueológicos a exposiciones internacionales, entre ellas la de Viena (1873), Bremen (1874), Santiago de Chile (1875) y Filadelfia (1876) (Díaz, 2006: 81).

Aristides Rojas 

Luego de Ernst corresponde el turno a Arístides Rojas, el primer venezolano que realizó descripciones y aseveraciones sobre el uso, significación y distribución geográfica de los petroglifos venezolanos. En su obra Estudios Indígenas (1878), además de reseñar la existencia de estos materiales por la geografía nacional, este erudito venezolano tiene el mérito de [p.103] documentar por vez primera la existencia del arte rupestre de la vertiente cordillerana de la cuenca del lago de Valencia, además de otros sitios con arte rupestre del contexto espacial de esta investigación. A pesar de la alusión a estos yacimientos, el autor -lamentablemente- no la sustenta con dibujos de las representaciones visuales de los sitios mencionados, ni otros datos que permitieran saber con precisión el lugar de su ubicación, su pervivencia al tiempo presente o hacer comparaciones, entre otros asuntos.

En todo caso, lo importante a destacar es que Rojas, al igual que otros tantos naturalistas de su época adentrados en los estudios antropológicos, aceptó el reto de dilucidar las interrogantes emanadas de estos materiales. Así, concordaría con el planteamiento de Humboldt en relación a que cualquiera fuese su origen, igual merecerían el interés de su estudio por aquellos que les atrae la historia filosófica del planeta (Rojas, 2008 [1878]: 457-458). Asimismo, señala las similitudes entre las representaciones, lo que aunado a la falta de escritura de los grupos aborígenes que habitaron el territorio venezolano, pondría de manifiesto que éstos “…no pasaron en sus dibujos de la idea simbólica y que, en muchos casos, su pictografía puede considerarse como de un carácter puramente mímico o figurativo…” (Rojas, 2008 [1878]: 457). Un aspecto interesante de advertir está en su presunción acerca de una primigenia funcionalidad social del arte rupestre que, auxiliada por la memoria oral, se habría transmitido a través de los siglos (Rojas, 2008 [1878]: 452). Aunque no propone explícitamente el momento y las razones por las que tal transmisión cesaría -lo que habría causado a su vez la culminación de su función social-, se deja entrever su opinión en la siguiente cita, de prosa por demás refinada y poética:

Pasó la mano del tiempo y acabó con la civilización antigua, y con los caciques belicosos que asaltados un día de improviso, por hombres nuevos que habían atravesado el Océano, lucharon contra el extranjero y se defendieron, y volvieron a luchar para entregarse exánimes, cuando de ellos, los dueños de la tierra [p.104] venezolana, no quedó ni hogar, ni soldados, ni esperanza posible, ante la nube invasora que todo lo cubrió con su mortaja de sangre. Así pasó; pero quedaron los libros de piedra que no tienen por intérpretes sino las raíces de los árboles o los musgos y graciosas enredaderas que tienden sus sarmientos sobre la esculpida superficie, como para recibir con más libertad los voluptuosos besos del sol de ocaso (Rojas, 2008 [1878]: 451).

Otro aspecto destacable en la obra de Rojas es la aplicación de un método arduamente utilizado en el pasado siglo y de cierta relevancia aún en los estudios contemporáneos: la utilización de datos etnográficos presentes en documentos surgidos durante el dominio de la monarquía española para atribuir el sentido de algunas representaciones visuales del arte rupestre. De tal manera, para justificar la presencia de los diseños que evocan la figura de la rana entre los “jeroglíficos del Orinoco”, por ejemplo, echaría mano de las relaciones del padre Matías Ruiz Blanco sobre el imaginario de algunos grupos de filiación lingüística caribe alusivas a la originaria creencia de la rana como una deidad de las aguas. Este dato etnográfico temprano refuerza la idea del autor sobre el sentido o significación de las representaciones batraciomorfas de esa región, aunado posiblemente al compilado por Humboldt sobre la subida de las aguas en el mito de Amalivaca, conservado en la memoria oral de los caribe-hablantes del s. XVIII (Rojas, 2008 [1878]: 451). Esta tendencia metodológica vería su aplicación en muchos trabajos posteriores como vía de acercamiento a las formas de pensamiento del mundo aborigen y -por tanto- al arte rupestre.

Gaspar Marcano 

En 1889 se publica en Francia el trabajo denominado Etnografía precolombina de Venezuela, valles de Aragua y de Caracas, de Gaspar Marcano, clásica obra que trata sobre los antiguos pobladores de las regiones Central y Capital. A pesar de su antigüedad, ofrece una extraordinaria vigencia [p.105] en cuanto a algunas descripciones, hallazgos y aseveraciones contenidas, derivadas éstas de la utilización de un enfoque metodológico donde se entrelazan las evidencias empíricas con las documentales. Valdría la pena destacar la particular historia de esta publicación, utilizando para ello las palabras del mismo autor:

Fue en 1886 (…) que deseosos nosotros [Gaspar y Vicente Marcano] de aplicar a la etnología patria los procedimientos antropológicos que tan brillantes resultados han dado en los países civilizados, pedimos el apoyo del general Guzmán Blanco que estaba a la sazón en París, aprestándose para ocupar la presidencia de la República. Después de haber conferenciado varias veces con él sobre la necesidad de inaugurar el estudio metódico de las razas indias que poblaron a Venezuela antes de la conquista, el futuro presidente se penetró de la importancia de ello, hasta el punto de considerar la cuestión como causa propia, y casi como uno de los objetivos de su administración (Marcano, G. 1893; en Marchelli, 1971: 13-14).

En efecto, en 1887 Vicente Marcano, hermano de Gaspar, con la aprobación del gobierno de Antonio Guzmán Blanco, coordinó un proyecto de investigación que propugnaba la realización de prospecciones arqueológicas por toda la geografía nacional, en aras de fundamentar las interpretaciones antropológicas en base a las evidencias empíricas (Meneses y Gordones, 2007a: 21). Etnografía precolombina de Venezuela, en sus tres entregas: Valles de Aragua y de Caracas (1889), Región de los raudales del Orinoco (1890) e Indios Piaroas, Guahibos, Cuicas y Timotes (1891), escritas por Gaspar Marcano en Francia,60 fue el resultado de esta labor de campo, llevada a cabo en el país por su hermano Vicente.

El trabajo exploratorio coordinado por Vicente Marcano en la región tacarigüense y en las inmediaciones de la capital venezolana dio cuenta entonces de una variedad de contextos arqueológicos, [p.106] entre ellos el arte rupestre de sus predios. Específicamente se señaló la existencia de petroglifos en los alrededores de la ciudad de Caracas, en las zonas de La Boyera, Turmerito61 y San Roque (Ilustración 9 y 10), este último localizado en el camino del Tuy (Marcano, 1971 [1889]: 102-107). De los datos obtenidos en el trabajo de campo practicado en estos yacimientos habría poco que destacar; sólo los dibujos de los soportes grabados presentarían alguna relevancia, aunado al señalamiento de la profundidad del surco de los grabados (más de un centímetro) de una de las rocas registradas en La Boyera.

Petroglifos de La Boyera, versión Marcano. Fuente: Marcano, 1971

Mas sin embargo, cabría tomar en cuenta la aseveración del autor sobre la existencia “…en todas las zonas de los valles (…) [de] inscripciones jeroglíficas grabadas sobre piedras de grandes dimensiones conocidas por los habitantes de todos los tiempos bajo el nombre de piedras de los indios, piedras pintadas…” , además del corolario de que “…esos dibujos [los [p.107] publicados en la obra] han sido escogidos para dar una idea completa de las variedades de los jeroglíficos…” (Marcano, 1971 [1889]: 104). Ambas citas podrían estar indicando que los sitios señalados en el trabajo fueron solo una selección de los registrados por Vicente Marcano en la región.

Otro aspecto destacable del trabajo de campo en los sitios con arte rupestre está en las excavaciones practicadas en San Roque. Por una parte, más allá de los resultados -los cuales no arrojaron hallazgos de osamentas u otros objetos asociados a los grabados-, llama la atención la razón por las cuales se llevaron a efecto, pues “…de acuerdo a la tradición, ese paraje sería un cementerio precolombino…” (Marcano, 1971 [1889]: 105). Esto podría indicar una factible relación del yacimiento con los habitantes cercanos (por lo menos el conocimiento de su existencia), pero además el contacto de éstos con el equipo expedicionario. Por otro lado, los resultados indicarían que San Roque no fue un área de habitación ni tampoco un sitio utilizado para enterramientos, aspecto que podría ser un patrón característico en los parajes donde se aloja el arte rupestre del contexto de estudio de esta investigación.

El autor, a su vez, plantea algunos puntos relacionados con la significación y antigüedad de los petroglifos. En tal sentido, y sin [p.108] animarse a entablar elucubraciones vacuas, asigna a las representaciones un significado totalmente desconocido, atribuyéndoles más bien características totalmente ideográficas y una variada finalidad social (Marcano, 1971 [1889]: 107). Asimismo, señala la imposibilidad de precisar con exactitud el momento en que fueron elaborados, si por los antiguos pobladores precontacto europeo o por las “tribus” doblegadas por los españoles. La única manera para abordar esta cuestión, según su mención, estaría en “…comparar esos símbolos con los de los otros pueblos americanos…” (Marcano, 1971 [1889]: 107).

Estas someras relaciones fueron desarrolladas con mayor profundidad en la segunda entrega de Marcano, Etnografía precolombina de Venezuela, Región de los raudales del Orinoco, de 1890. En esta obra el autor dedica un capítulo entero a los “petroglifos” del Orinoco, emitiendo algunas generalidades relacionadas con el estudio de estos objetos. Plantea que esta labor debería realizarse con mayor firmeza y seriedad, en tanto que estos restos serían, junto a los huesos y la alfarería, los únicos vestigios materiales de los pueblos extintos del pasado (Marcano, 1971 [1890]: 230). Rechaza además algunos métodos en boga para la época, los cuales priorizaban la comparación entre las inscripciones pétreas americanas y las europeas para, eventualmente, deducir sus significados. Sobre la base de los trabajos de algunos etnólogos norteamericanos, alega el error que se cometería con la aplicación de este método, en tanto que un signo representado podría estar imbuido de diferentes significados en función del mundo sociocultural del grupo en el cual éste habría sido concebido. Bastaría, entonces, con “…examinar las numerosas pictografías coleccionadas y publicadas por la Oficina Etnológica de Washington, para convencerse de las múltiples ideas que pueden estar representadas por el mismo símbolo…” (Marcano, 1971 [1890]: 230). Este planteamiento del autor es muy importante, conservando plena vigencia en la actualidad (a pesar del contexto decimonónico de su exposición), observándose en los [p.109] discursos de los investigadores de arte rupestre contemporáneos.

Ciertamente, la proposición de Marcano (1971 [1890]: 231) para el estudio de la significación de las representaciones visuales del arte rupestre está permeada por la premisa de que en diferentes partes del planeta las formas elementales de los signos (puntos, líneas, círculos) serían empleadas y combinadas por los grupos humanos de la antigüedad para manifestar su pensamiento. Sin embargo, las ideas contenidas en ellos estarían decididamente establecidas de mutuo acuerdo por cada pueblo, las cuales no guardarían ninguna relación fuera de su contexto de creación sino por “…obra de la casualidad…” (Marcano, 1971 [1890]: 231). En palabras del propio autor: “…Ante todo hay que convencerse de las arbitrariedades convencionales propias de cada tribu, condiciones que cambian según las costumbres, las armas, la manera de vestirse y frecuentemente las tradiciones…” (Marcano, 1971 [1890]: 231). En consecuencia, al decir de sus ideas, habría que rechazar los métodos comparativos en tanto búsqueda de generalizaciones para la interpretación de los “jeroglíficos americanos”. En cambio, el camino sería el estudio particular de cada sistema, esto es, las especificidades propias de cada grupo socio-cultural, “…conocer la vida íntima de las tribus para comprender el sentido de sus pictografías…” (Marcano, 1971 [1890]: 231). El autor resume este planteamiento de la siguiente manera: 

No se puede esperar encontrar en los petroglifos americanos caracteres estegonográficos, ni siquiera fonéticos. Es en base a puras ideografías como debe hacerse el estudio, en cada grupo étnico. Sus dibujos, cuya mayoría son mnemónicos, expresan sucesos que tienen menos relación con la historia nacional que con la historia individual (combates, pistas, manantiales, época de abundancia, lugares donde los cazadores pueden encontrar alimentos, etc.). Algunos son una mnemotecnia de los cantos nacionales. Otros, y estos son los más raros, contienen un tratado de la mitología o de las prácticas religiosas. Los más importantes son los tótems (Marcano, 1971 [1890]: 233). [p.110]

En consecuencia, la propuesta del autor establece que el conocimiento previo del pueblo creador de los petroglifos sería indispensable para la interpretación del mensaje implícito en ellos. A fines del siglo XIX, colocando como ejemplo los petroglifos del Orinoco, Marcano asienta la dificultad de tal labor debido al absoluto desconocimiento “…de los precolombinos que los grabaron…” (1971 [1890]: 234). En la actualidad esta cuestión sigue siendo esencialmente una incógnita y motivo de debates.

Queda entonces el empeño futuro de la disciplina arqueológica en el país -entre otras ramas del saber- para lograr un acercamiento plausible a la comprensión de este asunto. Por lo pronto, este apartado resume la iniciación de los estudios del arte rupestre de las regiones Central y Capital, con Adolfo Ernst como uno de sus precursores. El empuje del naturalista alemán sirvió de inspiración para la formación de una camada de investigadores nacionales permeados por el interés de desentrañar las incógnitas presentes en estas manifestaciones. 

Bibliografía

Ernst, Adolfo (1987). Obras Completas. Tomo VI. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas.

Marcano, Gaspar (1971) [1889]. Etnografía precolombina de Venezuela. Valles de Aragua y de Caracas. Universidad Central de Venezuela. Caracas. pp. 29-142.

Marcano, Gaspar (1971) [1890]. Etnografía precolombina de Venezuela. Región de los raudales del Orinoco. Universidad Central de Venezuela. Caracas. Pp. 145-276.

Rojas, Arístides (2008) [1878]. Estudios indígenas. En: Orígenes venezolanos. Historia, tradiciones, crónicas y leyendas. Fundación Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela. pp. 447-513.

Cómo citar este trabajo?

Páez, Leonardo (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense. Producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 a.C. – 2008 d.C.). Ediciones Dabánatà, Universidad de Los Andes. Venezuela.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El estudio del arte rupestre venezolano. Retos y devenir histórico

Los arawak y las manifestaciones rupestres del norte de Suramérica: de la amazonía a la región Nor-central venezolana

Petroglifos de Vigirima: Dos yacimientos de Arte Rupestre de la Cuenca del Lago de Valencia, estado Carabobo, Venezuela