Los estudios locales del arte rupestre venezolano en el siglo XIX

A finales del período decimonónico, se sucedió en el seno de la sociedad venezolana un movimiento intelectual vanguardista para la época que causó una ruptura con el enfoque históricogeográfico en boga en el país desde 1830 (Meneses y Gordones, 2007a: 11). Esta corriente de pensamiento adoptó como bandera la construcción de una historia patria basada en el desarrollo de “…un discurso ideológico, sustentado en las teorías socioantropológicas positivistas europeas del siglo XIX…” (Meneses y Gordones, 2007a: 13).

Por una parte, durante este período histórico, científicos de la talla de Adolfo Ernst y Elías Toro dieron inicio al surgimiento e instauración de la disciplina arqueológica y etnográfica en el país. Esta corriente se interesó “…en el conocimiento impoluto de la naturaleza y la cultura…” (Navarrete, 2007a: 70), basándose en el estudio de las evidencias materiales y de observaciones in situ del contexto socio-cultural aborigen. Paralelamente, otros intelectuales, donde se inscriben Rafael Villavicencio y José Gil Fortoul, se apoyaron primordialmente en el análisis de las fuentes coloniales para el conocimiento y comprensión del pasado sin desdeñar además cualquier vestigio cultural en general (Navarrete, 2007a: 69, 70).

 Piedra “Las Caritas”, por Adolfo Ernst. Fuente: Ernst, 1987.

Estas corrientes representaron, de acuerdo con Navarrete (2007a: 69), dos tendencias epistemológicas y políticas totalmente diferenciadas. Mientras la primera se inscribió “…dentro del discurso científico natural (…) evitando cualquier tipo de visión evolucionista…”, concentró sus esfuerzos en el estudio de las evidencias materiales y realizó trabajos de campo y análisis de colecciones, la segunda persiguió visibilizar el pasado de los grupos indígenas y su proceso de transformación en función de comprender su rol en la sociedad actual, utilizando primordialmente los documentos coloniales (Navarrete, 2007a: 70).

Uno de estos planteamientos, entonces, iría dirigido hacia la necesidad de constatar las bases del conocimiento histórico venezolano hasta ese momento aceptado a través del manejo de datos e informaciones con sustentación en la observación directa in situ (Meneses y Gordones, 2007a: 12). La nueva tendencia perseguía dejar La documentación del Arte Rupestre en Venezuela [p.96] atrás los postulados de una historia respaldada en los documentos de la época de conquista y colonización, que habrían ocasionado, de acuerdo a los antropólogos Lino Meneses y Gladys Gordones, “…la construcción de un imaginario colectivo que colocó a los europeos como héroes civilizadores y a (…) [las demás comunidades y grupos] como salvajes y atrasadas…” (2007a: 11). Con ello, se acometió la tarea de despejar las dudas sobre la autenticidad de los relatos encontrados en las fuentes primarias, tal cual lo plasmaría Arístides Rojas en la introducción de su libro Leyendas históricas de Venezuela, fechado en 1890:

Es necesario despojar a nuestra historia de los mitos con que hasta hoy la han hermoseado los pasados cronistas, restablecer la verdad de los sucesos, y fijar el verdadero punto de partida de los futuros historiadores de Venezuela. Reconstruyamos la historia: no, que esto sería excesiva presunción de nuestra parte: tratemos de despejar las incógnitas marcando rumbo seguro a los que nos sucedan. En materias históricas, más que en ninguna otra, todo aquello que no esté apoyado en documentos auténticos y narraciones fieles, debe despreciarse como una cantidad negativa, y toda aseveración que no haya sido inspirada por la verdad, basada en el estudio y la crítica, es de ningún valor (Zambrano, 2008: XIII-XIV).

De acuerdo a esta nueva visión, el conocimiento y comprensión de la historia aborigen venezolana sólo se lograría con la ejecución de trabajos de campo en todo el ámbito geográfico nacional. Se aceptó entonces el reto de encarar el estudio de los restos materiales y demás elementos culturales existentes para la época, en tanto búsqueda de evidencias empíricas que permitieran otorgar un grado de cientificidad a la naciente historiografía nacional. De esta manera prorrumpió la investigación arqueológica y etnológica local, inspirada por las ideas modernas-liberales discutidas inicialmente en el seno de la Universidad de Caracas (Meneses y Gordones, 2007a: 12, 18).

Sitio con arte rupestre Potrero Perdido, por Alfredo Jhan. Fuente: Ernst, 1987.

En este contexto de ideas, el arte rupestre se convirtió para los investigadores nacionales en un elemento significativo para la [p.97] La documentación del Arte Rupestre en Venezuela búsqueda de explicaciones que dieran cuenta de un pasado hasta ese instante viciado por “…vagas concepciones metafísicas sin apoyo alguno en la realidad de las cosas…” (Villavicencio en Meneses y Gordones, 2007a: 12). Y no habría podido ser de otra manera, en tanto que la abundancia de sitios en las áreas circundantes a la ciudad de Caracas -el eje dinamizador de este proceso- traería como consecuencia su advertencia en los trabajos de campo de los noveles científicos.

De manera que los encuentros investigador - resto arqueológico producirían las primeras referencias documentales de los petroglifos en la región tacarigüense, adquiriendo una relevancia en los estudios arqueológicos del país que se mantendría hasta bien avanzado el siglo XX. En otras palabras, los primeros estudios de los sitios con arte rupestre en el contexto espacial de esta investigación se sucederían -aunque no todos- a raíz del interés por construir una historia nacional, en la cual el pasado indígena se viera reflejado. En tal sentido caben destacar los trabajos de tres pioneros de la investigación etnológica, arqueológica e histórica venezolana: Adolfo Ernst, Arístides Rojas y Gaspar Marcano. De ellos se generaron alusiones sobre la existencia de los sitios rupestres aquí estudiados, junto a otros reportes en la vecina región Capital y zonas del Orinoco y Guayana. Es de advertir, empero, que las primeras publicaciones sobre esta temática -a pesar de haber surgido de las particularidades locales antes señaladas- mayormente verían luz en tierras extranjeras. Solo las obras de Rojas fueron inicialmente divulgadas en suelo patrio; las de Ernst y Marcano tuvieron que esperar alrededor de un siglo (las postrimerías del siglo XX) para ser editadas en el país.[p.98]

Bibliografía

Ernst, Adolfo (1987). Obras Completas. Tomo VI. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas.

Meneses, Lino y Gordones, Gladys (2007a). Historia gráfica de la arqueología en Venezuela. Editorial Venezolana. Mérida, Venezuela.

Navarrete, R. (2007a). La arqueología social latinoamericana: una meta, múltiples perspectivas. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela. Caracas, Venezuela.

Zambrano, Gregory (2008). Arístides Rojas y la memoria colectiva venezolana. En: Rojas, Arístides. Orígenes venezolanos. Historia, tradiciones, crónicas y leyendas. Fundación Biblioteca Ayacucho. Colección Clásica, Nº 244. Caracas, Venezuela.

Cómo citar este trabajo?

Páez, Leonardo (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense. Producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 a.C. – 2008 d.C.). Ediciones Dabánatà, Universidad de Los Andes. Venezuela.


Comentarios

Entradas populares de este blog

El estudio del arte rupestre venezolano. Retos y devenir histórico

Los arawak y las manifestaciones rupestres del norte de Suramérica: de la amazonía a la región Nor-central venezolana

Petroglifos de Vigirima: Dos yacimientos de Arte Rupestre de la Cuenca del Lago de Valencia, estado Carabobo, Venezuela