El derrumbe del mural de Vigirima: un luto patrimonial para Guacara

El pueblo de Vigirima, y con él todo el municipio Guacara, está con una herida abierta: el mural que por más de tres décadas custodiaba la plaza Diego Ibarra ya no existe. Lo que fuera obra del insigne artista, docente e investigador del arte rupestre Armando Sasarabicoa Torres Villegas, erigida en 1994 para conmemorar los 300 años de fundación de Guacara, yace hoy reducido a escombros.

Foto: Luis Ureña, 2019.
Fotos: izquierda, Liliana Perdomo, 2023; derecha, difundida por Italo Sabatino.

Ese mural no era un “simple adorno”. Era la puerta de entrada simbólica a las montañas de Vigirima, donde laten en piedra los petroglifos milenarios que la hacen un espacio singular dentro de nuestra región Tacarigüense y del patrimonio arqueológico de Venezuela. Era también un espejo en el que se miraba la comunidad: un recordatorio visible de nuestra riqueza cultural, de la identidad que nos amarra a la tierra y al tiempo profundo.

Hoy, en cambio, la plaza exhibe un vacío doloroso. Y el pueblo está de duelo.

Foto: Luis Ureña.

Las versiones sobre la causa del derrumbe son múltiples y contradictorias. Que si el agua del río; que si las lluvias; que si los borrachos y la licorería; que si lo tumbó la propia comunidad para librarse de un “baño público” indigno; que si la alcaldía lo ordenó en silencio para justificar remodelaciones futuras. Poco importa ya cuál relato se imponga: lo cierto es que el mural no se cayó solo. Fue víctima de la desidia institucional y del abandono planificado.

Porque hay una Dirección de Patrimonio en la Alcaldía de Guacara. Hay funcionarios responsables de velar por el ornato, por los espacios públicos, por la preservación de los bienes culturales de todos, incluso a nivel regional. Y sin embargo, nada hicieron. Prefirieron mirar a otro lado, tolerar el consumo de licor en la vía pública y permitir que la indolencia convirtiera un monumento en un meadero. Como bien señaló un vecino: “si la decisión fue dejar la licorería y tumbar el mural, lo que se escogió fue la inmoralidad”.

El dolor que hoy sentimos no es solo por el cemento derrumbado. Es por la pérdida del orgullo colectivo, por el retroceso en la memoria histórica, por la señal inequívoca de que la cultura y el patrimonio siguen sin tener espacio en la agenda municipal y regional.

Hace unos años también desapareció en Vigirima la casona colonial cercana, luego un gran samán centenario que ofreció sombra a generaciones enteras. Hoy el mural. Mañana, quizá, la capilla antigua, también acosada por los mismos males. El paisaje patrimonial de Vigirima se va desmoronando ante la indiferencia generalizada, y con cada pérdida se nos desgarra un pedazo de identidad.

Foto: Luis Ureña.

No basta con el lamento. No basta con la nostalgia. Debemos reclamar con contundencia que se asuman responsabilidades. Que la Alcaldía, a través de su Dirección de Patrimonio y de Cultura, responda por la pérdida. Que se reconozca públicamente que fue la falta de mantenimiento, control y visión lo que nos arrebató una obra conmemorativa de valor incalculable.

Vigirima y Guacara están de duelo, sí. Pero este luto debe transformarse en acción, en exigencia, en memoria activa. El mural de Armando Sasarabicoa Torres Villegas fue mucho más que pintura y concreto: fue un manifiesto de quiénes somos. Y su derrumbe no puede quedar sepultado bajo el silencio cómplice de las autoridades.

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