El Instituto del Patrimonio Cultural y la creación del Museo Parque Arqueológico Piedra Pintada

En el año 1996, un equipo del Instituto del Patrimonio Cultural[2] (IPC) comandado por el antropólogo Pedro Rivas y en colaboración con otras instancias, inició estudios en el sitio con arte rupestre Piedra Pintada con el objetivo de alimentar de información el expediente legal que conduciría a su protección bajo la figura de una declaratoria como Bien de Interés Cultural de la Nación y su conversión a “parque arqueológico”[3] (Molina, Rivas y Vierma, 1999 [1997]: 9). La protección jurídica planteada, junto a la creación de esta institución, tendría por finalidad la puesta en valor de este sitio arqueológico tomando en cuenta los criterios de sostenibilidad y sustentabilidad, aunado a la conservación y preservación de sus bienes patrimoniales. Su establecimiento estaría amparado legalmente por la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural (1993) y su funcionamiento determinado por el Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso del Parque Nacional San Esteban (decreto presidencial Nº 1.368, 12 de Junio de 1996), este último creado en 1987 en primer término con el nombre de Miguel José Sanz, uno de los influyentes maestros de Simón Bolívar, el Libertador.

A través de las gestiones llevadas a cabo por el IPC en la segunda mitad de la década de 1990, el sitio Piedra Pintada fue declarado Bien de Interés Cultural de la Nación (Gaceta Nº 5.299 Ext. del 29 de enero de 1999). Vale advertir que, desde el punto de vista legal, la instauración del Parque Nacional San Esteban (Área Natural Protegida[4] bajo la administración del Instituto Nacional de Parques) ampararía no solamente a Piedra Pintada, sino también a los demás sitios con arte rupestre ubicados en las dos vertientes de la franja cordillerana del contexto espacial de esta investigación[5]. Dentro del Parque Nacional San Esteban, ya Piedra Pintada estaba clasificado como “zona de interés histórico-cultural o paleontológico” (IHC) en su Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso. Pero además, desde 1999, junto a su reclasificación como Bien de Interés Cultural pasó a conformar el circuito de museos del estado Carabobo bajo la modalidad de “museo parque arqueológico prehispánico”, el primero en su estilo instaurado en el país. Su administración ha estado a cargo del Gobierno de Carabobo, primero a través de la Fundación del Patrimonio Histórico y Cultural de Carabobo (FUNDAPATRIA) y luego -desde 2008- por la Dirección del Patrimonio Histórico Cultural de la Secretaría de Cultura de este gobierno regional.

Inicialmente, la propuesta del IPC planteaba convertir la sede administrativa del MPAPP (que al momento de la declaratoria ya estaba construida al pie de los montículos naturales del yacimiento) como un centro de interpretación ambiental y cultural. En otras palabras, la pretensión inicial era que dicha sede fungiera como una estación que brindara cobijo al coordinador del lugar y a su equipo de guías de recorrido, como a una serie de paneles con infografías referidas a la valoración del paisaje y su historia, en tanto punto de partida y de encuentro para los visitantes que accedían al lugar, conceptualizado así por el arquitecto paisajista Ciro Caraballo Pericchi, basándose éste en experiencias exitosas precedentes aplicadas en otras zonas del país (Rivas, 2016, comunicación personal). Por otro lado, al reconocerse que se trataría de un pequeño museo con características particulares, esto es, de bajo presupuesto para la adquisición de equipos, programas operativos y personal de apoyo, se redimensionaron las funciones de la sede elevándolo a la categoría de nodo museístico, sin la complejidad y exigencias presupuestarias que implicaba un museo propiamente dicho. No obstante, con la suficiente autonomía para ofrecer la atención básica indispensable a sus visitantes (Rivas 2016, comunicación personal).

En síntesis, el Instituto del Patrimonio Cultural realizaría su labor con la finalidad de gestionar la declaratoria de Piedra Pintada como Bien de Interés Cultural de la Nación, aprobada por decreto en 1999 y proceder al diseño del proyecto para convertirlo en un parque arqueológico (imagen 46). Previamente se realizaría un inventario con la localización y registro fotográfico de las manifestaciones allí presentes, con el fin de trazar una poligonal de protección sobre los tres montículos y las estructuras megalíticas aún visibles (Rivas 2016, comunicación personal). El inventario realizado arrojaría “…más de 165 conjuntos de figuras [diseños o grabados] distribuidos en varias estaciones (áreas con grandes concentraciones de grabados) y, por lo menos, dos alineamientos de piedras…”  (Molina, Rivas y Vierma, 1999 [1997]: 9).  

 

Intervención del IPC en el yacimiento Piedra Pintada. Fuente: Sitios arqueológicos de Venezuela I, 1999.

De acuerdo a los planteamientos del estudio adelantado por el IPC, el sitio con arte rupestre Piedra Pintada habría constituido un paraje de significativa importancia para sus realizadores, quizá vinculado a una valoración de carácter religioso como se observa entre grupos indígenas arawak del sur venezolano y la región de Las Antillas (Molina, Rivas y Vierma, 1999 [1997]: 10). Tal interpretación se sustentaría en la aplicación de analogías etnográficas con varias etnias de esa filiación, especialmente de los estudios de Omar González Ñáñez, investigador de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad de Los Andes (Rivas 2016, comunicación personal). Pero además, la presunción se apoya en las evidencias de una presencia arawak precontacto europeo documentada en la región a través de la arqueología y de las semejanzas de los diseños grabados con los presentes en otras regiones (cuenca del Orinoco, Antillas), que señalan la posibilidad de filiaciones genéticas y culturales entre los arawak de esas zonas y los productores-usuarios de Piedra Pintada (Molina, Rivas y Vierma, 1999 [1997]: 10). Específicamente, las afinidades iconográficas se manifestarían, citando una reseña del estudio que se hizo, en las decoraciones presentes en la alfarería saladoide, barrancoide, dabajuroide, chicoide y taína, de posible lengua arawak. A partir de estos elementos se planteó la posibilidad de que los diseños grabados hayan ostentado un carácter sacro asociado a “…mitos de creación, ceremonias de tránsito a la edad adulta y ciertas actividades en las prácticas chamánicas…” (Molina, Rivas y Vierma, 1999 [1997]: 10), como lo siguen haciendo algunos de sus parientes actuales, con una cronología relativa entre 2.000 y 1.100 años antes del presente, o en otras palabras, una manufactura entre los siglos I y IX d.C.    

La datación y las relaciones estilísticas sugeridas, se sustentan a su vez en las factibles correspondencias observables en otro sitio con arte rupestre que paralelamente a Piedra Pintada estaba siendo objeto por el IPC de una estrategia similar de protección (declaratoria patrimonial y transformación en parque arqueológico): los petroglifos de Caicara del Orinoco, situados al margen derecho del río Orinoco en su curso medio (Rivas 2016, comunicación personal). De manera específica, tales analogías se distinguen en los diseños antropomorfos con motivos en forma de pares de volutas en su zona ventral, como también en algunos diseños curvilíneos reportados tanto en los diseños grabados como en las ya señaladas alfarerías (Rivas, 1993: 167, 191; Rivas 2016, comunicación personal). Esas aparentes filiaciones estilísticas, en conjunción con las particularidades del contexto ambiental del sitio arqueológico Piedra Pintada (su asociación a una corriente de agua), sustentarían la posibilidad de un uso ceremonial comparable al de los parajes sagrados aún utilizados hoy en día por comunidades arawak del sur del país (Molina, Rivas y Vierma, 1999 [1997]: 10). Como se verá más adelante, se trata de una hipótesis que sería luego retomada por otros investigadores regionales.

En relación con el trabajo de registro y documentación realizado en esa oportunidad por el IPC, cabría advertir el testimonio del antropólogo Pedro Rivas, partícipe y principal protagonista del mismo:


Entre los años 1996 y 1999 se realizaron varias jornadas de inventario y prospección en las cuales participaron también las antropólogos Lilia Vierma, Ana Cristina Rodríguez e Inés Frías, y las entonces estudiantes Dinorah Cruz y Ana María Rodríguez, contando con el valioso apoyo del señor Agapito Zambrano, un conocido agricultor residenciado al pie del yacimiento y custodio de un petroglifo que había sido desprendido del montículo sur[6], quien durante años brindó apoyo a varias generaciones de investigadores en el lugar. En el marco de ese proceso de documentación, se hizo un levantamiento planimétrico preliminar de los grabados y estructuras megalíticas, la prospección de sitios arqueológicos con material cerámico próximos al yacimiento, y la realización de un pozo de prueba, actividades últimas que permitieron detectar afloramientos de cerámica de posible clasificación valencioide en el cerro La Leona, ascendiendo por la fila que comienza en los monumentos megalíticos, y al pie de la ladera de esa elevación, debajo de estratos superficiales con material arqueológico más reciente (semi-porcelanas decimonónicas o del siglo XX). Dados sus objetivos (sustentación del carácter excepcional del lugar, por lo tanto merecedor de una figura de protección legal), se trató de un diagnóstico rápido, no obstante que gracias a los moradores de la zona se recogieron algunos datos complementarios de interés sobre el posible proceso de manufactura de los grabados (referencias al hallazgo local de puntas de cuarzo con señales de desgaste), a su degradación (incendios periódicos, sustracción y traslado de piezas a parcelas cercanas al yacimiento), o a la presencia de otros materiales arqueológicos (posibles urnas piriformes valencioides y pipas barrancoides) en las proximidades del yacimiento, todo lo cual justificaría investigaciones ulteriores a profundidad (Rivas 2016, comunicación personal).

Según Rivas (2016, comunicación personal) como asunto digno de advertir relacionado con la creación del MPAPP estaría la conformación de un significativo grupo de investigación local relacionado enérgicamente con las actividades de esta institución museística, entre ellos Omar Idler -designado coordinador del museo/centro de interpretación- y Leonardo Páez, cultor popular residenciado en la zona sumado a las labores de registro y documentación como de la atención al público visitante del sitio arqueológico[7]. De igual manera, menciona Rivas la incorporación “…de un nutrido grupo de promotores culturales y estudiantes de la Universidad de Carabobo, sumados a las labores de guiatura y conservación, en la medida que lo permitían sus responsabilidades académicas…” (2016, comunicación personal).



[1] Museo Parque Arqueológico Piedra Pintada.

[2] El IPC según su página Web, “es el ente del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, encargado de orientar, dirigir y ejecutar las políticas de todas las referencias simbólicas que por su contenido cultural son elementos fundamentales de nuestra identidad nacional. Creado en el año 1993 por la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural (G.O. N° 4.623)” (http://www.ipc.gob.ve/mision-y-vision consulta: 13 de abril de 2014).

[3] Sobre la creación, alcances y logros del MPAPP, nuevamente se sugiere acceder al link http://tacariguarupestre.blogspot.com/2011/04/piedra-pintada-y-la-gestion-sustentable.html  

[4] Artículo 35 de la Ley Orgánica para la Planificación y Gestión de la Ordenación del Territorio.

[5] Ver Páez 2019: 225-227 para ahondar en el amparo legal proporcionado por el Parque Nacional San Esteban a los sitios con arte rupestre del contexto espacial de esta investigación.

[6] Más adelante se tendrá ocasión de ahondar sobre el tema del petroglifo trasladado a la casa de Agapito Zambrano.

[7] Los aportes de Páez a la documentación del arte rupestre tacarigüense serán tratados más adelante. 

Referencias bibliográficas

Molina, Luís E., Pedro Rivas y Lilia Vierma (1997). Sitios arqueológicos de Venezuela 1. Cementerio del Boulevard de Quibor. Piedra Pintada. Taima-Taima. Terrazas de Escagüey. Montículos y calzadas de Pedraza. Conchero de Punta Gorda. Gruta de Los Morrocoyes. Área arqueológica de Caicara del Orinoco. Instituto del Patrimonio Cultural, Cuadernos del Patrimonio Cultural. Caracas, Venezuela.

Rivas G., Pedro J. (1993). Estudio preliminar de los petroglifos de Punta Cedeño, Caicara del Orinoco, Estado Bolívar. En: Fernández, Francisco y Gassón, Rafael (editores). Contribuciones a la arqueología regional de Venezuela. Fondo Editorial Acta Científica Venezolana Caracas. Pp. 165-197.


Cómo citar este trabajo?


 Páez, Leonardo (2021). Etnohistoria del arte rupestre tacarigüense. Producción, uso y función de los petroglifos de la región del lago de Valencia, Venezuela (2450 a.C. – 2008 d.C.). Ediciones Dabánatà, Universidad de Los Andes. Venezuela.

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