Arqueología del arte rupestre de la región geohistórica del lago de Valencia, Venezuela (2.200 a.C.-1.400 d.C.)



Publicado en: Boletín Antropológico. Año 35. Julio - Diciembre 2017, N° 94. ISSN: 2542-3304.Universidad de Los Andes, Museo Arqueológico, Mérida, Venezuela. pp. 174-204


Resumen
Se presenta un cuerpo de ideas tentativo que intenta dar cuenta de las tramas socio-históricas y culturales asociadas al arte rupestre de la región geohistórica del lago de Valencia durante la época Precolonial venezolana. Utilizando principalmente fundamentos teóricos y datos emanados de la disciplina arqueológica, se presentan algunas propuestas metodológicas para el estudio de estos materiales, así como aproximaciones sobre su producción, uso e interpretación. Con ello, se pretende abonar el camino para futuras experiencias investigativas, que permitan con mayores evidencias la comprensión de esta expresión del arte creador aborigen.
Palabras clave: arte rupestre, época Precolonial, región geohistórica del lago de Valencia.

Summary
It presents a tentative body of ideas that tries to give account of the socio-historical and cultural plots associated to the rock art of the geohistoric region of the lake of Valencia during the Venezuelan Precolonial period. Using mainly theoretical foundations and data emanating from the archaeological discipline, some methodological proposals are presented for the study of these materials, as well as approximations on their interpretation, production and use. With this, it is intended to pave the way for future research experiences, which allow with greater evidence the understanding of this expression of Aboriginal creative art.
Keywords: rock art, Precolonial epoch, geohistorical region of Lake of Valencia.

1. Espacio y tiempo de la producción y uso originario del arte rupestre tacarigüense

Es importante advertir primeramente, siguiendo los planteamientos de Sanoja y Vargas-Arenas (1999), que para la comprensión sincrónica y diacrónica del devenir histórico de las pretéritas sociedades aborígenes de Venezuela -a las que se les abroga la producción y uso originario del arte rupestre de sus predios-, resulta significativo considerar el concepto de región geohistórica, definida por estos autores como …“la delimitación de un espacio de vida de las sociedades en su devenir, de un espacio geográfico definido por el uso que del mismo hicieran grupos territoriales históricamente diferenciados” (Ibíd.: 15). Esta noción, en sintonía con tres factores cardinales, tiempo, espacio y desarrollo, se vincula a su vez con el concepto de paisaje, entendido como el ...“entorno físico y perceptivo creado en un proceso dialéctico de apropiación del medio por las sociedades humanas que lo habitan” (Berrocal, 2004: 37). En la región y el paisaje se reúnen aspectos tanto naturales como humanos, en tanto expresión primaria de la confrontación entre la sociedad y el espacio geográfico, donde el paisaje sería la evidencia o el resultado de tal enfrentamiento (Galimberti, 2013).
En concordancia con estas ideas, se asume que durante los últimos milenios del período Precolonial venezolano, esto es, entre 2.200 a.C. y 1.400 d.C. poco más o menos, la región geohistórica del lago de Valencia o región tacarigüense[1] comprendía una extensión aproximada de 4.500 km2 de la zona Centro-norte costera de Venezuela, abarcando la cuenca hidrográfica del lago de Valencia y el área litoral de los estados Aragua y Carabobo[2] (mapa 1). De acuerdo a los datos arqueológicos, durante el lapso de tiempo aludido esta región fue ocupada por diversos grupos humanos que constituyeron un espacio organizado y definido política, social y económicamente para la explotación de sus recursos y medios naturales de producción. Ciertamente, su favorable ambiente natural y estratégica posición la convirtieron en el escenario de procesos históricos vinculados a diversos grupos socio-culturales que habitaron y cohabitaron en su geografía, desarrollando actividades humanas acordes a particulares formas de organización, delimitando un espacio geográfico históricamente vivido (Sanoja y Vargas-Arenas, 1999).
La producción y uso originario del arte rupestre en la región tacarigüense, ceñido al contexto temporal antes aludido -mientras no existan pruebas que lo refute-, se supone íntimamente relacionado a la acción concreta de pretéritos grupos socio-culturales ejercida en tres sub-regiones claramente diferenciadas, entendidas éstas como paisajes culturales, a saber: 1) el paisaje lacustre al Sur: comprendido por la cuenca endorreica del lago de Valencia, una depresión tectónica de 3.410 km2 de suelos fértiles y un cuerpo de agua de 380 km2 en su parte más baja, a 408 m.s.n.m.(Deccarli Rodríguez, 2008); 2) el paisaje costero al Norte: de 100 km de extensión litoral y un área aproximada de 500 km2constreñida entre el mar Caribe por el Norte y la cordillera de La Costa por el Sur, ocupado por pequeños valles cercados de estribaciones en su área Centro-Oriental y por una costa playera extendida en su sección Occidental (Cruxent y Rouse (1982 I [1958]; Guevara Díaz, 1983); y 3) el paisaje cordillerano al Centro: una sección de 700 km2 aproximados de la denominada cordillera de La Costa, sistema orográfico que discurre paralelo a la línea litoral de la zona Centro-norte venezolana y que sirve de límite divisorio entre el paisaje lacustre y el costero (mapa 2).
Mapa 1. Ubicación de la región tacarigüense en el contexto geográfico Centro-norte venezolano. Elaboración propia sobre mapa topográfico de Venezuela (http://www.oarval.org/TopoVNZ.jpg) y mapa satelital del área Centro-norte venezolano (www.arcgis.com).
 
Mapa 2. Paisajes culturales de la región tacarigüense. Elaboración propia sobre mapa topográfico de Venezuela (http://www.oarval.org/TopoVNZ.jpg) y mapa satelital del área Centro-norte venezolano (www.arcgis.com).

2. El Paisaje con Arte Rupestre del Área Noroccidental Tacarigüense (PARANOT)

A través de los estudios desarrollados por la disciplina arqueológica, se ha puesto al descubierto una serie de vestigios materiales que dan cuenta de una prolongada y dinámica ocupación de la región tacarigüense durante los últimos 3.700 años del período Precolonial. Esto puede evidenciarse en los restos arqueológicos conservados en el área Centro-occidental del paisaje cordillerano, representados por un conjunto de Sitios con Arte Rupestre (SAR) contentivo de cientos de rocas con marcas antrópicas grabadas (petroglifos, puntos acoplados y pilones) y algunas estructuras hechas utilizando como soporte la piedra (monumentos megalíticos). Vale advertir que la noción de SAR, planteada por Martínez Celis (2012) para el abordaje de la investigación, gestión y protección de las manifestaciones del arte rupestre, se asume en este trabajo como la categoría mínima de análisis espacial para el estudio de estos artefactos. Cada SAR se concibe como una unidad particular que relaciona el paisaje con el lugar de emplazamiento de los artefactos rupestres, en tanto puntos de referencia que concentran la memoria del paso del hombre y en donde se practicaron -y en algunos casos se practican- ciertas y específicas actividades sociales, regidas por determinados esquemas de uso y función. Cada SAR, supone un paraje de puntuales características, propósitos y significación, a ser investigado de manera individual y en asociación con otros SAR incluidos o no dentro del paisaje en que se encuentra.
La heterogeneidad y cantidad de objetos rupestres localizados en dicha área del paisaje cordillerano tacarigüense, en apariencia asociados a antiguos caminos transmontanos, integran un específico paisaje que produce al tiempo presente variedad de interrogantes y opiniones a las que los investigadores aún no han podido dar satisfactoria respuesta (ilustración 1). Inicialmente, se infiere que factores antrópicos intervinieron allí durante una dilatada y especial ocupación en función de la producción, uso y funcionalidad de tales manifestaciones. Esta aseveración supone que varias generaciones de grupos sociales interactuaron, intervinieron y atribuyeron significados a este contexto espacial hasta otorgarle una puntual connotación cultural, reconocida y aceptada por muchos durante un determinado espacio temporal (tabla 1).
 
Ilustración 1. Algunos paneles de los SAR del paisaje cordillerano tacarigüense. Arriba: SAR Los Colorados; abajo: SAR Piedra de Los Delgaditos; derecha: SAR El jengibre. Registro e infografía: Leonardo Páez.
 
Tabla 1. Inventario actualizado de SAR del PARANOT. Elaboración propia.

La presencia de múltiples SAR dentro de un determinado paisaje, conmina a tomar en cuenta una nueva categoría de análisis espacial en el estudio del arte rupestre: la de Paisaje con Arte Rupestre (PAR). Este término se entiende, en concordancia con la noción de Paisaje Conceptualizado de Ashmore y Knapp (en Antczak y Antczak, 2007), como un tipo de paisaje cultural donde las huellas antrópicas localizadas (manifestaciones rupestres) y los atributos o fenómenos naturales presentes (accidentes topográficos, cuerpos o corrientes de agua, fauna, vegetación o rocas, entre otros) jugaron un papel importante en la transmisión de valiosos significados religiosos, sociales, políticos y/o económicos para las sociedades usufructuarias de dicho espacio. Esto sitúa al Paisaje con Arte Rupestre como una especie de marcador o “mapa de la memoria”, donde los actores sociales involucrados se reconocían, recreando y apuntalando su identidad social (Ídem.).
Siguiendo entonces estas ideas, el área Centro-occidental del paisaje cordillerano aquí aludido recibirá el título de Paisaje con Arte Rupestre del Área Noroccidental Tacarigüense (PARANOT), un espacio en el que pervive un número importante de SAR relacionados social, histórica y culturalmente al contexto de la región tacarigüense. Desde el punto de vista político-territorial, abarca una amplia zona comprendida por parte de los actuales municipios Diego Ibarra, San Joaquín, Guacara, San Diego, Naguanagua, Puerto Cabello (estado Carabobo) y Mario Briceño Iragorry (estado Aragua), con una extensión calculada en 560 km2 (mapa 3). 
Mapa 3. Ubicación aproximada del PARANOT en el contexto de la región tacarigüense. Elaboración propia sobre mapas de www.arcgis.com y del Instituto Geográfico de Venezuela Simón Bolívar (www.igvsb.gob.ve).
El PARANOT, se presume, sería depositario de cuatro mil años de historia relacionada con los grupos sociales que habitaron la región tacarigüense, un tema que hasta el momento no se ha abordado con sistematicidad y de manera multidisciplinaria. Ciertamente, las evidencias arqueológicas señalan la posibilidad de los inicios de una temprana producción rupestre en este espacio, aunado a la factible pervivencia de imaginarios culturalmente emparentados con sus originarios productores-usuarios luego del arribo de los grupos europeos en el siglo XVI. Pero además, cabe la posibilidad que tales imaginarios hayan sido reinterpretados, restituidos y/o reinventados, o acaso olvidados, por las comunidades criollo-mestizas y/o campesinas durante el período Colonial y Republicano, aspectos que en definitiva se presentan interesantes de indagar de manera sistemática.
Por lo pronto, el presente trabajo aborda el estudio del PARANOT en un intento por hilvanar un discurso cónsono con los planteamientos emanados desde la disciplina arqueológica. Esto supone un ensayo de aproximación interpretativa relacionado con el estatus socio-cultural de este espacio durante el período Precolonial venezolano. Cabe la posibilidad que los resultados presentados tengan validez, acaso con algunas variantes, para la contextualización de otras áreas de la región tacarigüense con presencia de SAR, como aquella localizada hacia el área Oriental del paisaje cordillerano, un tema interesante de argüir en futuros trabajos investigativos[3].

3. Sobre la producción y uso de los SAR del PARANOT

De acuerdo a las evidencias arqueológicas, se asume de manera tentativa -hasta tanto no se realicen estudios confiables indicando lo contrario- que el inicio de la producción de las manifestaciones rupestres del PARANOT pudiera vincularse con el arribo de los primeros grupos humanos pre-agroalfareros que pretéritamente ocuparon la región tacarigüense. Tal señalamiento ubica alrededor de 4.000 años antes del presente la génesis del arte rupestre de este contexto espacial, o acaso más atrás en el tiempo, cuando grupos cazadores-recolectores habitaban el área o, por lo menos, la frecuentaban con asiduidad (Cruxent y Rouse, 1982, I [1958]; Antczak y Antczak, 1999; Sanoja y Vargas, 1999; Antczak y Antczak, 2006).
En efecto, los datos señalan que para esas tempranas fechas grupos recolectores marinos y terrestres ocupaban distintos puntos de la región Nor-costera del país, esto es, zonas próximas al área de influencia de la zona geográfica aquí estudiada, como es el caso del Oriente del estado Falcón y la costa media del estado Vargas, consolidando una economía de subsistencia mantenida principalmente en el acopio de moluscos bivalvos (Cruxent y Rouse, 1982 [1958]; Antczak y Antczak, 1999). Incluso, en propio territorio lacustre tacarigüense y con otra orientación tecno-económica, en sitios como Michelena, al Sur de la ciudad de Valencia, se han ubicado vestigios arqueológicos que indicarían la presencia de estos grupos (Cruxent y Rouse, 1982 I [1958]). Esta inicial ocupación[4], supone un paulatino proceso de “tribalización” de los colectivos humanos en la cuenca del lago de Valencia, calculado entre 1.600 y 600 a.C., momento en el que comenzarían a existir pequeños campamentos de recolectores-cazadores asociados tal vez a un incipiente cultivo de plantas como el experimentado para esas fechas en la región del Noreste de Venezuela (Sanoja y Vargas, 1999).
En relación con el arte rupestre, la presencia de petroglifos, micropetroglifos y ringleras pétreas en el denominado Morro de Guacara, en la orilla Noroccidental del lago de Valencia[5], pudiera guardar vinculación con la pretendida iniciación de la producción rupestre asociada a contingentes pre-agroalfareros, a pesar de que no exista ningún dato que apunte a una contemporaneidad (imagen 1). En todo caso, resalta el hallazgo en este espacio de un esqueleto humano de aproximadamente 4.000 años de antigüedad contentivo de un collar de conchas marinas adosado al cuello, lo que pondría en evidencia la quizá frecuente interacción que los grupos pre-agroalfareros sostendrían entre la cuenca del lago de Valencia y el área costera de influencia (Antczak y Antczak, 2006). Pudiera asumirse, entonces, que estos actores sociales habrían sido los primeros en recorrer los caminos trasmontanos que discurren por el PARANOT, aquellos que comunicaban la zona Noroccidental de la cuenca del lago de Valencia con el área costera carabobeña, sendas en las que se encuentran un buen número de SAR (mapa 4 y 5). Esto es muy importante de considerar, pues daría cuenta de la posible larga data de estos caminos y la posibilidad de que el origen de los SAR se compagine con esta inicial utilización del espacio.
Posterior a los grupos pre-agroalfareros, y siguiendo lo aseverado por los estudiosos de la arqueología tacarigüense, es digno de advertir que la sedentarización, la producción cerámica y el cultivo de plantas en esta región habría sido un proceso exógeno de transformación, originado por oleadas migratorias de grupos humanos provenientes de la región Noroccidental y orinoquense venezolana (Cruxent y Rouse, 1982 I [1958]; Sanoja y Vargas, 1999; Antczak y Antczak, 1999; Rivas, 2001). Tal fenómeno ocupacional se fijaría de manera inicial en los alrededores de la era cristiana, dando comienzo a una serie de particulares acontecimientos de los cuales faltaría mucho por aprehender y en el que estarían involucrados actores sociales ancestralmente emparentados con grupos proto-históricos de la región Central de Suramérica (Sanoja y Vargas, 1997; Strauss, 1993 [1992]; Lathrap en Zucchi, 1991; Oliver, 1989).
Imagen 1. Manifestaciones rupestres del SAR Morro de Guacara. Fotos e infografía: Leonardo Páez.
 
Mapa 4. Caminos trasmontanos y secundarios asociados a SAR de las montañas de Vigirima, sección del PARANOT. Fuente: Páez, 2016.
En efecto, las evidencias arqueológicas apuntan que los diversos movimientos migratorios de estos pueblos tendrían principalmente como protagonistas a parcialidades adscritas a dos grandes troncos lingüísticos suramericanos: el Arawak, sobre todo el subcomponente denominado técnicamente Maipure, y el Caribe, especialmente la llamada división Caribe de la Costa o Caribe del Norte (Sanoja y Vargas, 1997; Tarble, 1985; Zucchi, 1985). A los primeros se les considera los primigenios grupos sedentarios y los precursores de la vegecultura y producción alfarera en la región lacustre, hegemonía que sería truncada por la irrupción de los segundos (Ídem; Rivas, 2001), dándole éstos continuidad a una cadena de transformaciones sustanciales someramente comprendidas y explicadas al día de hoy.
Mapa 5. Ubicación relativa de tres caminos trasmontanos del PARANOT y los SAR asociados. De izquierda a derecha: camino Bárbula-San Esteban; camino La Cumaca-Borburata; camino Vigirima-Patanemo. Fuente: Páez, 2016.

Dada la complejidad social, cultural y demográfica que producirían las oleadas migratorias de comunidades agroalfareras de posible raíz amazónica en la escena local tacarigüense, sería factible pensar que la realización de petroglifos, monumentos megalíticos y demás manifestaciones rupestres de esta región habría tenido especial relevancia entre los nuevos procesos que se sucederían con el arribo de estos contingentes humanos. Un aspecto que apuntaría en esa dirección, por ejemplo, serían las evidencias etnográficas que dan cuenta de las relaciones entre el arte rupestre y los decimonónicos y actuales grupos aborígenes amazónicos y guayaneses, tomando en cuenta que la procedencia de Arawaks y Caribes se ubicaría en esta área subcontinental, y que son precisamente los pueblos indígenas de esa filiación -entre otros de los cuales se sabe no tuvieron presencia en el Norte del país- los que aún en la actualidad mantienen una importante valoración simbólica y hasta ritual en este tipo de manifestaciones (Koch-Grünberg, 1907; Im Thurn, 1883; Ortiz y Pradilla, 2002; González Ñáñez, 2007).
Por consiguiente, para la comprensión de las tramas que desencadenaron la producción y uso de las manifestaciones rupestres del PARANOT resultaría significativo considerar los modelos de expansión que desde la arqueología han tratado de explicar el arribo de los grupos Arawak y Caribe a la región tacarigüense, como también sus factibles relaciones con la manufactura de los diferentes estilos alfareros identificados hasta la llegada de los grupos europeos. La presunción, suscrita además en algunos planteamientos previos sobre el estudio del arte rupestre de esta región (Idler, 1985; Molina, Rivas y Vierma, 1997; León et. al, 1999; León, 2006; Páez, 2010; Páez, 2015 [2010]), sería que al menos una parte o incluso la mayoría de estas manifestaciones tendrían sus orígenes en estas parcialidades. De allí que sea importante una aproximación a los contextos socio-culturales generados a partir del arribo de estos contingentes humanos, lo que supondría entonces, de acuerdo a lo aquí sostenido, un acercamiento a las razones por las cuales se produjeron los numerosos petroglifos, monumentos megalíticos, puntos acoplados y pilones ubicados en el PARANOT. Por lo pronto, la revisión de estos modelos deja en evidencia los orígenes Arawak y Caribe de algunos de los componentes pobladores, sus procesos de expansión y la diferenciación cronológica con que ambos grupos lingüísticos se habrían asentado en la cuenca tacarigüense y sus alrededores.

4. Aproximación interpretativa del PARANOT

Como se ha señalado en líneas precedentes, las manifestaciones rupestres del PARANOT se agrupan asociados a lo que pudieran haber constituido antiguos caminos trasmontanos, integrando un paisaje que preserva las incógnitas de un contexto histórico mayormente ignoto, pero del cual la arqueología permite develar tentativamente algunos aspectos. A partir de la información suministrada por esta disciplina, ciertamente se puede reflexionar acerca de cómo se pudieron ir integrando esa diversidad de objetos en la conformación de un paisaje cultural de atributos particulares, a partir del concurso de múltiples sociedades que usufructuaron el espacio por un longevo espacio de tiempo.
Cabe advertir entonces, siguiendo estos datos, la posibilidad de que alrededor del 2.200 a.C. la movilización de grupos sociales pre-agroalfareros entre la costa carabobeña y la zona Noroccidental del lago de Valencia se haya convertido en una práctica recurrente, haciéndose uso de diferentes picas y pasos bajos de la sierra maestra cordillerana. Se hace referencia a los inicios de una intensa y constante comunicación entre las vertientes, precursora de los procesos de simbiosis histórico-cultural que hasta el presente conservan los sectores de ambas bandas cordilleranas. A partir de esta movilización, se sospecha, pudo haberse iniciado la elaboración del arte rupestre de la región tacarigüense, acaso evidenciado en la existencia de los petroglifos y micropetroglifos del Morro de Guacara, un enclave asociado a los antiguos grupos pre-agroalfareros que se presume surcaban el paisaje cordillerano en sus travesías costa-lago.
Cerca de dos mil años después de comenzado este proceso (albores de la era cristiana), diversas comunidades lingüísticamente emparentadas con etnias de la región Orinoco-Amazónica llegarían paulatinamente y se asentarían en la región, portadoras de una cultura técnico-estética nutrida de movilizaciones centenarias entre diversos territorios del Norte de Suramérica (Oliver, 1989; Antczak y Antczak, 1999; Rivas, 2001). Ocho o nueve siglos más tarde (s. IX-X d.C.), nuevos actores sociales irrumpirían también en la escena local, trayendo consigo sus propias particularidades sociales y culturales, igualmente de origen guayanés, pero que habrían utilizado como ruta de acceso los llanos centrales venezolanos (Zucchi, 1985; Tarble, 1985). Ambos grupos, esto es, los Maipure-Arawak y los Caribe de la Costa, conocedores de la manufactura cerámica, la agricultura y el sedentarismo, afianzarían los pretéritos intercambios e interconexiones entre la zona lacustre y el área costera, atestiguados gracias al examen de la distribución geográfica de sus alfarerías. Con ellos, se mantendría e intensificaría la red de caminos trasmontanos ya trazados por los primigenios ocupantes precerámicos, manteniendo su operatividad hasta el final del período Precolonial y más allá. Según lo anterior, serian más de 3.500 años ininterrumpidos de utilización del paisaje cordillerano y de sus caminos trasmontanos, los mismos que exhiben en sus márgenes y cercanías el ingente material rupestre que conforma el denominado PARANOT.
El paisaje cordillerano, a la sazón, sería el sitio donde se ubican la mayoría de los SAR de la región tacarigüense, presumiéndose entonces que haya sido un espacio investido de una poderosa significación para los pobladores locales, donde acaso se desarrollarían  importantes tramas culturales asociadas con la memoria, a la identidad y al orden social (Ashmore y Knapp en Antczak y Antczak, 2007). Dichas tramas, generalmente, se entenderían en la actualidad como el producto de una intencionalidad religiosa o espiritual, en vista de la creencia -fuertemente arraigada- de que los SAR estarían intrínsecamente relacionados con lo sagrado, lo que conduce por lo habitual a considerar sus cercanías a puntos geográficos de extraordinaria belleza o estratégicos como pruebas inequívocas del carácter ritual y sacro de los mismos (Berrocal, 2004). Esta preconcepción tal vez tendría como origen el sentido mágico-mítico que los investigadores mayormente han recopilado del arte rupestre entre los actuales grupos aborígenes amazónicos (Ortiz y Pradilla, 2002; Antczak y Antczak, 2007; González Ñáñez, 2007; Tarble y Scaramelli, 2010). Esta particularidad estaría detrás de los atributos imputados a ciertos SAR del PARANOT como el de Piedra Pintada[6] (ilustración 2), por ejemplo, donde se ha llegado a plantear su vinculación …“a elementos ideológicos de carácter religioso, relacionados con mitos de creación, ceremonias de transito a la edad adulta y ciertas actividades en las prácticas chamánicas” (Molina, Rivas y Vierma, 1999: 10).
Ilustración 2. Vista parcial del panel denominado “Piedra de la Diosa”. SAR Piedra Pintada, municipio Guacara, estado Carabobo. Registro e infografía: Leonardo Páez.

Sin embargo, aunque la analogía etnográfica represente una herramienta eficaz en la interpretación del arte rupestre, su uso debería ejecutarse con la debida precaución, apelando primero al estudio del registro arqueológico antes de utilizar de manera directa este recurso (Antczak y Antczak, 2007; Tarble y Scaramelli, 2010). Con todo, cualquier intento de interpretación tampoco pudiera rechazar a priori este recurso metodológico, más si se sintoniza con las evidencias arqueológicas del contexto investigado. Así, un aspecto interesante a considerar del PARANOT, reflejado en los estudios arqueológicos, sería la aparente inexistencia en sus predios de sitios de habitación originarios, salvo algunos rastros observables en lugares llanos adyacentes a algunos de sus estribos. Esto pudiera coincidir con el imaginario de ciertos pueblos amazónicos actuales, ancestralmente emparentados con los antiguos grupos tacarigüenses, en tanto que los cerros serían el hogar de los espíritus de la naturaleza, los ancestros de las especies y los abuelos de los grupos clánicos (Ortiz y Pradilla, 2002). Ciertamente, tales espacios son considerados en el Noroeste amazónico como …“zonas sagradas, donde está prohibido cazar, pescar o sembrar, y constituyen reservas biológicas y zonas de reproducción de las especies (…) existen en una dimensión alterna al plano de nuestro mundo observable. Constituyen como un afloramiento del estrato cósmico subterráneo” (Ídem.: 23).
La posible continuidad de una parte de este imaginario acaso estaría detrás del aceptable buen estado de conservación con que arribaría al siglo XX el paisaje cordillerano, lo cual habría generado su declaratoria como Área Bajo Régimen de Administración Especial en función de preservar sus ingentes recursos naturales para presentes y futuras generaciones[7]. Esto es muy importante de advertir, en vista de que la concepción originaria del PARANOT pudiera estar revestida de ideas mágico-míticas, imbricadas entonces entre representaciones rupestres esquematizadas de la naturaleza y el mundo social de sus creadores-usuarios (Rozo Gauta, 2005), pero además de zonas o hitos donde moraban demiurgos u otros seres sobrenaturales.
Por otra parte, si bien la incidencia antrópica para la producción de manifestaciones rupestres en el PARANOT podría considerarse inserta dentro de la rama de bienes espirituales[8], también habría que vincularse con la producción social en general, concebida …“como un complejo sistema capaz de producir los más disímiles y variados productos que una sociedad requiere y crea para satisfacer sus necesidades naturales, antroposociales y espirituales” … (Ídem.: s/p). En otras palabras, no podría soslayarse el complejo sistema de interrelaciones, interdependencia e interconexiones que la producción de estos bienes tendría dentro del conjunto general de la producción social (Ídem.).
La sospechada condición de espiritualidad del PARANOT, según este planteamiento, estaría transversalizada entonces por las tramas sociales, económicas, políticas e intelectuales que lo generaron y provocaron su uso a través del tiempo. De esta manera, se concebiría como un espacio donde se afianzaban los códigos y conductas por medio de los cuales se conservaba el equilibrio de las fuerzas que rigen a los hombres y la naturaleza, o lo que es lo mismo, el control social y natural del espacio históricamente vivido. Así, y desde la perspectiva del paisaje conceptualizado, cabría la sospecha que la vinculación de los SAR del PARANOT en torno a los caminos trasmontanos pudiera responder a hitos geográficos marcados para variados propósitos o con distintas connotaciones sociales, pues, tomando en cuenta su ubicación en el contexto espacial, tanto los contenidos de los mensajes como sus receptores acaso hayan tenido marcadas diferencias, derivadas de intencionalidades igualmente disímiles. Tal consideración llevaría a proponer una clasificación inicial de los SAR de la manera siguiente: 1) SAR a orillas de caminos trasmontanos: hipotéticamente asociados con la necesidad de transmisión de mensajes dirigida principalmente a individuos viajeros o en condición de tránsito de una banda a otra de la cordillera; y 2) SAR en caminos secundarios o no trasmontanos: acaso vinculados con la movilización de personas cuyo destino final haya sido la visita a dicho punto, esto es, individuos moradores de la zona o transeúntes ocasionales de la montaña.
Esta categorización inicial presupondría que los SAR, considerados hitos geográficos revestidos de contenido y función social para los pobladores precoloniales de la región tacarigüense, se producirían con el propósito inicial de ser vistos y “leídos” por dos tipos diferenciados de usuarios. Cabe la posibilidad entonces, que las primeras manifestaciones rupestres del PARANOT se hayan ejecutado para usuarios al interior del grupo o grupos productores, considerando que el tránsito de personas de una vertiente a otra haya sido un fenómeno en principio de carácter local. Los primeros hitos o “marcas” rupestres se habrían construido directamente a orillas de los caminos trasmontanos con la intención de otorgarle sentido al espacio cordillerano a través de mensajes decodificables para los transeúntes que lo surcaban. Dichos mensajes tendrían como principal atributo la incorporación cultural de los individuos en tanto integrantes de la sociedad, así como la apropiación espacial del paisaje a través de señales distintivas llenas de sentido que fungirían de recursos mnemónicos a través del tiempo (Tarble y Scaramelli, 2010). Este escenario correspondería tentativamente al estadio pre-agroalfarero y a las primeras etapas de ocupación Maipure-Arawak del territorio, donde estarían involucrados los grupos Tocuyanoides, Saladoides y Barrancoides, abarcando un período sugerido entre el 2.200 a.C. y el 290 d.C.
Esta intencionalidad inicial, se presume, con el paso del tiempo sufriría transformaciones, reinterpretándose el contenido simbólico de los SAR existentes y elaborándose otros acordes a nuevas concepciones sociales y culturales. Tal situación habría tenido su génesis en la participación de nuevos actores sociales, con lo cual se complejizarían las relaciones inter e intra regionales, lo que factiblemente habría convertido a los caminos trasmontanos en verdaderas “autopistas” etno-culturales. El paso constante de individuos a un lado y otro de la cordillera se explicaría por la motorización de los diferentes vínculos y enlaces a lo interno y externo de la región, entre ellos los comerciales, que generarían el tráfico de bienes de productos marinos y terrestres (Antczak y Antczak, 2006; Biord, 2005; Biord, 2006). En este caso la direccionalidad de los “mensajes rupestres”, además de su propósito esencial de ser vistos y “leídos”, posiblemente hayan traspasado las barreras del círculo social local, pues su contenido a la vez que sus receptores estarían vinculados con el movimiento de individuos locales y foráneos que consuetudinariamente se trasladarían por el paso cordillerano. Dicha transmisión, en consecuencia, solamente se habría efectuado si los mensajes tuvieran la cualidad de ser fácilmente decodificados, lo que sugeriría entonces la posible existencia de un sistema comunicacional entendible para muchos. Pues efectivamente, si los mensajes eran dirigidos a una heterogeneidad de usuarios, éstos habrían tenido la capacidad de poder “leer” dichos mensajes, teniendo que existir un procedimiento el cual sería conocido por las personas a las que se destinaban.
Se tendría entonces que después de ese hipotético inicio de los SAR vinculado al estadio pre-agroalfarero y el arribo de los primeros grupos agroalfareros, la producción y uso del arte rupestre asociado a los caminos trasmontanos pudiera clasificarse en dos períodos diferenciados. El primero, período de confluencia intergrupal Maipure-Arawak (290 d.C.-870 d.C.), relacionado con el inicio de la ocupación permanente de la cuenca del lago de Valencia por comunidades Barrancoides aunque con posibles contactos con otros grupos afines, como los Ocumaroides[9]. Estos grupos alcanzarían el control hegemónico de los territorios de ambas bandas cordilleranas, desde el punto de vista ocupacional y de la explotación de sus recursos. De acuerdo a estas ideas, se sugiere que Barrancoides y Ocumaroides habrían constituido una red de relaciones que tal vez incluía la materialización de un sistema común de producción rupestre como forma de apropiación e identificación del paisaje socialmente compartido, donde la circulación de mensajes, las creencias mágico-míticas y la identidad étnica jugaban un papel preponderante. El segundo período, de confluencia intergrupal Arawak-Caribe (870 d.C.- 1.400 d.C.?), estaría vinculado con la irrupción y final predominio de los grupos Caribe-hablantes a la escena socio-cultural de la región (Zucchi, 1985; Tarble, 1985; Sanoja y Vargas, 1999; Rivas, 2001; Herrera Malatesta, 2009). Se sugiere que durante esta etapa se habrían gestado particulares transformaciones al interior de los pobladores locales que alcanzaría la producción y uso de los SAR mencionados, incluyendo quizá cambios en su interpretación. La intensificación del tráfico de bienes habría convertido a la región en importante centro de intercambio comercial interregional (Biord, 2005; Biord, 2006), con lo cual el movimiento de personas -en especial el cruce por los caminos trasmontanos- supondría una necesaria reafirmación del control socio-político sobre un territorio unificado por intereses comunes.
La otra categoría de análisis para el estudio del PARANOT se relaciona con los SAR ubicados en caminos secundarios o no trasmontanos. Se trataría en este caso de localidades rupestres unidas por ramales secundarios a los senderos principales, particularidad que acaso les otorgaría una condición diferenciada, tal vez vinculada a una intencionalidad igualmente distinta. Cabría preguntarse entonces, ¿Cuál sería este propósito? ¿Por qué algunos SAR parecieran estar a la mirada de todos y otros de pocos? ¿Habría alguna intencionalidad imbricada en esta ubicación? ¿En qué momento de la historia comenzarían a elaborarse estos recintos?
Ciertamente, las actividades realizadas en estos espacios, las cuales estarían enlazadas directamente con la producción y uso de los objetos rupestres, se encontrarían solapadas en las particularidades socio-culturales de los actores involucrados, por ahora ignotas, no obstante que, como ya se ha dicho, se ha planteado que acaso estuviesen relacionadas con la historia, la tradición oral y la vida mágico-mítica de los grupos tacarigüenses, como sucede actualmente entre los grupos Maipure-Arawak de la cuenca del río Negro-Guainía (Ortiz y Pradilla, 2002). Esta presunción se basa en el hecho de considerarse sus sitios de ubicación algo apartados de cualquier otra actividad inherente, con lo cual se asume que su visita implicaría una acción pensada y dirigida hacia un fin colectivamente definido por las condiciones sociales y culturales de los grupos implicados (Rivas, 1993). 
Posiblemente en esta categoría se inscribe el SAR Piedra Pintada, el cual, con sus centenares de rocas con grabados pétreos, morteros, puntos acoplados y monumentos megalíticos, además de caminerías que entrelazan las diferentes estaciones diseminadas en un área aproximada de doce hectáreas, representa uno de los yacimientos de arte rupestre más importantes de la región y el país. La cantidad de material rupestre allí alojado sugiere que el espacio habría sido visitado y utilizado durante un significativo período de tiempo, lo que le estaría otorgando una poderosa connotación social, económica, política e intelectual entre los grupos aborígenes que habitaron la región geohistórica del lago de Valencia. Pues efectivamente, se presupone que tal cantidad de objetos pudo haberse efectuado o interpretado con la participación y consentimiento a través del tiempo de muchos actores sociales, en función de la invención y búsqueda de formas de expresión, la capacitación técnica de artesanos especializados, la construcción propia de los artefactos y el posterior uso de los mismos, todo afín con los modos de pensamiento, acción, comportamiento e imaginarios colectivamente compartidos (Rozo Gauta, 2005). Todo ello acaso le otorgaría una autoría multi-étnica al material rupestre allí localizado o a sus valoraciones, donde diferentes grupos lingüísticos en un espacio longevo de tiempo se congregarían a producir y/o usar estas manifestaciones, las mismas que en la actualidad son motivo de estudio, pero también de admiración para propios y extraños.
En síntesis, con lo anteriormente planteado se asume que las circunstancias que explican la existencia del arte rupestre se encuentran en las conexiones o correspondencias entre …“las relaciones y las formas organizacionales socio-económicas, políticas y cultural-noéticas[10] con sus significados, sentidos y funciones”… (Rozo Gauta, 2005: s/p), otorgando esto sentido a todo el ámbito espacial del PARANOT. De manera tentativa, se sugiere que los SAR a orillas de los caminos trasmontanos, aunque entendidos dentro de la producción de bienes espirituales, habrían desempeñado una función social más allá de lo propiamente arcano o sagrado, vinculada con actores sociales externos al ámbito tacarigüense e imbricada dentro de tramas generales o más amplias de la producción social, económica y política de sus creadores (Ídem.). Asimismo, se considera plausible que los SAR apartados de estos senderos hayan fungido de espacios para la realización de actividades asociadas con la historia, la tradición oral y la vida mágico-mítica a lo interno de los grupos tacarigüenses, donde se afianzaban los códigos y conductas que garantizaban el equilibrio y control social del entorno.

5. A manera de conclusión

De acuerdo con los enfoques y señalamientos aquí esbozados, sustentados por los datos arqueológicos y la información analógica de referencia aportada en los estudios de la región Orinoco-Amazónica, es posible trazar entonces un cuerpo de ideas preliminar con lo cual contextualizar tentativamente el PARANOT durante el período Precolonial, en aras de dejar el camino abierto a posteriores estudios que, con mejores herramientas y mayor información, puedan abordar este problema de investigación: 1) se sugiere que el PARANOT habría sido un hito geográfico de profunda significación, un espacio mantenido y reconocido colectivamente como expresión de identidad, memoria y orden social, copartícipe de las tramas sociales, históricas, económicas, culturales e intelectuales de los pobladores aborígenes precoloniales de la región geohistórica del lago de Valencia; 2) dentro de este contexto temporal, se propone que el arte rupestre habría fungido de recurso mnemónico por medio del cual se fijaban, se comprendían y se transmitían las historias y las pautas o modelos orientadores del mundo social de los colectivos humanos asentados en esta región; 3) se plantea que la manufactura rupestre tendría su razón de ser en la intencionalidad de transmitir mensajes, codificados y aceptados por todos, afines a los factores sociales, económicos, políticos e intelectuales de los grupos que intervinieron en su producción y uso; 4) se sostiene que la producción, (re)utilización, (re)interpretación, restauración y/o reconstrucción de estos artefactos se habría producido en un período de tiempo aproximado entre el 2.200 a.C. y el 1.400 d.C.; 5) se señala que las diferentes ocupaciones y relaciones interétnicas inter e intra regionales sucedidas al interior de los grupos tacarigüenses durante el período Precolonial habrían producido transformaciones en la producción y uso de las manifestaciones rupestres del PARANOT; y 6) se insinúa que las manifestaciones rupestres del PARANOT pueden ser hasta cierto punto definidas como el acto creativo de variados grupos socio-culturales remotamente emparentados con la región amazónica, no obstante reconocerse la presencia de singularidades propias de desarrollos locales. Todo lo anterior deja entrever la complejidad que significa el estudio del arte rupestre de la región tacarigüense, pero a su vez la importancia que representa su incorporación dentro del contexto amplio de la investigación arqueológica. 

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Notas



[1] Como se ha convenido en llamar aquí, en reconocimiento al antiguo topónimo aborigen del lago de Valencia: la laguna de Tacarigua.

[2] Algunos autores como Sanoja y Vargas-Arenas (1999: 167) señalan que a la llegada de los europeos (s. XVI) su espacio geográfico abarcaba también parte de los estados Yaracuy y Miranda, los islotes caribeños cercanos y los actuales Distrito Capital y estado Vargas.

[3] Esta área pudiera considerarse como otro PAR de la región tacarigüense, abarcando sectores del paisaje cordillerano de los municipios Girardot, Santiago Mariño, Tovar, José Félix Rivas y Bolívar del estado Aragua, e incluso una sección de la parroquia Carayaca del estado Vargas.

[4] Cabría incluso destacar las referencias aisladas aunque interesantes de Dupouy (Cruxent y Rouse, 1982 I [1958]: 416) a un sitio tal vez Paleoindio cerca de Bejuma, al Oeste del estado Carabobo (Valles Altos).

[5] Cabe destacar que este promontorio natural en tiempos pasados constituyó una isla del lago de Valencia (Antczak y Antczak, 2006: 530).

[6] Uno de los SAR más significativos no solamente del PARANOT, sino de Venezuela, por su gran concentración de petroglifos asociados a monumentos megalíticos y restos cerámicos (cfr. Páez, 2011).

[7] Se hace referencia a la creación del Parque Nacional Henri Pittier y el Parque Nacional San Esteban, los cuales se extienden por la totalidad del paisaje cordillerano. Tal cual se refleja en los datos etnográficos e histórico-documentales, paulatinamente a partir del período Colonial comenzarían a ocuparse y explotarse el paisaje cordillerano con la creación de unidades de producción agrícola y -en menor proporción- pecuaria, lo que significaría un cambio progresivo en la sospechada concepción sagrada otorgada por los grupos aborígenes precoloniales.

[8] Entendido como el conjunto de conductas y formas que una sociedad ejerce sobre la naturaleza, sobre sí misma y sobre el pensamiento, además de las representaciones mentales y las ideaciones (RozoGauta, 2005: s/p).

[9] Siguiendo a Antczak y Antczak (2006: 475), tal vez habría que incluir a los Saladoides como los ocupantes iniciales junto a los Barrancoides de las riberas lacustres del lago de Valencia. Según Rivas (2001: 222) procesos de contacto y fusión se habrían dado entre los Barrancoides y Ocumaroides en Taborda, hacia la costa, y en Vigirimita, al interior.

[10] Para la Real Academia Española, lo noético se relaciona con la noesis, entendida como visión intelectual, pensamiento.

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